En 2019 se celebraron en París los cuarenta años de la apertura de la Maison Verte. Pude asistir y este artículo quiere ser un homenaje a este espacio. También quiero detallar algunas de las reflexiones que recogí en aquellos días, que hablan de aquello que define y nos acerca a aquella institución, desde el Espai Familiar del Raval de Barcelona, como servicio que atendemos a la familia.
La Maison Verte abrió las puertas el 6 de enero de 1979 en París, en el Distrito 15, en un local que da a una pequeña plaza. La psicoanalista Françoise Dolto y el equipo que iniciaron este servicio lo entendían como una forma de prevenir problemas relacionales precoces. La experiencia psicoanalítica y educativa de los fundadores los llevó a pensar que era una traba esperar la aparición de síntomas para que los padres hagan consultas sobre sus hijos. Les parecía preferible estar presentes y poder intervenir en el momento en el que se crean los primeros vínculos entre madre, padre y niño. Porque es en estas etapas de desarrollo cuando se manifiestan los primeros problemas funcionales o de relación del bebé.
La Maison Verte ofrece un lugar abierto en la ciudad donde los más pequeños y su familia pueden ir cuando ellos quieren, sin citas y sin formular ninguna demanda. Nadie queda inscrito, porque valoran que cada cual sea libre de ir o dejar de ir.
Hay un espacio de juego donde el niño encuentra centros de interés que responden a su edad. Es un lugar donde los padres se pueden relajar, porque en este espacio encuentran la seguridad que les permite dejar a sus hijos que hagan a su aire, sin miedo de que se puedan hacer daño. Tampoco se hacen actividades ni ningún tipo de propuesta que el niño no pueda gestionar de una manera autónoma.
Es un lugar de convivencia, acogedor, donde el vínculo social, tan necesario para los humanos, se reconoce esencial para la salud psíquica de los niños y las niñas, y de sus familias.
En este espacio, el personal acogedor está disponible para escuchar las preguntas, que no se hacen solo con el lenguaje de las palabras sino que se expresan, también, con el cuerpo y con una determinada manera de estar. Esta disponibilidad hace referencia, también, a las preguntas que surgen a toda nueva madre y todo nuevo padre, porque la llegada de un hijo modifica la economía psíquica de cada uno de los miembros de la familia y moviliza también la memoria de la infancia. El referente psicológico es la base del trabajo de los acogedores que trabajan en este espacio, al servicio del niño, que permite hacer un recorrido entre la intimidad familiar y la inscripción en un entorno social.
“No es solo un espacio
de observación,
sino que demanda
el riesgo del encuentro,
y esta puede ser
la tarea más difícil.
Los niños inventan
cada día la Maison Verte”
Hay tres principios característicos de la acogida:
- La presencia de los padres o de un acompañante cercano al niño, que siempre está con él.
- El anonimato. Solo se pide el nombre del niño.
- La participación financiera, dejando una voluntad.
La presencia de un adulto cercano sostiene el camino necesario que hace el niño o la niña hacia el inicio de una separación que respeta su tiempo interior, permitiendo que la separación no sea vivida solo como una pérdida, sino también como una ganancia hacia la autonomía.
En la Maison Verte hay unas normas simples y accesibles para niños y niñas, que le dan un contenido educativo. A través de estas normas, aprenden cuestiones como lo que está permitido y lo que no. Y es a menudo a través de estas reglas que puede manifestar lo que pasa entre ellos y sus padres, y también hacer preguntas que les son cercanas.
Este dispositivo sostiene la acogida, la escucha y la socialización de los más pequeños. No es solo un espacio de observación, sino que demanda el riesgo del encuentro, y esta puede ser la tarea más difícil. Los niños inventan cada día la Maison Verte, la inventan cada vez que esperan hacerse entender por los adultos con los que se encuentran. La Maison Verte ha sido pensada para que ellos puedan venir a sostener sus preguntas, desplegándolas en este espacio de juegos, pensado para ellos, y puedan ser escuchados.
La Maison Verte y el Espai Familiar del Raval
Nuestro espacio en el barrio del Raval de Barcelona nació inspirado, también, entre otros servicios, en esta mirada de acogida y de escucha de la Maison Verte, que quiere evitar el aislamiento y la soledad de las madres y los padres cuando llega un hijo. Con el paso del tiempo, a pesar de que tenemos formatos diferenciados, siento que hay hechos esenciales con los cuales cada día me encuentro más en sintonía. Querría compartir alguna de estas singularidades que nos hacen reflexionar y nos ayudan a mantenernos cercanos a uno de los modelos de servicio para las familias que inspiró nuestros inicios.
“Nuestro espacio en
el barrio del Raval de Barcelona nació inspirado, también, entre otros servicios, en esta mirada
de acogida y de escucha
de la Maison Verte,
que quiere evitar el aislamiento y la soledad
de las madres y los padres cuando llega un hijo.”
En el Espai Familiar se produce un efecto, consecuencia de la situación de encuentro singular del niño y su familia. «Un lugar que evita la violencia de vivir, la primera experiencia social, como tener que separarse de los padres o adultos cercanos» (F. Dolto). Se sitúa dentro del registro de la prevención primaria, lo cual implica una intervención delicada y cuidadosa. Se aleja de toda posición pesimista sobre la evolución del niño, que es recibido como sujeto y con una mirada hacia la familia vivida como primer referente y competente.
Como la Maison Verte, somos un espacio de escucha y socialización, un lugar para decir, un espacio de narración, un lugar donde se habla a la persona, un lugar que huye de toda posibilidad de control, que da un respiro de libertad y permite a cada cual percibir lo que le pasa. La prevención se entiende como una consecuencia de este encuentro.
Hay que estar atentos a todo aquello que surge y que no ha sido atendido en cada encuentro singular.
El niño también trae sus preguntas y es escuchado en primera persona. Hay que atender la urgente demanda de la vida, que lleva al niño a interpretar, a traducir o simbolizar. El niño intenta decir utilizando todos los recursos y lenguajes. Es necesario no banalizar comportamientos y una manera de estar en el mundo, porque, si no le prestamos atención, se interpondrá en su futuro. No tenemos que negar el sufrimiento de niños y niñas y tenemos que dar la posibilidad de que se sientan entendidos y puedan salir de los mecanismos que usan para protegerse. Ellos muestran los síntomas. Nosotros intentamos entrar en resonancia con lo que el niño expresa, porque ellos saben servirse y utilizar la presencia del acogedor. Los acogedores somos nosotros, que somos acogidos por los niños y ellos dan permiso.
El aislamiento y la soledad son las causas principales de muchos de los síntomas inquietantes que muestran las familias y los niños. La cuna social que ofrece la sociedad de los adultos es defectuosa. Vemos que en nuestra sociedad las relaciones son cada vez menos estables (parejas que se separan…) y también que las transmisiones entre generaciones son más frágiles. El encargo social de la crianza recae bajo la responsabilidad de las familias y particularmente de las madres, que necesitan espacios para compartir y sentirse comprendidas.
“El niño también trae
sus preguntas y es escuchado en primera persona. Hay que
atender la urgente
demanda de la vida,
que lleva al niño
a interpretar,
a traducir o simbolizar.
El niño intenta decir utilizando todos los
recursos y lenguajes.”
La soledad de las madres y de los niños es de una violencia tal que toca la vida y su futuro. A menudo el sufrimiento de los niños y las niñas no es percibido hasta que empieza la escuela. Estos comportamientos, que pasan desapercibidos, o que son muy enigmáticos a los ojos de los adultos, son las primeras muestras de sus dificultades para vivir.
“El aislamiento y la soledadson las causas
principales de muchos de los síntomas
inquietantes que muestran las familias y los niños.”
En el Espai Familiar percibimos el poder incomparable de los niños de nutrirse de los ojos que los miran. También hay el acercamiento de las familias entre ellas y el contexto del ambiente cercano de cada encuentro.
Los acogedores estamos a la escucha del tiempo que las familias necesitan, para comprender y volver a tomar el hilo de su historia. La realidad de la acogida nos invita a no intervenir en los problemas de desencuentro entre la madre y el niño, una relación a menudo muy frágil, por la soledad, el cansancio o por su proceso migratorio.
Queremos fortalecer a las madres, y a veces nuestras intervenciones las hacen pequeñas. La función del acogedor es muy formativa. Enseña humildad porque interroga y relativiza nuestro rol en todo lo que pasa. Hay una manera particular de estar presentes y hay también la manera particular de estar de cada uno de nuestros compañeros.
El acogedor ha de ver cómo trabajar una buena curiosidad por el otro y su historia. Cómo nos arriesgamos a la escucha, cuando estamos aquí y con nosotros mismos. El acogedor es el responsable del ambiente, lo que es importante es tener tiempo, su trabajo pide presencia y delicadeza.
Los profesionales que crean este espacio de encuentro también tienen que sentirse sostenidos. Cuando se marchan las familias tenemos un tiempo importantísimo, para recoger. Volver a poner cada cosa en su lugar. Recoger tanto los materiales de juego como las conversaciones, las acciones y todo lo que hemos vivido durante el encuentro. Es un tiempo que da sentido a nuestro trabajo, un tiempo de atención, en el que aprendemos de nuestras intervenciones, porque trabajamos con material sensible.
Acompañamos para hacer visibles las necesidades de los niños y las niñas, y de la familia, y que puedan ser reconocidas, siempre teniendo presente que lo que encuentran no está demasiado alejado de lo que buscan.
La presencia de otros niños y otros padres y madres, sostenidos por la escucha y la presencia activa de los acogedores, tiene el valor de hacer despertar. Acogemos lo imprevisto del encuentro. Es un lugar de libertad, de decir y de ser. De estar de acuerdo o de no estarlo y siempre sentirse acogido. Nunca se presiona, se deja el tiempo que necesita cada familia. También hemos de saber vivir la frustración de lo que nunca llega y saber aceptar lo que ahora la vida quiere y posibilita.
El anonimato es uno de los principios básicos de la Maison Verte. En el caso de nuestro espacio, hablamos del cuidado de la intimidad de las familias. No tiene la radicalidad del anonimato, pero ofrece la garantía de que lo que se vive y se dice en el tiempo de presencia en el Espai Familiar no se puede repetir en otro lugar. Nosotros decimos: «Lo que se habla aquí se queda aquí, en todo caso compartimos lo que aprendemos.» Esta confidencialidad, con otros elementos del dispositivo, abre y organiza un espacio psíquico de otra naturaleza.
“La presencia de otros niños y otros padres
y madres, sostenidos
por la escucha
y la presencia activa
de los acogedores,
tiene el valor
de hacer despertar.”
El niño es el primero que se nombra cuando llega al Espai, forma parte de la consideración de él como sujeto que se hace en la Maison Verte. Nuestro nombre es el primer significado elegido para nosotros por nuestros padres. Se les da la bienvenida tengan la edad que tengan: dar la bienvenida hace nacer la posibilidad, para cada uno de los participantes, acogedores, niños, padres, madres, abuelos…, de ser acogidos, y trabaja para hacer sentir su presencia en el colectivo.
Muchas madres tocadas por el aislamiento, el exilio y el desarraigo encuentran en el Espai Familiar un lugar cálido y acogedor donde pueden venir a pasar una mañana con sus hijos y salir de una relación dual que se puede convertir en sofocante. A pesar de que no se hable el idioma, un encuentro se puede hacer con sonrisas, gestos y miradas. Para los niños, compartir el juego sostiene su inscripción en una idea de colectividad humana, donde la creatividad y su deseo son respetados.
Los acogedores tienen que pasar de un saber hacer a un saber ser y estar. Es una postura que invita a la humildad dentro de nuestra vida profesional.
El ambiente que se crea es la consecuencia lógica de la libertad de circulación de palabras y actos. Es porque nos sentimos respirar aquí, que podemos pensar, soñar, elaborar e intentar reinventarnos cada día. Lo que cuenta es todo lo que hacemos posible que pase.
“A pesar de que no se hable el idioma,
un encuentro se puede hacer con sonrisas,
gestos y miradas.”
David Aparicio, acompañante
del Espai Familiar del Raval, Barcelona.