Después de unos añitos en la escuela tengo un temor: llegar al final de mis días como docente sin haber vivido lo que yo quería. Es verdad que he tenido la suerte de poder proponer mis ideas y algunas de ellas llevarlas a cabo, pero también que el tan aplaudido trabajo en equipo y de conciliación ha hecho que no pudiera llevar a cabo muchas de las cosas que están en mi cabeza, y sobre todo en mi corazón.
Sigo pensando que el trabajo en la etapa de educación infantil difiere del resto de las etapas, que tiene un carácter propio y que no es preparatorio de nada.
Que los niños y niñas de 3 años no tienen que sentarse a pasar lista, a ver cómo se escribe su nombre y el de los demás, cantar canciones con los días de la semana y todas estas cosas que hacemos pensando que son necesarias y positivas para ellos.
Que lo que se necesita a esta edad sobre todo es aprender a relacionarse, a ser autónomo, a pedir ayuda cuando se necesita, a disfrutar del juego, de la naturaleza, de los compañeros y compañeras…
Que lo de leer y escribir es algo que aún está muy lejos, y que cogeremos ese gusto cuando hayamos tenido en nuestras manos muchos cuentos, escuchado historias, y nos motive la necesidad de conocerlas por nosotros mismos. Desearemos escribir cuando queramos dar un mensaje a una amiga o a un compañero sin decírselo verbalmente, haciéndolo por escrito con una nota de cariño en la que ponga un «te quiero» junto con un enorme corazón pintado de rojo… Cuando sintamos la necesidad de escribir a mamá, a papá o a nuestros hermanos una notita para pedirles perdón, decirles que los queremos o que estamos tristes o contentos.
Pero habrá que ver cuándo, en cada caso, en cada grupo, es el momento, y esto no se puede programar.
Que la coordinación con los compañeros de la etapa no quiere decir sentarnos a ver qué día entregamos los trabajos o cómo haremos tal o cual cosa al mismo tiempo, o qué contenidos vamos a escribir y cuáles vamos a llevar a cabo y cuáles no, para poner luego unas notas que daremos a las familias. Que hablaremos de ideología pedagógica, de cómo dar lo mejor a los niños y niñas, de cómo abordar las situaciones familiares difíciles o el cansancio que a veces podemos tener, de cómo apoyarnos unos a otros.
Que la coordinación con nuestros compañeros de primaria no consista en ver en qué cedes tú y qué te doy yo para continuar cada uno manteniendo lo que hacemos, sino que haya una línea pedagógica continuada en la que nuestros niños y niñas no tengan que sentarse con seis añitos frente a unas editoriales que les exigen escribir dentro de un espacio pequeño con una letra minúscula o hacer números o hacer cuentas o hacer cosas que se podrían llevar a cabo de una forma mucho más vivencial.
Sueño esta escuela en la que mi clase tiene unos rincones, sí, concebidos como espacios con distintas propuestas pero abiertos para pasar por ellos y hacerlo cuando queramos, como nos guste, con quien queramos…
En la que nos sentamos juntos a leer, a cantar, a escuchar, a pintar…
Esta es la escuela que sueño, y si yo no alcanzo este deseo confío en que mis hijas, que han seguido mis pasos, puedan lograrlo.
M.ª Carmen Ainzúa Abad
Pamplona, Navarra