En 2016 la filósofa y escritora Angélica Sátiro, a través del proyecto El Jardín de Juanita, invita a las infancias a crear un hábitat para la mariquita, responsabilizarse de su cuidado y reflexionar sobre los cambios que en él se producen. En nuestro huerto floreció un jardín filosófico porque, durante todo el ciclo de Educación Infantil, buscamos respuestas a las preguntas que nos hacíamos mientras convivíamos en este espacio en permanente evolución.
–¿Dibujamos mapas para nuestro corazón?
–propone Juanita dando saltitos.
–¡Me gusta la idea! ¡Vamos a dibujar mapas para no sentirnos perdidas! Será la primera vez que juego a esto…
Las dos amigas empezaron a dibujar sus mapas. Maripepa, con sus esplendorosas alas azules, lo hacía volando en el cielo naranja oscuro del inicio de la noche. Y Juanita, roja con lunares negros, iba dejando huellas en las verdes hojas por donde caminaba.
Sátiro, A.¿Cómo sabemos hacía dónde tenemos que ir? Barcelona. Octaedro, 2010.
Los comienzos fueron lentos y difíciles. Ponernos en marcha un adulto y veintitrés criaturas de 3 años suponía un gran esfuerzo, ya que el huerto de la escuela está ubicado en una zona alta, cerca del mar, con fuertes vientos y lejos del espacio de Infantil (aproximadamente a doscientos metros). Así, los primeros meses no disfrutaron del contacto con la tierra («estar sucios no nos gusta, olemos fatal»).
Pero cuando en primavera el jardín floreció y lo vieron en su mayor esplendor («las flores son muy bonitas porque son de cualquier color bonito, el negro también lo es»), se dieron cuenta del valor de su paciencia y de que muchas de sus percepciones estaban cambiando. Olvidaron su idea inicial de que «el jardín está muerto porque no habla» para descubrir la naturaleza («si hay plantas está vivo») con una nueva mirada mucho más cívica: «Las flores de plástico sirven para adornar y para jugar; con las de verdad no jugamos porque se rompen los pétalos y se mueren». Con los envases acumulados debajo de las plantas, se concienciaron de que no se hacía buen uso de las papeleras.
Fue entonces cuando pensaron su primera acción medioambiental: editar un folleto con un mapa para llegar al jardín desde las clases, acompañado de unas recomendaciones de cómo contribuir a su cuidado («nos podéis ayudar a quitar las hojas que están sucias, los palos y las piedras; podéis ver las flores, olerlas y regarlas») que hicieron llegar a sus familias.
Por eso, cuando Angélica Sátiro incitó a establecer puentes entre escuelas y artistas, hablamos con Rosario Belda. Esta creadora textil, además de haber estado vinculada a la educación gran parte de su vida laboral, es experta en reinventar mapas (con telas e hilos) como una forma de interpretar la realidad. Surgía así la oportunidad de conectar su obra con el recorrido que habían trazado en la escuela, pero mi mayor preocupación era no alejarme de la metodología del proyecto.
La filosofía lúdica es un movimiento heredero de Philosophy For Children, y busca que las infancias perciban, sientan, actúen e interactúen con los demás, consigo mismos y con su entorno cultural creando una comunidad de investigación y convivencia. Los niños y las niñas perciben la realidad cotidiana que los rodea, piensan acciones para mejorarla y las comparten dialogando responsablemente (mirando y escuchando a la persona que habla, respetando el turno de palabra…) mientras desarrollan sus habilidades de pensamiento (destrezas y procedimientos que ayudan a pensar de forma autónoma). Mi objetivo no era solo trabajar la tierra, sino estimular la capacidad de pensar mejor de forma crítica, creativa y ética. Además, tanto Rosario como yo siempre tuvimos presente que mis niños y niñas tendrían que ser capaces de ver cómo sus ideas estaban reflejadas en la obra textil.
El proceso comenzó con el teñido de las telas que servirían de soporte al mapa, con las flores del propio jardín y utilizando diferentes técnicas: hapa zome (para «sacar la sabia, la sangre de las flores» que hay en el interior de las telas que golpeaban), teñido con el sol (para conectar sensaciones visuales y olfativas: «el agua huele mal al estar mucho tiempo al sol porque el sol hace que el agua se caliente y, si se calienta el agua, el olor que tiene la fruta que hay dentro cambia») y con agua caliente, procedimiento tradicional con el que los vegetales «pierden su color» original para «dejárselo al agua».
Desarrollaban sus habilidades de pensamiento como «un experimento de los científicos» mientras formulaban hipótesis (¿Qué sucedió para que se tiñeran las telas? «Se ensucian porque se pega el café, porque en el agua se fue deshaciendo») y anotaban sus conclusiones. Documentaban, como podían o sabían, según la fase de escritura en la que se encontraban.
En cada visita semanal al jardín, observaban detalles que no tenían en su mapa y establecían criterios sobre el lugar en el que deberían haberlos ubicado. Así, el dibujo del plano del colegio se convirtió en una representación dinámica que cada curso se mejoraba responsablemente para «que no se pierda nadie».
Con el paso del tiempo describían cada vez con más precisión las zonas del recinto escolar que había que cruzar: «Hay que ir pasando por el cole, el de primaria, las pistas y el laberinto, y ya llegasteis». Por eso Rosario pensó en «un mapa por barrios», cada uno de ellos representado con uno de los colores que las flores dejaron impresos sobre las telas («cuando la metimos era blanca, toda blanca, y ahora está pintada»).
En grupos reducidos, mientras reconstruían con ayuda del boceto y desconstruían la propuesta de Rosario para crear un nuevo mapa, se hacían conscientes de la evolución de su pensamiento: «Pensar con una foto es más fácil porque ya sabes dónde va cada pieza». Argumentaban que solo las piezas «colocadas, juntas y ordenadas en su sitio» serían un mapa; todas sueltas «son un desordeno» y, al colocarlas de otra forma, «parecen un mapa con otro camino, porque a veces cuando vamos al jardín vamos por el laberinto y cambiamos de camino». Decían que la mejor estrategia en ambos casos es empezar por lo difícil «porque no se controla bien y cansa, así después nos queda lo fácil y tardamos menos tiempo».
Cuando el mapa textil estuvo definitivamente terminado, jugaron: a adivinar con qué tiñeron cada «barrio» y qué parte del colegio representaba, a colocar sus dibujos sobre las telas porque «las personas pueden caminar por el paseo marítimo o por las aceras de las calles» y a improvisar nuevas posibilidades para ajardinar el recinto escolar. Se dieron cuenta de lo diferente que era recorrer un camino a pie, trazar un plano sobre papel o percibirlo a través de un mapa creado por una artista textil: «El mapa de Charo no es normal y corriente, no se ve lo que es, no se sabe si es el cole, el de primaria, el jardín».
Todas estas propuestas los ayudaban a reflexionar sobre el proceso dialógico que estaban viviendo (metacognición): para «tener muchas ideas» («primero lo piensas, lo dices en bajo y después, como ya sabes lo que piensas, lo dices en alto»), para llegar a acuerdos («si no lo decimos, los otros amigos no saben cómo lo vamos a construir, y lo construye solo el que lo ha pensado») y para solucionar pequeños conflictos porque «algunas veces nos dicen que no, eso es que esperes un minuto o algo así». Tras tres cursos de jardín, terminaron el ciclo de Educación Infantil como un grupo muy unido, muy respetuoso con las diferencias y con una capacidad de observación grande: «Cuanto más crecían las flores, más crecíamos nosotros; no al mismo tiempo, pero un poquito todos». El desarrollo de su conciencia ecológica les permitió entender que ajardinar nuestro planeta es beneficioso para todos los seres vivos: «Las flores dan el oxígeno con el que vivimos y, si estuviera lleno de flores, estaría más bonito y más limpio; sucio olería fatal».
En su blog (https://beldabelda.com/2019/03/24/camino-al-jardin-de-juanita-el-mapa), Rosario Belda comparte el proceso de elaboración desde el punto de vista textil de su obra Camino al jardín de Juanita.
M. Mar Santiago Arca, maestra de Educación Infantil en el CEIP Emilia Pardo Bazán, A Coruña.
Bibliografía
Santiago Arca, M. Mar. «El jardín de Juanita en la Educación Infantil». En: Ciudadanía creativa en el jardín de Juanita. El jardín como recurso para jugar a pensar y el pensamiento como recurso para reconectar con la naturaleza. Barcelona: Octaedro, pág. 194-197.
– «O xardín de Juanita». Revista Galega de Educación, 74 (2019), pág. 22-24.
Sátiro, Angélica. ¿Cómo sabemos hacia dónde tenemos que ir? Barcelona: Octaedro, 2019.
– La mariquita Juanita. Barcelona: Octaedro, 2014.
– El jardín de Juanita. Barcelona: Octaedro, 2017.
– Ciudadanía creativa en el jardín de Juanita. El jardín como recurso para jugar a pensar y el pensamiento como recurso para reconectar con la naturaleza. Barcelona: Octaedro, 2018.
Fuentes electrónicas:
Sátiro, Angélica. «El jardín de Juanita. Un espacio ambiental ético-estético para ser creado con lxs niñxs», versión 2018-2019, https://octaedro.com/wp-content/uploads/2018/09/BOLETIN_MonograficoJardin-3ED-v2.pdf. Fecha de consulta 6 de enero de 2020.
Varios autores. «Del jardín al mundo. Caminos de convivencia». Revista Convives, 28 (2019), pág. 56-63: https://drive.google.com/file/d/1hLYMABZRRo3Esy95qocqnLL15qKAz6dO/view.