Ante los desafíos que la sociedad digital plantea, quizá los mediadores de lectura debamos replantearnos la siguiente cuestión: ¿qué es ser un buen lector?
Cuando los modos de leer y los soportes de lectura se diversifican, el reto es comprender que cada forma de leer desempeña un rol lector diferente. Un buen lector será, entonces, quien logre navegar todo tipo de textos y soportes sabiendo que cada tipo de lectura traerá una experiencia lectora distinta. Como mediadores, esto nos dirige hacia la multialfabetización, la cual, a su vez, lleva implícito el reto de lograr que los lectores no muden a los medios digitales sin retorno. Lograr que no se pierda el interés por la letra impresa y que se siga apreciando el libro como una experiencia lectora particularmente especial, nos interesa por muchos motivos.
Lograr que no se pierda el interés por la letra impresa y que se siga apreciando el libro como una experiencia lectora particularmente especial, nos interesa por muchos motivos.
En su ensayo Lector vuelve a casa, la neuróloga especializada en ciencia cognitiva Maryanne Wolf revela que el cerebro humano en estas dos últimas décadas muestra ya los síntomas de una transición cultural que está mudando los hábitos, adquiridos a lo largo de seis siglos de alfabetización en letra impresa, hacia una cultura digital, la cual, como bien sabemos, nos mantiene permanentemente dispersos alterando nuestra capacidad de concentración. La aceleración de los ritmos es una característica del medio digital que nos empuja a leer de forma superficial y nos impide desarrollar procesos cognitivos de pensamiento reflexivo. Esto supone una gran amenaza no solo para la lectura comprensiva, sino también para el pensamiento crítico y creativo. Son muchos quienes lo advierten. Las consecuencias de este hecho se reflejan ya en nuestras aulas y en la vida pública, donde la sinrazón viene pisando fuerte, con ganas de abrirse paso al grito de ¡aquí estoy yo!
En su libro, Wolf señala que nuestra facultad lectora no es genética, sino adquirida por aprendizaje. Nuestro proceso evolutivo no ha afianzado todavía el salto genético que podría derivarse de las habilidades cognitivas favorecidas por la lectura. Por tanto, y como especie, estaríamos en proceso de desaprender caminos neuronales.
Mientras la eficacia de la cultura digital se rija por criterios de cantidad, sus dinámicas serán alienantes.
Los medios digitales y la celeridad de sus procesos impiden el ejercicio de la lectura crítica. Tal y como hoy están diseñados, sacrifican el pensamiento profundo mientras reclaman la energía del lector en un seguimiento hipnótico extirpándole la facultad de procesar, porque para procesar un lenguaje no basta saber leer; hay que asimilar lo que leemos, necesitamos hacerlo nuestro. Y este proceso requiere tiempo, pausa, rumia,…
Mientras la eficacia de la cultura digital se rija por criterios de cantidad, sus dinámicas serán alienantes. Por eso, más allá de la multialfabetización, el desafío para el mediador de lectura es lograr que el lector sienta el libro de papel como fuente de una experiencia lectora distinta y especial para él, donde él —y solamente él— será el dueño de su tiempo. Porque el libro está diseñado precisamente para eso: para habitar en sus manos y mostrarse paso a paso, página a página. Este mecanismo manual favorece el placer de pensar en lo que leemos y el sentimiento de que controlamos este disfrute.
Las ediciones de papel y la formación del lector estético forman un tándem didáctico absolutamente crucial en el desarrollo de la multialfabetización.
Otra cosa que permite el libro gracias a su soporte es la construcción de obras complejas donde poder cruzar varias dimensiones: tiempo y espacio, texto e imagen, estatismo y secuencia, volumen y superficie, evolución e involución, etc. El ingenio del creador logra extraer unas posibilidades extraordinarias de este juego de contrastes. Como resultado ponen a nuestro alcance propuestas de lo más estimulantes; propuestas que nos abren a nuevos modos de pensar, que rompen automatismos y preparan nuestra mente a lo cambiante, a lo mutable. El pensamiento crítico necesita mucho de esta complejidad y, por tanto, de estos juegos entre lo literario y lo artístico. Es por eso que las ediciones de papel y la formación del lector estético forman un tándem didáctico absolutamente crucial en el desarrollo de la multialfabetización.
Al mediador cabe pedirle que él, o ella, sepa descubrir el potencial que encierra una obra determinada, los mecanismos discursivos que se ponen en marcha y qué lector modelo dibujan.
Aunque, naturalmente, enseguida nos asalta la pregunta: ¿cualquier libro sería idóneo?, o en todo caso ¿qué tipo de obras conectan con un modelo lector crítico? Especialmente aquellas que se muestran como un artificio expresivo, una construcción estética rica en matices y niveles interpretativos, entregadas al juego retórico y los enfoques múltiples, los contrastes, las paradojas, las sugerencias donde lo no dicho se deja notar tanto como lo que queda dicho. Porque de esta rica red de conexiones el lector extrae sus inferencias. El pensamiento crítico opera atando cabos, por tanto, busquemos obras audaces que presenten cierto grado de indeterminación, enigma o desfase, que expresen cierta complejidad con la que espolear la curiosidad y el deseo de búsqueda.
Al mediador cabe pedirle que él, o ella, se forme para saber lo que quiere, lo que necesita y dónde buscarlo; que sepa descubrir el potencial que encierra una obra determinada, los mecanismos discursivos que se ponen en marcha y qué lector modelo dibujan. Esto ha de hacerlo abriéndose camino en una jungla de novedades, entre reseñas publicitarias que refuerzan la seducción por la compra y en ausencia de verdadera crítica. Curiosamente, este mercado de novedades, lejos de perseguir obras verdaderamente novedosas y retadoras, produce más bien una oferta estandarizada, hecha a la medida de una mayoría poco dispuesta a valorar la literatura y más a buscar herramientas con las que «trabajar» materias curriculares. Es ahí donde, al parecer, está el negocio.
El arte y la literatura son formas de comunicación complejas que requieren mucho de los lectores ya que también le otorgan mucho a cambio. Toda forma literaria o artística que se precie de serlo tiene la cualidad de hacernos vivir una experiencia que nos conecta con lo desconocido de nosotros mismos. Un relato nos da la medida de su calidad estética cuando la vivencia que relata, por minúscula o anecdótica que sea, nos abre a un abismo transformador. Sea en clave de humor, misterio, realismo, sean obras con o sin palabras, para prelectores o adolescentes, necesitamos obras que nos lancen por caminos inexplorados. Seamos osados y ensayemos elevar las expectativas de los lectores.
El compromiso es con las competencias estéticas y la apertura a todo tipo de propuestas y escenarios. Pero frente a la sectorización, la obsesión, la polarización, la manipulación y la erosión mental que prolifera hoy en la cibercultura, las habilidades del lector estético lo capacitan para la apertura mental, el manejo fluido de los registros, la comprensión de los sesgos, la concentración, la extracción de inferencias y la vocación de búsqueda. Todas ellas cualidades del lector crítico, amenazado hoy en la sociedad digital.