Esta es una experiencia de las que surgen sin esperarlas. De las que el azar pone en nuestras manos, y las consideramos importantes y hasta necesarias, con las que el grupo compartirá momentos especiales de afecto y emociones que debemos aprovechar como sea.
En un recorrido por las calles cercanas al cole, buscando en el mobiliario urbano volúmenes que habíamos trabajado en clase –prismas, cilindros, esferas…–, nos encontramos en una placita con un centro diurno para mayores. Los niños y las niñas enseguida preguntaron qué era y, al decirles quiénes estaban allí y qué hacían, quisieron entrar.
Estuvimos charlando un momento en la puerta para que entendieran que si queríamos visitarlos tendríamos que preguntar primero y consensuar un día y una hora.
Acercarse al espacio de vida de otras personas, sean quienes sean, requiere sigilo, cuidado y respeto. El éxito de ese acercamiento, de ese encuentro, depende casi siempre del mimo con que se organice.
Como la directora del centro no estaba, nos dieron una tarjeta con su teléfono para que llamáramos al día siguiente. Imposible olvidarse; nada más entrar por la puerta, Layonel nos lo recordó: «Hay que llamar a Mari Carmen» (les leí que así se llamaba la directora). Y concertamos la cita.
Como siempre hacemos cuando nos plantea-mos una salida, dedicamos varios momentos a planificarla. En otras ocasiones que hemos recibido a distintas personas en clase, ya sean familiares para alguna actividad o ajenas al centro que vienen a conocernos, hemos hablado sobre lo que significa recibir con amabilidad, sobre la responsabilidad de acoger.
En esta ocasión hablamos de nuestro papel como invitados. Les puse en antecedentes de cómo podrían estar los abuelos y las abuelas que veríamos, y que podíamos acercarnos y hablarles si nos apetecía. Estuvimos conversando sobre cómo son las personas mayores, cómo se comportan, qué cosas les gusta hacer… Hubo quien comentó que «no les gustan mucho los ruidos» y quien añadió «porque les duele la cabeza».
Al final estábamos tan alegres de que nos hubiesen invitado que decidimos llevar algún regalo de agradecimiento, y de todo lo que propusieron elegimos comprar una maceta para que los abuelos pudieran cuidarla y tenerla para recordarnos. Y también nos pusimos de acuerdo para cantarles Un barquito de cáscara de nuez, que nos gusta mucho y «nos sale muy bien», dijeron.
El día anterior a la visita fuimos a comprar la maceta. Estuvimos en una floristería y tuvimos la ocasión de ver un montón de plantas distintas y muchísimas flores de todo tipo.
La jornada fue fantástica. Nos recibieron con mucho cariño y alegría. Al principio estábamos un poco expectantes, mirando a nuestro alrededor y observando. Pero poco a poco nos fuimos relajando y sintiéndonos más a gusto.
Maruchi, una abuela, escribió unas letras y nos las leyó, al principio muy nerviosa y diciendo «¡qué vergüenza!». Ella estaba igual que las criaturas… Nos dio las gracias por la visita y nos recordó lo felices que están cuando ven a niños.
Con la canción también disfrutaron mucho, porque fueron imitando nuestros gestos y hasta una abuela se levantó de su asiento y aplaudió, de contenta que estaba. Tanto nos animamos que cantamos otra canción.
Después, conversamos un momento y nos despedimos. En ese momento un grupo abrazó espontáneamente a Maruchi y ella, como es lógico, se emocionó mucho.
Ya en clase, después de tantas emociones, hablamos un rato sobre la experiencia. Les gustó decir nuestros nombres y escuchar los suyos cuando hicimos las presentaciones, y la mayoría se quedó con el momento de la lectura de Maruchi. También señalaron cosas que les llamaron la atención: «Había una abuelita chiquitita, chiquitita», «Y una que se llamaba Isabel como tú», «Uno estaba así» (dijo uno poniendo la cabeza hacia abajo), «Y Maruchi ha llorado…». Hubo un acuerdo unánime: era una visita que les encantaría repetir.
Para todo el grupo ha sido, sin duda, una visita muy especial, y me consta que para los abuelos y las abuelas también.
Además, los hemos invitado a visitarnos en nuestro cole, así que esta relación ¡no ha hecho más que empezar!
Isabel Mª Cardona, maestra
de la clase de los Globos, de 4 años,
ceip Nuestra Señora de Gracia, Málaga.
julio agosto 2018