Vivimos en una sociedad muy exigente en la que en muchas ocasiones resulta complicado responder adecuadamente a las necesidades que presenta la infancia. La actividad corporal es una de estas necesidades básicas desde que las niñas y los niños son recién nacidos.
Como es sabido, pequeñas y pequeños necesitan un ambiente saludable que les permita desenvolverse a su ritmo y con los recursos adecuados a cada momento evolutivo, dando siempre el tiempo suficiente para que la autonomía y la independencia se lleve a cabo. Pero ¿puede la sociedad actual permitir este desarrollo saludable?
Si se mira la composición de las ciudades, salvando algunas excepciones, se puede ver que cada vez hay menos espacio natural y espacio público para jugar. Ahora la infancia parece que solo tiene la posibilidad de jugar en los parques infantiles creados para tal efecto. Pero, incluso en ese pequeño reducto, da la impresión de que solo se pueden desenvolver motrizmente según establezca la estructura de juego determinada –casita, columpio…– o según dicten las normas establecidas por los padres o las madres. Seguro que resulta familiar esta frase: «¡Por el tobogán no se sube, hay que subir por la escalera!». Es para reflexionar sobre cuántas posibilidades motrices, de relación y cognitivas se pierden al no dejar subir por el tobogán.
Esta situación se da, sin ánimo de juzgar cada particularidad y generalizando, por el exceso de sobreprotección que hoy en día tienen las familias. Aspecto normal, pues en las ciudades tampoco son frecuentes los espacios diseñados y pensados para que las familias puedan compartir sus preocupaciones y sus estrategias educativas. Un lugar de este tipo, en el que los profesionales de la educación juegan un papel fundamental, permitiría, entre otras muchas posibilidades, poner en valor la necesidad de la motricidad libre y las estrategias más adecuadas para ello.
Este espacio también serviría para reflexionar sobre la mayor de las problemáticas que tiene la infancia actualmente: el abuso de las pantallas. Quién no ha visto en muchas ocasiones a bebés comer solo si tienen el móvil, o criaturas sentadas en una cafetería con el dispositivo delante, mientras los mayores, en el mejor de los casos, están conversando entre ellos. Las niñas y los niños quedan absortos tiempo y tiempo, todo el que los adultos quieran. Por supuesto, esto trae consecuencias como la limitación en la interacción, problemas emocionales o de frustración ante la realidad, desarrollo tardío del lenguaje, adicción, problemas a la hora de conciliar el sueño o de visión… El ámbito motor es uno de los más afectados, pues estar tanto tiempo sentado trae consigo una falta de movimiento, tan necesaria en estas primeras edades, que acarrea mayor obesidad, problemas ortopédicos en la postura, debilidad muscular, cansancio generalizado, problemas en la coordinación óculo-manual… Es urgente repensar esta situación, ya que ahora parece que lo primordial es tener siempre con nosotros el móvil y su cargador, en lugar del sonajero, el cuento o nuestra predisposición para jugar con la infancia.
“Es para reflexionar sobre cuántas posibilidades motrices, de relación y cognitivas
se pierden al no dejar subir por el tobogán.”
Si se pone el foco en la escuela, se pueden analizar algunas de las prácticas motrices más frecuentes. La más común es el circuito con diferentes propuestas motrices marcadas por el material –aros, colchonetas, picas, ladrillos…– y con un sentido o forma de realizarlo. ¿Qué sucede habitualmente? Un niño realiza el circuito y el resto esperan. En una clase diversa las habilidades motrices también son distintas, por lo que parece poco serio pedir lo mismo para todos. Así mismo, el lugar donde las criaturas están esperando su turno se convierte en un espacio de conflicto, pues no podemos olvidar cuál es la capacidad de autocontrol a estas edades. Cuanto más pequeñas son, menos sentido tiene esta propuesta de juego. Una alternativa, cada vez más frecuente, pero no generalizada, es la práctica psicomotriz de Bernard Aucouturier.
El tratamiento de la psicomotricidad en la educación infantil de segundo ciclo, más allá del circuito, está planificada de forma muy grupal, llevando a cabo actividades, juegos o canciones en los que la maestra lleva la voz cantante y las criaturas replican.Generalmente se busca trabajar el esquema corporal tratando algún aspecto de este –equilibrio, coordinación, espacio-tiempo…– muy ligado por tanto a una psicomotricidad más instrumental.
Las propuestas de actividades extraescolares para estas edades suelen estar vinculadas al predeporte o a la música y el movimiento-baile. Es sabido que son muy pocas las realidades en las que se lleve a cabo una comunicación entre las maestras del centro y los profesionales que realizan estas actividades. Esto implica que no hay un seguimiento real de las necesidades o particularidades de cada niño o niña.
Por otra parte, en muchas escuelas infantiles de primer ciclo también se pueden observar las pocas posibilidades de movimiento libre y el exceso de manipulación de los bebés por parte de los adultos: estirar y flexionarles las piernas, levantarlos por los brazos, atarles los pies para que gateen correctamente, cogerlos de las manos para que anden… Estas acciones tienen como finalidad acelerar los procesos de desarrollo y distan mucho de una adquisición natural de la motricidad, tal y como bien explicó Emmi Pikler.
Todo lo descrito hasta aquí refleja una serie de señales de alarma de cómo, seguramente de forma no intencionada, estamos poniendo en peligro ese desarrollo motor saludable de los pequeños, que tiene que estar más ligado a una situación vivencial propia de cada criatura. Las propuestas grupales de forma generalizada, los circuitos cerrados, la manipulación excesiva de los bebés o la inexistente relación entre los responsables de las actividades extraescolares con la maestra de los niños y las niñas son claros ejemplos de estas señales de alarma que tiene la escuela.
En definitiva, resulta esencial tener en cuenta el desarrollo holístico de la motricidad en los diferentes momentos del día –entrada, merienda, patio, comedor, siesta, propuestas extraescolares…–, pues, en una enseñanza globalizada como la de esta etapa escolar, son múltiples las situaciones motrices que se dan en estos momentos. El seguimiento y la evaluación no pueden depender exclusivamente de lo trabajado en las horas de psicomotricidad, y es necesario observar y recoger las acciones motrices que se dan a lo largo del día. Pensemos cuánto cuesta poner un mandilón, abotonarse o, por ejemplo, llevar un líquido en un recipiente. Es tarea del profesional de la educación ser consciente de esta importancia y de llevar a cabo el papel compensador de la escuela, para acompañar a las familias en el desarrollo saludable de sus hijas e hijos en esta sociedad tan compleja y tecnológica.
“Estamos poniendo en peligro ese desarrollo motor saludable de los pequeños,
que tiene que estar más ligado a una situación vivencial propia de cada criatura.”“El seguimiento y la evaluación no pueden depender exclusivamente de lo trabajado
en las horas de psicomotricidad, y es necesario observar y recoger las acciones motrices
que se dan a lo largo del día.”
José Pablo Franco López,
Consejo de Infancia de Galicia.