Hablar de juego de calidad está de moda. Y sabemos que las modas a veces se reciben como opciones extremistas en una sociedad demasiado consumista.
Ofrecer juego de calidad no es comprar juguetes (y puede que esta reflexión aún llegue a tiempo, antes de que la Navidad llene las casas y las escuelas de juguetes).
¿Qué significa «juego de calidad» y qué necesita un niño para poder realizar un juego de calidad? Necesita espacio, tiempo, seguridad emocional, cobertura de las necesidades básicas, confianza, un ambiente positivo… y materiales: juguetes o no juguetes.
El espacio y el tiempo no se compran, la seguridad tampoco, y el ambiente positivo solo se construirá a partir de la suma de todo lo demás.
¿Y los juguetes? Sabemos que niñas y niños pueden jugar con cualquier cosa, pero entonces ¿por qué parece que tengamos que ir siempre a comprar juguetes? ¿Quizá son más respetuosos, importantes y geniales? ¿Provocan que las criaturas aprendan más y mejor?
Si queremos que todos los niños de todas las escuelas tengan las mismas oportunidades, ¿deberían jugar tanto con estos materiales? ¿Deberían formar parte de los centros educativos?
Los materiales no son lo importante, pero no vale cualquier cosa. Quizás es necesario tirar el plástico, o no. Quizás es necesario ofrecer materiales naturales, o no.
Comprar juguetes a un precio u otro no es el aval para ofrecer un juego de calidad a las escuelas. Buscar una fundamentación pedagógica en cada objeto que ofrecemos es clave. Saber por qué ofrecemos lo que ofrecemos; por qué compramos lo que compramos. Haberlo tocado y notado con todos los sentidos. Habernos hecho preguntas previas.
Pero la sociedad del consumismo plantea riesgos frente a nosotros: no podemos dejarnos deslumbrar por las modas, dejarnos llevar por las ofertas y también por los perfiles de Instagram coloreados.
Las etiquetas «pedagógicas» son una perversión frente a la importancia de los referentes pedagógicos. No existe una «silla Montessori» ni un «comedor Pikler». Por eso, hay que comprar sabiendo dónde vamos y qué valores se esconden tras cada lugar y cada objeto.
Juego y juguetes no son sinónimos. El juego es ajeno a los juguetes, pero tampoco podemos engañarnos y decir que cualquier material vale, porque no todo vale y no todo el mundo tiene la formación para saber qué vale y qué no vale. Es clave conocer las posibilidades de los objetos, características y combinatorias para llegar a preparar un contexto educativo que fomente el libre descubrimiento y el aprendizaje.
Es responsabilidad de la persona educadora saber en qué momento evolutivo se encuentra cada niño, cuáles son sus intereses, sus preferencias de juego y qué le puede motivar y espolear a seguir aprendiendo. Si tenemos las respuestas, veremos que lo que le puede aportar un arcoíris quizá también se lo aporten un conjunto de palos y troncos… Porque el juego es mucho más que un juguete.
Nos preocupa la banalización de lo que se populariza, pero a la vez sabemos que lo popular es una puerta abierta para llegar a muchas personas, casas y escuelas que pueden empezar a pensar en el juego y en la infancia de otra manera.
Una vez hecha la reflexión y la investigación, seguramente la pregunta ya no será cuántos o qué juguetes debemos tener en las escuelas. La pregunta debería ser saber cuántos y qué espacios para el juego nos corresponde ofrecer si queremos hablar de calidad educativa. Una pregunta se resuelve pagando y la otra, pensando.
Y pensar a veces cuesta y cansa. Quizá la formación nunca debería mirar los objetos y debería mirar más a la infancia, para caminar hacia una verdadera mejora y transformación educativa a partir de la reflexión y no de la compra.
Romina Pérez-Toldi i Eva Sargatal,
formadoras y asesoras pedagógicas.
