Los 100 lenguajes de la infancia. “La Ventana de Mi Tía”

Mi tía vive en un edificio, su casa está por allá arriba, lejos del piso.

Es una casa muy especial. Subir la escalera caracol y abrir la puerta del ascensor es magnífico, me recuerda aquella vez que soñé elevarme y viajar al espacio con nave y todo.

La habitación de la casa que más me gusta, tiene una gran ventana, una ventana muy especial.

Paso largo tiempo mirando a través de ella. Imaginando…
Al levantarme corriendo por la mañana, me paro frente a la ventana y comienzo a subir las persianas, ¡es hora de despertar! -le digo- ¡abre tus ojos! Muéstrame el mundo.

Y desde allí, puedo ver todo, el inmenso cielo, el enorme mar, el pequeño pájaro y hasta sentir el perfume de las flores.

Sentada, desde mi silla me convierto en una aviadora, preparo mi casco, cinturón de seguridad, controles, ¡¡enciendo motores y a despegar!!
Abro mis brazos y comienzo a volar. El cielo es infinito, se siente casi tocarlo.

Desde ella, allá a lo lejos, puedo ver el mar. ¡Marineras a estribor!
Soy la capitana pirata, está todo pronto para partir. Navegaremos en las profundidades de los mares, atravesando grandes tormentas en busca de tesoros perdidos.

Por las noches, la ventana es la mejor galaxia, en mi cohete viajo por las estrellas, me gusta contarlas, ver cometas y satélites.

Una vez vi una estrella fugaz amarilla y brillante, pero lo que realmente disfruto es ver aparecer a la luna.
En los días de lluvia, toda la casa se convierte en un gran submarino.

Apoyo mis manos en la ventana, la vista es borrosa, limpio el vidrio y descubro que todo alrededor es agua. Imagino estar en lo profundo del océano, buscando aquel tesoro perdido.

A veces la lluvia es suave y abro la ventana recibiendola. Extiendo mi mano, puedo tocarla, siento cosquillas.

Miro hacia abajo, la gente corre abriendo sus paraguas. Y en un instante, trompos y bailarines de colores decoran toda la avenida.

Después de la lluvia siempre sale el sol, y con el sol, a veces, el arcoíris.
Como aquel día frente a la ventana, en el cielo, un pequeño arco de color se reflejaba, ¡Es el arcoíris! -Pensé-.

Poco a poco se acercaba, ¡qué extraño! el arcoíris no se mueve, miré con más atención y pude distinguir que aquello que yo veía, era un hermoso paracaídas. Un paracaídas multicolor que preparaba su perfecto aterrizaje.

Otras mañanas, cuando me levanto, observo por la ventana, la brisa de los árboles. El viento juega con sus hojas, y las que ya cayeron se vuelven remolinos danzantes, por todo el parque.

Tía, – ¿por qué ese árbol no tiene hojas? – pregunte-.
Mi tía se acerca junto a la ventana y señala aquel inmenso árbol, -dice- ese árbol es mi favorito lo he observado todos los días, todas las estaciones.

Hoy no tiene hojas, pero las tuvo y también hermosas flores.

Su perfume llega hasta aquí, hasta la ventana, lo he observado durante todo un año.

-Yo haré lo mismo tía, quiero ver sus hojas y sus flores-.
Un día noté que el árbol estaba un poco triste. Hace días que no llueve y ya no se ve gente en la calle para regarlo ¡no hay nadie!

Recuerdo que cuando tenía sus enormes hojas verdes pajaritos lo habitaban y lo acompañaban. Hacían sus nidos en él.

Pero hoy no tiene hojas, se siente solo. -Contó mi tía-.
Al mirar por la ventana, vi a una nube picarona que se acercó al árbol.

Pude escuchar cuando al oído le susurró, – ¡si tú quieres yo puedo ser tus hojas! -. – ¡Y también puedo ser tu amiga!, -le dijo.

Todos los días la nube estaba cerca de él, A veces le daba sombra.

Otras, le daban agua.

Incluso, siento que muchas veces lo acariciaba con la brisa del viento.

Mi Tía, cruzando sus brazos y asintiendo con su cabeza, ¡¡dijo- Sin duda son amigos!!

– ¿Un árbol puede ser amigo de una nube?

– Pregunte-.

-Yo, dijo mi Tía, así lo creo-.

El árbol soñaba tanto cambiar su realidad, que un día algo extraño sucedió, en los extremos de sus ramas pompas de algodón aparecieron.

Desde lejos parecía que aquel árbol poco a poco se convertía en una nube. Cada día más blanco, lleno de suaves copos de algodón.

El tiempo pasó. Yo todos los días miraba aquel hermoso árbol y siempre veía sus grandes cambios.

Un día, mamá entra a la sala diciendo: -Despídete de tu tía, es hora de irnos, hora de volver a nuestra casa-.

¡Que emoción! Salí corriendo a despedirme de mi amigo el árbol y como por arte de magia algo sucedió… Desde la ventana no pude distinguir bien aquello que veía, el sol reflejaba en mis ojos y no podía distinguir con claridad…

Creo ver un árbol con forma de nube, o ¡una nube con forma de árbol

– ¡Existe esa posibilidad mamá!!

Mi Tía sonrió, -Yo, dijo mi tía-, ¡¡así lo creo

Lo real depende de ti. Las cosas no son lo que son, sino son lo que somos.

Y todas las cosas tienen algo en común: ¡¡existen!

Noelia García
Educadora de Primera Infancia Departamento de San José, Uruguay

Este pequeño cuento es de alguna manera un homenaje para estos pequeños gigantes, niños y niñas del mundo entero, que durante mucho tiempo tuvieron que ver el “mundo”, desde una ventana.

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