Hablar de belleza en los tiempos que corren puede parecer algo de otra época y llevarnos a pensar en cánones y estilos que nada tienen que ver con la esencia de la estética y las cosas bellas. A lo largo de la historia, muchos han sido los que han hablado de la belleza. Nosotras nos quedamos con la idea de Aristóteles, que la definía como armonía, y con Platón, que apuntaba que su función era despertar el amor. Y por ello, aunque la belleza está en los ojos de quien mira, cuando hablamos de belleza estética solo hay una mirada: aquella que nos transmite paz, seguridad, tranquilidad, confianza…
La nuestra es una escuela pequeña con cuatro aulas y algunos espacios comunes. El equipo educativo lo formamos un grupo estable de seis o siete personas que se amplía cada año con una o dos educadoras más. Durante el curso invertimos unas horas en formación y el año pasado decidimos trabajar la dimensión estético-emocional de la escuela. Buscábamos crear un ambiente en el que la luz, el silencio, el orden, los materiales, el tono de voz, los colores, los olores, la naturaleza…, todo nos acompañara y facilitara el tránsito de casa a la escuela. Buscábamos crear un espacio armónico que nos hiciera sentirnos como en casa, a nosotras, a las niñas y los niños, y a sus familias. Buscábamos, como dice Francesco Tonucci, «proporcionar un entorno rico, que solo entrar allí fuera ya un acto educativo, y acondicionar los espacios con el mismo criterio y cariño con el que decoramos nuestra casa». Queríamos crear espacios vivos y hermosos donde la armonía, la tranquilidad y el bienestar formaran parte de lo cotidiano, donde fueran espacios para vivir, sentir y hacer.
Nuestro camino está siendo un proceso de cambios, de novedades, de investigación, tanto desde el punto de vista profesional como personal, en el que han tenido especial importancia las experiencias vividas y el aprendizaje adquirido a través de diferentes formaciones y encuentros.
Descubrimos la dimensión emocional de la estética en las jornadas Arte y Emoción que el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz organizó en 2011.
Con Malaguzzi aprendimos que las escuelas infantiles deben ser espacios de vida y belleza y que es función educativa cuidar estéticamente este entorno para promover un cambio de mirada en ellas. Deberíamos priorizar la armonía, la serenidad, el bienestar, la luminosidad y la alegría.
El trabajo de Emmi Pikler nos ha confirmado que cada niño y niña es protagonista de su desarrollo con plena conciencia de sí mismo y de su entorno. Y por tanto, es nuestra labor proporcionarles un espacio agradable que transmita tranquilidad y armonía para que puedan moverse en libertad.
La pedagogía Waldorf nos amplió la mirada hacia el ser pequeño como un órgano sensorial que no solo siente a través de la boca, el oído o la vista, sino que todo su cuerpo se estremece cuando oye un ruido fuerte o ve luces intermitentes. Y todo lo que lo rodea provoca impresiones en él que perdurarán y configurarán su forma de ser y estar en su vida adulta. Ya sabemos la importancia de ofrecer un modelo digno de ser imitado, pero parte de ese entorno es también el ambiente que rodea a niños y niñas, y, desde esta perspectiva, ofrecer espacios bellos en los que puedan sentir, crear y vivir se convierte en una prioridad de la labor de acompañamiento en estas primeras etapas de su vida.
Otros descubrimientos han venido a través de las redes sociales, que nos han acercado realidades y experiencias que hemos podido adaptar a nuestro entorno.
Y el trabajo en equipo, el aprender las unas de las otras, es otro regalo que nos hacemos cada día.
Todas estas aportaciones nos han abierto los ojos y nos han sacado de nuestra realidad. Ha sido muy enriquecedor conocer y profundizar en nuevas pedagogías que tratan la infancia desde otra mirada, con un respeto absoluto a la criatura, porque ellos y ellas son los protagonistas y nosotras, las acompañantes en este camino.
Y en este acompañar intentamos mimar los detalles que nos envuelven, comenzando, por ejemplo, por cuidar el orden con cestas colocadas en lugares accesibles, favoreciendo así la autonomía. Nos dimos cuenta de que el caos genera caos, y por ello tratamos de ofrecer un entorno ordenado y cuidado para que el juego cambie y vuelva a generar curiosidad e interés.
Otro aspecto que trabajamos fue la iluminación. Nuestra escuela se abre muy pronto. En invierno, cuando llegan las familias aún es de noche y nos dábamos cuenta de que dentro de la escuela había demasiada luz. Las criaturas que acuden a primera hora vienen casi dormidas, y no les permitíamos despertar poco a poco. Este fue nuestro siguiente paso: colocar lámparas y puntos de luz amarilla en lugar de la luz del techo, más intensa y fría. Y, cuando fuera ya es de día, la mejor luz es la natural, sin duda.
Damos calidez utilizando cortinas, cojines, telas en el techo, alfombras de algodón y yute.
Aportamos naturaleza a los espacios interiores y exteriores con plantas, que proporcionan serenidad, alegría y vida.
Los elementos decorativos son naturales
–madera, lana, telas de algodón y seda– y en la entrada cambiamos el paisaje cromático utilizando colores más fríos o cálidos según la estación del año en la que estamos.
Creemos que las escuelas deberían ser espacios ecológicos, libres de plásticos, residuos y materiales contaminantes. Por eso hemos optado por utilizar materiales que perduren y se puedan reutilizar, implicando en esta tarea a las familias: uso de bolsas de tela para almacenar, toallitas de bambú y algodón reutilizables, menaje de cristal, servilletas de tela…
Los olores también transmiten sensaciones y procuramos que estas sean placenteras. Y por eso nuestra escuela huele a lavanda y romero.
Y lo más preciado: las niñas y los niños que acompañamos cada día nos muestran su sabiduría en fotografías traslúcidas en las ventanas de la entrada, acogiendo a todo el que entra.
La vida en la escuela es lenta, no hay prisa, pero tampoco pausa. Cada cual va a su ritmo en su actividad constante y permitir esto también es bello. Cuidamos la presencia constante en los momentos de cuidado y presencia, con distancia durante su actividad libre y autónoma. Construir una relación de confianza y seguridad afectiva es más fácil si el entorno es amable y armónico, si la mirada, los contactos, la caricia, la palabra, el gesto…, son conscientes y únicos para cada uno, si respetamos a las familias considerándolas competentes en su papel de madre-padre.
Al principio del artículo hemos recogido la idea de belleza como armonía y amor. Podríamos añadir otra palabra: respeto en su sentido más amplio, hacia todos los que formamos parte de la escuela –niños, niñas, compañeras y familias– y hacia nuestro entorno.
Nos queda mucho trabajo por hacer, quizás el patio interior sea el siguiente espacio al que demos vida y belleza. Ilusión no nos falta, así que continuaremos con este camino que no tiene vuelta atrás.
Equipo educativo de Aranbizkarra
haurreskola, Vitoria-Gasteiz.