Pablo García Túnez
Nos regala un paseo cocinado a fuego lento sobre los vínculos entre las familias y los equipos educativos de las escuelas infantiles.
Vínculos que revierten en criaturas queridas, respetadas, potentes. Un lujo.
“El paseo hasta mi infancia me ha puesto en contacto con el futuro”. Luis Garcia Montero
El desarrollo del ser humano y en particular, el desarrollo de su personalidad, es decir, su manera de estar en el mundo y su estilo de relación con los demás, es profundamente dependiente de los escenarios donde transcurre la vida de cada uno: La tierra donde vive, el paisaje, la cultura, las gentes que le rodean… son elementos básicos en la conformación del carácter, la forma de pensar e incluso la manera de amar.
El poeta citado dice en otro momento: “acabo por asumir que mi infancia, definida por el subdesarrollo del sur de España, todavía llueve sobre mis ilusiones, mis miedos y mi modo de relacionarme con la gente”
Entre los escenarios donde transcurre la vida, hay dos que son básicos, esenciales, yo diría que definitivos, aunque quizá nada sea definitivo en la vida de las personas. Estos dos escenarios son la casa y la escuela. La familia y la escuela. Y la importancia de estos dos espacios para la vida, para la salud y el bienestar es esencial en la infancia. Además, su influencia es inversamente proporcional a la edad de los niños y las niñas.
Nacemos y crecemos en una familia
El desarrollo psicológico de un niño, de una niña y por tanto, su proceso de maduración como persona, comienza incluso antes de nacer. Esto se debe no sólo al hecho extraordinario de compartir el cuerpo y de algún modo, también las emociones, con la madre durante los nueve meses del embarazo, sino también y sobre todo, a las expectativas de las madres y los padres, a sus deseos, inquietudes, ilusiones y miedos proyectados sobre el hijo que va a nacer y que irán configurando las relaciones que establecerán con él a partir del nacimiento. Podríamos decir que la infancia de un niño, de una niña, comienza en cierto sentido cuando sus padres fueron niños.1 Y aquí entra en juego no sólo la madre y el padre, sino, a distintos niveles, otros componentes de la familia, como abuelos, hermanos, etc. La familia es, sin duda, el primer y más importante escenario para el desarrollo de cualquier niña, de cualquier niño.
El estilo relacional que se viva en la familia, así como los cuidados y la forma de dispensarlos son factores decisivos en el desarrollo psicológico tanto en lo positivo como en lo que pueda haber de negativo.
La familia es fuente de seguridad, depositaria y creadora de vínculos afectivos, primer espacio de socialización, recurso incondicional en situaciones difíciles y ambiente para un desarrollo saludable. Pero también puede ser fuente de los más graves conflictos y caldo de cultivo de severas patologías. Por eso, la familia es indispensable, pero no suficiente para un desarrollo sano.
La educación, que en los primeros años yo prefiero llamar “crianza”, hermosa palabra, pasa a través de los espacios y los tiempos de la familia. Por sus atenciones y actitudes, por sus gestos, por sus palabras, por sus caricias, por sus silencios… Y también, desgraciadamente, por las ausencias, los abandonos, los malos tratos o las vejaciones. Todo ello, además, conforma un conjunto de modelos que niños y niñas irán interiorizando en un proceso selectivo cuyo algoritmo escapa al control consciente de los propios actores.
También crecemos en la escuela
La escuela infantil es, ante todo, un lugar de encuentro.
La escuela es otro espacio privilegiado para el crecimiento. Y de un modo muy especial, lo es la escuela infantil. Cualquier espacio escolar, desde infantil a la universidad, interviene en la educación intelectual, afectiva y social de niños, adolescentes y jóvenes.
Pero la huella que deja la escuela infantil en la vida de las personas es especialmente profunda. Esto se debe a que, en los años de educación infantil, no sólo se adquieren conocimientos, destrezas, hábitos y actitudes, sino que en estos años se desarrollan las estructuras y mecanismos del pensamiento, se establecen los primeros vínculos, se asimilan los primeros valores éticos, se conforman estilos de conducta y de relaciones. Se adquieren patrones que muy posiblemente perduren a lo largo de la vida.
La escuela infantil participa en la crianza de niños y niñas, es decir en el establecimiento de las bases del funcionamiento psíquico: Intelectual, afectivo, emocional y social. Por cierto, aspectos de un todo indivisible. La escuela infantil cuida del cuerpo de niñas y niños y cuida de su desarrollo psicológico, ambas cosas también inseparables. Por eso la escuela infantil cuida los espacios, los objetos, los tiempos y los ritmos. Así diseña un entorno que facilita el crecimiento y las relaciones saludables.
La escuela infantil se guía por un currículum basado en la vida cotidiana. Y cuida los mensajes, tanto explícitos como ocultos. Todo ello para crear un clima educativo. Un clima en el que se conjuga la búsqueda de la felicidad y la adaptación progresiva y crítica a la realidad.2
La felicidad que se experimenta en descubrir, aprender, crear… La felicidad que se vive en las relaciones sanas donde, por supuesto, existen los conflictos, pero se buscan vías razonables y empáticas para resolverlos.
Y al mismo tiempo, se cultiva la adaptación que exige la realidad con normas y obligaciones al servicio de una convivencia respetuosa, inclusiva y enriquecedora.
Educar, una tarea compartida
Escuela y familia deben formar un auténtico equipo en la educación de niñas y niños. Es posible que, lamentablemente, en algún nivel escolar se haya producido un cierto abandono de la tarea educativa en favor de la estricta instrucción. Esto responde a múltiples factores que no podemos analizar ahora aquí. Pero, en la escuela infantil, aunque nos lo propusiéramos, sería imposible renunciar a la tarea educadora, porque la escuela infantil es esencialmente educadora y comparte esta tarea de manera natural con la familia.
Familia y escuela son dos espacios educativos diferenciados, pero con idénticos objetivos. El punto de encuentro son precisamente las niñas y los niños. El hecho de ser espacios educativos diferenciados nos obliga a cuidar de manera especial el paso de una a otra con instrumentos metodológicos como el llamado período de adaptación.3
Pero, si la relación familia escuela se basa en unos vínculos fuertes de solidaridad y respeto mutuo, de confianza y sinceridad, el espacio transicional, necesario en cualquier edad e indispensable en las primeras edades, se desarrollará con toda naturalidad.
En la familia, las madres, los padres y también otros familiares, desarrollan su tarea educativa básicamente desde la intuición, a través de los cuidados y el cariño, disponiendo el hogar como espacio protector y generando una dinámica de comunicación fluida y respetuosa. La familia es el espacio de seguridad donde se establecen los primeros vínculos, el lugar donde se experimentan las primeras sensaciones de pertenencia, el espacio y el tiempo donde se desarrolla una dialéctica de dependencia e independencia, de simbiosis y diferenciación como mecanismo básico del desarrollo.
La escuela amplía el círculo de relaciones. La riqueza de la escuela está, entre otras cosas, en la variedad de personajes que la componen, tanto profesionales como niños y niñas. Se trata de un espacio colectivo en el que, a la vez, se pone gran empeño en cultivar lo individual. Cuidar esa dinámica que va de lo personal a lo grupal es uno de los grandes retos de la escuela. Compartir sin renunciar al espacio privado es un importante aprendizaje para niños y niñas.
La escuela representa para ellos una especie de microcosmos donde, desde la llegada hasta la salida, se suceden una serie de eventos, y se viven experiencias que, bajo la tutela pedagógica y afectuosa de las maestras y maestros, se transforman en vivencias educativas. Todo lo que ocurre en la escuela tiene un valor educativo. Al mismo tiempo, familias y escuela favorecen el contacto protegido y progresivo con la realidad exterior, con el fin de que niñas y niños comiencen desde muy temprano a tener una visión amplia del mundo en el que viven. “El mundo en pequeñas dosis”, que decía Winnicott.
Está bien que las familias cultiven conocimientos básicos de los mecanismos del desarrollo o de las técnicas educativas, pero no son estos conocimientos el principal factor por el que desarrollan mejor o peor su tarea educativa.
En la escuela, los profesionales, aunque también utilizan la intuición como instrumento educativo y aunque, como la familia, fundamentan su relación con niños y niñas en los afectos y el respeto, sin embargo, necesitan de una preparación pedagógica importante y constantemente revisada, como fuente de conocimiento y de instrumentos metodológicos y técnicos.
Es tan decisiva la coordinación escuela-familia que puede decirse que la una es catalizadora de la otra. Es decir que los mensajes de la escuela se integran mal si la disonancia con la familia es excesiva y en cierto sentido, también ocurre al contrario.
La escuela infantil es un lugar de encuentro
La familia debe vivir la escuela como un lugar propio, un territorio al que pertenece. Ese lugar donde encontrarse con el otro, con los otros. Niños, niñas, maestras, familias, componen una red de fuertes vínculos, una red donde se comparten experiencias, donde fluye la solidaridad y la ayuda mutua para el crecimiento. Porque todos crecemos y todos aprendemos juntos. Escuela y familia deben formar una comunidad donde la comunicación surja de manera espontánea y también con momentos diseñados. Una comunidad donde la empatía y los afectos se desarrollan de manera natural. Una comunidad donde pueden surgir conflictos como en cualquier comunidad, pero donde todos estamos dispuestos a resolverlos desde el respeto mutuo y la generosidad.
El encuentro se produce desde el primer momento en que una familia llama a la puerta de la escuela infantil y ésta franquea la entrada sin reservas, sin prejuicios, con tanta proximidad como respeto. Es lógico que, en estos primeros momentos, la familia sienta cierto recelo de dejar a un hijo, a una hija en “manos extrañas”. Es un momento en que la escuela debe saber mostrarse digna de confianza, incluso superando también un posible pequeño temor ante personas desconocidas. Así dejará entrever, desde el primer momento, que para la familia y para el niño o la niña, dejarán muy pronto de ser extrañas esas manos.
La escuela también diseña espacios donde las familias puedan poner en común, con otras familias y con los profesionales, sus ilusiones, sus dudas, sus miedos y sus expectativas. Así, poco a poco, se crea comunidad.
Luego, cada día un nuevo encuentro, una puesta en común, a veces con palabras, a veces con miradas, a veces con silencios. Pero suficiente para que la vida de la escuela se viva en continuidad con la vida en el hogar.
Cada familia tiene su manera particular de participar en la escuela y muchas se juntan para hacerlo. La escuela es permeable y recibe con agrado las iniciativas de las familias, las integra, participa y las hace propias, aunque organizando lógicamente los tiempos y los espacios para que la escuela tenga un ritmo sereno y razonablemente previsible.
También es muy importante tener en cuenta que la familia, como todo organismo vivo, está en constante transformación. La escuela debe saber adaptarse a los distintos esquemas y dinámicas familiares, del mismo modo que debe integrar las diferencias culturales de las familias que enriquecen la escuela como enriquecen la sociedad4.
A veces hay momentos difíciles, sea por dificultades de la familia o de la propia escuela; por razones internas o externas. Estos momentos son también oportunidades para reforzar los vínculos entre las familias y la escuela. El apoyo mutuo en la resolución de los conflictos es señal evidente de formar una comunidad de afectos, ilusiones e intereses.
Existen a veces crisis familiares, por ejemplo, en rupturas conflictivas o violentas del núcleo familiar, en las que la escuela puede servir a niños y niñas de espacio de relajación ante el estrés que pueden estar viviendo en la casa. Incluso la escuela puede, en parte, “vicariar” algunos aspectos de la continuidad de cuidados, que puede estar en riesgo en esas circunstancias. No hay que olvidar que, de manera inevitable, los niños proyectan figuras parentales en los profesionales de la escuela. Lo que, por cierto, provoca a veces una cierta competencia entre la familia y la escuela que, en niveles normales, es saludable e incluso resulta simpática. Aunque de manera desmedida, si se diera, sería un tanto patológica.
Un fuerte vínculo entre la familia y la escuela se basa esencialmente en la confianza mutua. Que la escuela acepte a la familia sin reservas y que la familia considere a la escuela digna de confianza y capaz de desarrollar su tarea de manera competente. Esto es un proceso que, a veces exige cierto tiempo, pero indispensable para el bienestar de niñas y niños en la escuela.
La relación familia-escuela exige, por supuesto, el convencimiento por ambas partes de que educar es una tarea común, con respeto a las responsabilidades diferenciadas y exige que, aceptando las diferencias, existan unos objetivos y valores compartidos.
Cuando se dan estas condiciones, familia y escuela terminan siendo una comunidad educativa donde la comunicación y los afectos fluyen con normalidad. Y donde los problemas se abordan desde la confianza y la empatía.
La escuela es un lugar de todos y para todos. Niñas, niños, madres, padres, profesionales… comparten responsabilidad, ilusiones, proyectos, dificultades y esperanza. No sé si “para educar a un niño hace falta toda una tribu”, pero sí creo que para que la educación sea un proceso que ayude al desarrollo sano de niños y niñas ha de ser una tarea compartida entre familias y escuela.
Notas
1. El proceso al que me refiero queda muy bien descrito en el libro “Los escenarios narcisistas de la parentalidad” de Juan Manzano, F. Palacio y N. Zilkha
2. “La vida cotidiana se compone de lo que existe, pero también de todo aquello que hasta hora era inexistente, pero puede llegar a existir cuando sea jugado o narrado por alguien. Carmen Barbosa en Infancia 0-6
3. Me viene a la memoria el famoso artículo de Mercedes Conde sobre la importancia de este período.
4. Entiendo la integración, quizá mejor, inclusión, como un proceso negociado para conciliar los distintos elementos culturales en la convivencia. Sólo en el caso extremo de una familia que, con su dinámica conculcara los derechos humanos, tendría la escuela obligación de no aceptar y denunciarlo. Lo cual es válido también para la familia, en el caso de que ocurriera en una escuela.
Pablo García Túnez