Escuela 0-3. La leve violencia en las prácticas profesionales

No se trata de abordar el maltrato, sino de definir ciertas negligencias profesionales instauradas a lo largo de los años, porque el trabajo con niños y niñas pequeños no siempre es fácil, porque la vida institucional es complicada… De la observación y escucha de los profesionales de la escuela infantil, resulta un análisis de una cotidianeidad institucional aparentemente bien organizada, pero en la que la práctica profesional a veces toma aspectos singulares.

En la práctica cotidiana de las estructuras de acogida de la primera infancia, se cuela una leve violencia de las prácticas profesionales, una violencia insidiosa, maliciosa, a menudo sin que lo sepa el propio profesional porque está arraigada en los hábitos de cada día y porque «¡siempre se ha hecho así!?».

Hoy en día, en muchas estructuras de acogida de la primera infancia, se viven y se dicen cosas acerca del niño que parecen muy alejadas de nuestra deontología profesional. Frases como «respeto al niño, el niño comprende, el niño es una persona…» parecen esfumarse para dar paso a derivas efímeras, como por ejemplo la servilleta que atrapamos debajo del plato del niño (¡para que no se manche!… ¡pero que no dejará que se mueva!), o cuando los desnudamos colectivamente a las once (¡para que vayan a la cama juntos más deprisa!), o los comentarios sobre una vestimenta («¡Dios mío! ¡Cómo te ha vestido hoy tu madre!»), o bien la disputa entre dos profesionales justo antes del cambio, con reproches como «¿No lo has hecho tú?… ¡Bien, ya lo hago yo!».

Niñas y niños pueden vivir algunas de estas situaciones cada día y se encuentran con que son etiquetados, juzgados, mal considerados. Todas estas palabras y acciones por encima de su cabeza son muy reales, como si lo «salpimentaran» durante años. Limpiar la cara de un niño con un guante de agua fría sin avisarlo, tomarle la temperatura anal sin verbalizarlo, comentar sus defecaciones ante todo un grupo de niños y de adultos, o excluir a un niño travieso y dejarlo en el dormitorio (aunque sea con la puerta abierta) son actos casi banales, porque todo el mundo los lleva a cabo en una u otra ocasión, casi maquinalmente. Y el niño no siempre comprenderá lo que el adulto espera de él y sufrirá estos instantes que se repiten a lo largo del día.

Es urgente que identifiquemos estas «instantáneas», estos minutos en los que el profesional deriva hacia actitudes negativas. Hay que preservar a niños y niñas de estas leves violencias que la historia institucional colecciona (pienso principalmente en las violencias institucionales que se encuentran en ciertos internados). El niño nos necesita para construirse. Es evidente que, si estos niños y niñas viven doce horas del día, cinco días de cada siete, en una colectividad donde la violencia leve es cotidiana, la construcción de su identidad y –para citar al pediatra y pedagogo Janusz Korczak– «su orgullo de ser», quedarán bastante afectados.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Hoy conocemos bien al niño, su desarrollo, sus necesidades, sus capacidades. Todo el mundo las reconoce. Aun así, algunos factores, numerosos y complejos, pueden explicar la implantación de esta leve violencia. Iremos recorriendo estos factores de riesgo sabiendo que esta enumeración no es exhaustiva y que será voluntariamente pluridisciplinar. Efec­tivamente, me parece importante subrayar la complejidad del proceso, y mantener una dimensión muy realista y legible para todos. Formulamos algunas hipótesis que pueden explicar cómo, a través de una organización institucional que se dedica a acoger a la pequeña infancia, se puede instalar una violencia leve.

Algunas hipótesis
Una pista que me parece que hay que tener en cuenta es la rutina institucional. Efectivamente, algunas instituciones «hacen runrún» suavemente, los proyectos son más bien escasos y cada cual se instala en las costumbres diarias. El «siempre se ha hecho así» evita cualquier intento de volver a ponerse en cuestión y cada uno actúa según su humor. Los niños y las niñas no son infelices, todo el equipo se ocupan de ellos, pero pronto se hacen juicios y se ponen etiquetas porque el mínimo cambio viene a perturbar un orden institucional muy establecido por la mayoría del equipo de profesionales.

Añadida a esta primera hipótesis, la falta de innovación ocasiona un ritmo repetitivo. El profesional se esfuerza en querer mantener una planificación y un funcionamiento que nunca se replanteará. Las resistencias a los cambios son muy fuertes y engendran comportamientos estereotipados.

Después vienen las relaciones casi de amistad entre los profesionales, que hacen muy frágil la frontera entre vida profesional y vida privada, y que no siempre permiten preservar una identidad profesional coherente (como los profesionales de la primera infancia son mayoritariamente mujeres, otros problemas complican las relaciones entre colegas, en que el aspecto afectivo dictará todavía más cualquier toma de decisión profesional).

Otro aspecto que también hay que tener en cuenta es la organización institucional, puesto que la administración pesada, la falta de medios o de personal harán que su disponibilidad sea precaria, y todo el mundo tendrá la impresión de correr contra el tiempo y la relación individualizada con el niño. Las carencias del entorno pueden añadirse a estas dificultades, principalmente en las instituciones donde nunca hay reuniones, donde la palabra no circula, donde el trabajo en equipo es casi inexistente porque los espacios para hablar y los momentos de apoyo no existen.

La falta de reconocimiento también es un sentimiento muy extendido. Las profesionales lo dicen durante la formación: muchas querrían que su trabajo se reconociera, que se considerara más su responsabilidad y las dificultades de su profesión, para evitar tirar la toalla ante la importancia de las dificultades institucionales y relacionales. Un análisis sociológico también nos podría ayudar a comprender el papel y la situación de cada cual en la institución. La psicología y el psicoanálisis pueden darnos pistas de trabajo desde el punto de vista de la influencia de nuestra historia personal sobre nuestras actuaciones profesionales.

Los derechos de los niños y las niñas (para retomar la observación de una participante) pueden ayudar a los equipos a reubicar el niño dentro de nuestra sociedad, así como dentro del marco institucional.

Las pistas para el análisis son numerosas y tan apasionantes las unas como las otras. La complejidad de este fenómeno de la violencia leve es muy real. Con todo, tengo ganas de decir: «¿Y las niñas y los niños dónde se ubican en todo esto?»

¿Y las niñas y los niños dónde se ubican en todo esto?
No han pedido nada, solo encontrar cada día a adultos disponibles, capaces de escucharlos y de entenderlos. No tenemos el derecho de hacer «pagar» al niño los posibles fracasos de un trabajo en equipo, o también nuestras dificultades personales. El niño necesita estar rodeado de profesionales que sepan trabajar con toda la disponibilidad y que tengan la posibilidad de disponer de tiempo para comprometerse en una relación de calidad. Por su parte, la profesional necesita poder poner nombre a todo lo que vive cada día con el grupo de niños y niñas de los que es responsable, y poder hablar de sus proyectos, de sus éxitos, pero también de sus miedos y dificultades… ¡profesionales, está claro!

Estoy un poco asustada de constatar que todavía hoy, y a pesar del conocimiento que tenemos de la infancia, algunos colectivos no despiertan a los niños y a las niñas de manera escalonada, o que los cambios se hacen todavía a horas fijas y colectivamente. Sé que el problema es complejo y que no es suficiente un simple inventario de todas estas situaciones «marginales» para que el problema se resuelva.

Cuando pido a los niños y a las niñas que hagan un listado de las situaciones que definen como «violentas», constatamos juntos que este fenómeno concierne a todo el mundo y que finalmente, si queremos reflexionar a fondo, son actos que afectan el día a día más tradicional que nos podamos imaginar. Este inventario no suprime totalmente la violencia leve, pero permite una toma de conciencia colectiva y pone palabras a los actos, ayuda a comprender por qué hoy en algunos colectivos el profesional se deja llevar a comportamientos marginales a pesar de tener una calidad profesional real.

Los profesionales de la primera infancia no son «maltratadores». La violencia leve se ha infiltrado en su práctica, quizás sin ellos saberlo, sin que hasta ahora podamos realmente enumerar estos cortos momentos de negligencias.

La violencia leve nos interpela a cada uno de nosotros, porque inutiliza toda la energía extraída del corazón del conocimiento que tenemos de niños y niñas, y de la institución en la cual trabajamos.

Para concluir
Hay que dejar claro que mi objetivo no es culpabilizar a las profesionales de la primera infancia, ni siquiera poner en tela de juicio el sistema institucional de las estructuras de acogida. Simplemente desearía permitir a cada profesional observar y comprender su práctica cotidiana para poder identificar posibles negligencias. Que cada cual pueda tener la honestidad de enumerar estos pequeños momentos en que nuestra relación con el niño no es completa, no es reflexionada. «¡Es humano!», me puede decir algún día una maestra. Está claro que es humano no estar siempre disponible, y para todo el mundo. Pero ¿esto es razón para lanzarse hacia situaciones de fracaso relacional? ¿Es razón para dejar una traza indeleble en la construcción de la personalidad del niño? ¡Está claro que no!

Verbalizar lo que hacemos a niñas y niños es la primera manera de evitar que se instale esta leve violencia. Actualmente se viven cosas extraordinarias en las estructuras de acogida. Las profesionales que trabajan en ellas se hacen cada vez más preguntas. Fijémonos, pues, en los pequeños detalles cotidianos que a menudo negligimos porque se han convertido en banales. Para que las pequeñas negligencias de los adultos no lleguen a ser las grandes preocupaciones de los pequeños. 

Christine Schuhl, formadora especializada
en ciencias de la educación.

Bibliografía
Blanchard-Laville, C., y D. Fablet (coord.). Développer l’analyse des pratiques professionnelles dans les champs des interventions socio-éducatives. París: L’Harmattan, 2000.
Miller, A. Por tu propio bien: raíces de la violencia en la educación del niño. Barcelona: Tusquets, 2001.
Manciaux, M., y M. Gabel, G. Maltraitances institutionnelles, accueillir et soigner les enfants sans les maltraiter. París: Fleurus, 1998.
Korczak, J. Comment aimer un enfant?, seguido de: Le droit de l’enfant au respect. París: Robert Laffont, 1998.
Séverin, G. Papa, maman, dites-moi pour de vrai. París: Albin Michel, 2004.

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