El hacer de la criatura carece de la perniciosa significación que frecuentemente los adultos otorgan a la externalidad de los fenómenos. El educador, como privilegiado observador, solo tiene la certeza de que lo único estable es la variabilidad del comportamiento humano, a bordo de una intención educativa propositiva que alienta y provoca al ser en su complejidad, arropado por un tiempo que lo envuelve sin bravuras y a resguardo de posibles e inoportunas interferencias.