Educar de 0 a 6 años. Entrevista a Gino Ferri. La importancia de las relaciones para una educación respetuosa de la identidad de la infancia

Maestro a lo largo de más de dos décadas en Reggio Emilia, ciudad italiana que se ha convertido en modelo de educación infantil, Gino Ferri es licenciado en Ciencias de la Educación y actualmente trabaja como formador de maestros. La autora lo entrevistó para incluirlo en el blog de una escuela taller brasileña.

Natalie Catuogno: Usted habla muy bien de la importancia de las relaciones para el aprendizaje, para el proceso de conocimiento y también para el proceso de «construcción» de la identidad. ¿Por qué las relaciones son tan importantes y decisivas?

Gino Ferri: En primer lugar, agradecerte esta pregunta, que es muy interesante ya que va dirigida a temas fundamentales para la educación. Para dar respuesta quiero destacar, principalmente, una característica de los humanos: somos la única especie viviente que tiene un cerebro que se desarrolla en un 75 % después del nacimiento. Esto significa que nuestro cerebro, para desarrollarse, necesita vivir relaciones, en todos los ámbitos de la vida (en la familia, pero también en la escuela, y más en general en todos los contextos sociales, y en los que fomentan exploraciones y descubrimientos). Sin relaciones ¡no hay desarrollo! Ni del cerebro, ni del aprendizaje, ni de la identidad. Y esto es algo que sabemos desde hace más de doscientos años, a través del libro del doctor Jean Itard El pequeño salvaje del Aveyron. Además, en la actualidad todas las investigaciones de la neurociencia demuestran que las sinapsis del cerebro se desarrollan a través de procesos de relación, que permiten la construcción de conexiones neuronales aún más complejas.

Seguidamente, quiero destacar el hecho de que también las investigaciones de las ciencias sociales –antropología y sociología– y de la mente –psicología–, a lo largo de todo el siglo pasado, han evidenciado la importancia fundamental de los procesos de relación para la construcción de la identidad, individual y social, tanto como del aprendizaje y del conocimiento.

Finalmente, decir que, por lo que se refiere al ámbito de la pedagogía, todas las teorías del constructivismo, y especialmente el socio-constructivismo, han puesto en su centro la importancia de la relación, en un sentido muy amplio, como proceso fundamental para la construcción del aprendizaje.

Lo que se construye dentro de un proceso en grupo no es simplemente la suma de las diferentes aportaciones individuales, sino que es algo mucho más rico, que transforma esas aportaciones individuales en un «resultado» muy complejo que enriquece a todos los que han participado en el proceso mismo.

Es por ello que los que trabajamos en la educación deberíamos preguntarnos cada día: ¿qué hacemos para que nuestras prácticas educativas fomenten la relación (lo repito: en un sentido muy amplio) como dinámica fundamental de los procesos de aprendizaje?

N. C.: ¿De qué maneras estas relaciones tienen que ocurrir para que sean constructivas, para que colaboren con este desarrollo de la identidad, del conocimiento, de las diversas investigaciones que hacen los niños durante la infancia?

G. F.: Para comprender más sobre la importancia del concepto de relación en la educación, hace falta profundizar brevemente con respecto a cómo funcionan los procesos de construcción del conocimiento de los niños y las niñas. Movidos por su curiosidad natural, que los empuja a descubrir, conocer y comprender la realidad, los niños continuamente se preguntan sobre lo que encuentran, y lo hacen en cada momento de su vida. Es una búsqueda de significado que les hace investigar la realidad a través de sus hipótesis provisionales, que progresivamente intentan comprobar para llegar a sus propias interpretaciones. Dichas interpretaciones son dinámicas, y evolucionan incorporando nuevos descubrimientos que a la vez producen nuevo conocimiento.

Los niños y las niñas construyen conexiones entre los diferentes «fenómenos» que encuentran a la hora de hacer sus investigaciones, y es por ello que todas nuestras prácticas y propuestas educativas deberían favorecer la construcción de conexiones, o sea relaciones, entre «lenguajes» diferentes. Los niños son sujetos globales, y no tiene ningún sentido que la escuela separe en áreas y disciplinas lo que en la realidad los niños y niñas descubren a través de una actitud global hacia el conocimiento.

N. C.: ¿Cuál es el papel del adulto –padres, madres, maestros, etc.– en estas relaciones, en este proceso de relacionarse? Estoy pensando sobre todo en la rigidez con la que el mundo adulto se impone al niño, incluso a través de las relaciones, por lo general también muy rígidas. Y sobre todo en las escuelas. No sé bien cómo son las escuelas en Italia o en España, generalmente, pero en Brasil la rigidez es muy común, e incluso deseada desde muy temprano, incluso en el proceso y acerca del contenido de la educación (he visitado escuelas en las que los bebés –1 año y 5 meses– recibían folletos y libros para «aprender» a rasgar el papel de forma homogénea).

Sin relaciones no hay desarrollo, ni del cerebro,ni del aprendizaje,ni de la identidad.

G. F.: Antes de hablar del papel de los adultos, quiero añadir algo más sobre la respuesta que he comentado en la pregunta anterior: lo absurdo de que la escuela separe en áreas y disciplinas lo que niños y niñas descubren a través de una actitud global hacia el conocimiento. Esto es indudable sobre todo por lo que se refiere a las escuelas infantiles –de 0 a 6 años–, pero también en las otras etapas escolares se debería permitir mucho más que los alumnos viviesen procesos de aprendizaje más globalizados, sin fragmentar demasiado el tiempo del día a día –y de todo el curso escolar– para dar clases en las que se enseñan de forma abstracta meros «contenidos académicos» y, aún peor, haciéndolo como si no tuvieran nada que ver los unos con los otros. Este es un tema fundamental sobre el que se tendría que reflexionar muchísimo, porque se refiere a una idea de aprendizaje que hoy en día no tiene sentido.

Es decir, ¿qué es aprendizaje?, o, mejor dicho, ¿cuál es el aprendizaje que queremos que los niños y las niñas alcancen a través de los procesos educativos que viven en las escuelas? Si se piensa en el aprendizaje como una suma de informaciones o como un conjunto de meras habilidades, está claro que lo que se consigue es esa rigidez que comentas y que marca la vida de un gran número de escuelas en todo el mundo. Además, el resultado de esa manera de pensar produce una tendencia fatal hacia el adelantamiento de los aprendizajes académicos, así que, por ejemplo, en España la mayoría de las escuelas de 3 a 6 años invierten muchísimas horas para que los niños y niñas aprendan mecánicamente a leer y escribir –¡incluso letras ligadas!– antes de que pasen a la escuela primaria. Y lo hacen, que es todavía peor, sin que exista ninguna norma que las obligue a ello, ya que en los currículums de educación infantil de todas las comunidades autónomas no aparece como objetivo educativo que se tenga que alcanzar.

Pero si a cambio de esta idea tan absurda y lejana de la identidad de la infancia apostamos por una idea de aprendizaje muy diferente, una idea que valore las exploraciones y los descubrimientos que los niños y las niñas hacen investigando la realidad que los rodea, todo de alguna manera nos debe llevar a un cambio necesario. En este sentido el papel de los adultos es fundamental, y se debería enfocar a la creación de condiciones que permitan que los niños vivan procesos de construcción del conocimiento ricos y auténticos, o sea, que les permitan construir aprendizajes significativos. Hablo de un adulto que en las escuelas acompaña a niños y niñas ofreciendo espacios, materiales y contextos que fomenten el desarrollo de su actitud hacia un aprendizaje activo, vivo y significativo a través de sus investigaciones.

Para acabar: el papel de los adultos debería ser el de ofrecer posibilidades para que los niños y las niñas construyan sus propias estrategias de conocimiento, es decir, deberían fomentar lo que se suele llamar «aprender a aprender». Deberíamos pretender que los niños salgan de nuestras escuelas pensando por sí mismos, sabiendo interpretar la realidad y lo que encuentran, encontrando soluciones a problemas con flexibilidad y creatividad, desarrollando proyectos dentro de una relación grupal. Y aquí sale de nuevo el tema de la relación como estrategia fundamental en la educación, porque lo que se construye dentro de un proceso en grupo no es simplemente la suma de las diferentes aportaciones individuales, sino que es algo mucho más rico, que transforma esas aportaciones individuales en un «resultado» muy complejo que enriquece a todos los que han participado en el proceso mismo.

N. C.: ¿Es posible o deseable aprender sin ser un individuo autónomo?

G. F.: ¡No! Está claro que todo depende de la idea de aprendizaje que se tiene. Lo repito: si se piensa en el aprendizaje como una suma de informaciones o como un conjunto de meras habilidades, la autonomía no es una cualidad que se considere importante, ya que los niños y las niñas tienen simplemente que absorber los contenidos que los maestros les explican. ¡Pero esto no es aprendizaje! Esto es algo que se tiene que cambiar, o por lo menos algo que debemos luchar para cambiar. Cada uno en su contexto, por grande o pequeño que sea, debería hacer lo posible para que esta idea tan vieja, que todavía marca la identidad de muchas escuelas, pueda cambiar, pueda evolucionar hacia una idea de educación que intenta respetar la identidad de la infancia, valorando las maneras de aprender y construir activamente el conocimiento de niños y niñas.

N. C.: Cualquier cambio en el proceso educativo siempre se enfrenta a mucha resistencia dentro y fuera de las escuelas. ¿Por qué y cómo manejarlo?

G. F.: Sí, es verdad que las resistencias a los cambios en la educación son muy fuertes. Y es también verdad que los cambios cuestan a muchos sujetos que forman parte del proceso educativo: educadores y maestros, padres, sociedad.

Los niños son sujetos globales y no tiene ningún sentido que la escuela separe en áreas y disciplinas lo que en la realidad los niños y las niñas descubren a través de una actitud global hacia el conocimiento.

Por parte de los que ejercen un papel educativo, los maestros, aquello que más los frena es el miedo de perder la seguridad que les aportan las maneras muy estructuradas de enseñar. Está claro que saberlo todo con antelación, saber qué hacer cada día siguiendo un programa preestablecido, siguiendo un libro de texto, deja muy seguros a los maestros, pero ¿qué tiene que ver esta manera de vivir la educación con la identidad de los niños y las niñas?, ¿qué tiene que ver con sus necesidades de conocimiento?, ¿qué tiene que ver con su actitud hacia la investigación de la realidad?

Es por ello que los que trabajamos en la formación de los maestros debemos primero «desmontar» esa búsqueda de seguridad, enfocándola como algo que solo tiene que ver con las necesidades de los propios adultos. Luego el paso siguiente es valorar la «inseguridad» como una manera de aprender estando al lado de los niños, escuchándolos y observándolos para construir nuevas maneras de vivir la educación, más auténticas y capaces de dar respuesta a sus necesidades.

Está claro que saberlo todo con antelación, saber qué hacer cada día siguiendo un programa preestablecido, siguiendo un libro de texto, deja muy seguros a los maestros, pero ¿qué tiene que ver esta manera de vivir la educación con la identidad de los niños y las niñas?

De parte de los padres hay también muchas resistencias a los cambios, porque lo más común es el miedo de que viviendo en escuelas menos rígidas, más libres, sus hijos «no aprendan nada». Y es un miedo comprensible, porque nace de unos estereotipos muy comunes en la sociedad actual, y que se refieren a esa idea de aprendizaje de la que ya he hablado mucho antes: una suma de informaciones o un conjunto de meras habilidades. Por eso las expectativas de muchos padres son que sus hijos adquieran muchas informaciones, las máximas posibles, que sepan muy pronto «hacer cosas» (leer, escribir, contar…), porque esta es la idea de educación que tienen. Por eso quieren que las escuelas envíen a casa muchísimos deberes, ya que les parece que hay una correspondencia directa entre la cantidad de deberes y la calidad de la experiencia escolar de sus hijos. Es algo «normal», pero ¿quién tiene la responsabilidad de hacer lo posible para cambiar esta mirada de los padres?, ¿quién tiene la responsabilidad de «ayudar» a los padres a construir expectativas diferentes?

A estas preguntas solo se puede responder así: ¡nosotros! Somos los que trabajamos en la educación, y que deseamos apostar por un cambio educativo, los que tenemos la responsabilidad de comunicar a los padres cuáles son las características de la infancia para que las conozcan y comprendan más. Es nuestra tarea hacer lo posible para que los padres puedan darse cuenta de las diferencias entre lo que les parece necesario, o sea esos «aprendizajes mecánicos» que se esperan de la escuela, y los aprendizajes mucho más significativos que en cambio corresponden a las necesidades auténticas de los niños y las niñas. Esta es la manera más eficaz para involucrarlos dentro de los cambios que queremos en los procesos educativos.

La verdad es que hay sujetos a los cuales los cambios en los procesos educativos no les suponen ninguna dificultad: los niños y las niñas. Al contrario, ellos siempre son muy agradecidos por las posibilidades que les damos de vivir en escuelas que respetan su identidad y sus maneras de ser investigadores autónomos, construyendo activamente su aprendizaje y conocimiento.

Esta es la clave: enseñar lo que «produce» en los niños una manera diferente de vivir los procesos educativos.

N. C.:Niños y niñas son investigadores natos, curiosos, intensos, potentes. Sin embargo, existe una brecha entre el conocimiento que producen y lo que esperamos que produzcan. E incluso una brecha en la manera de comunicar este conocimiento. ¿La documentación pedagógica es una manera de aproximarnos?

La verdad es que hay sujetos a los cuales los cambios en los procesos educativos no les suponen ninguna dificultad: los niños y las niñas.

G. F.: Sí, la documentación es una posibilidad muy importante para la educación, pero creo que es necesario reflexionar un poco más, porque también es verdad que es algo que en ocasiones se habla en exceso, arriesgando a que se pierda su verdadero significado. ¿Qué quiero decir? Simplemente que la documentación está «muy de moda», y entre los que hablamos de documentación hay muchas personas que la están transformando en una especie de «mito». Me refiero al hecho de que, por ejemplo, alguna vez se escucha hablar de la documentación como de una «arquitectura de la mirada» o de «una estrategia estética y poética». ¿Qué quiere decir «arquitectura de la mirada»?, ¿qué quiere decir «estrategia estética y poética»?, ¿qué quieren decir esas palabras tan refinadas?

Eso no va conmigo, ya que para mí lo único que se consigue utilizando palabras y frases parecidas es dejar a las personas que las escuchan como si estuvieran dentro de la niebla, perdidas con respecto a esa palabra que parece un mito. Y, lo que es peor, si nosotros que hablamos de documentación permitimos que se entienda como un mito, ¿qué efecto producimos en quienes nos escuchan? Así solo favorecemos que corran el riesgo de pensar en la documentación como una finalidad de nuestro trabajo y no como una posibilidad de trabajar mejor y con más sentido. Por ello, creo que deberíamos hacernos más conscientes de que se tiene que pensar en la documentación solo como un recurso importante para la educación, un recurso

• para conocer –nuestra realidad escolar en todos sus aspectos, los niños y niñas, sus procesos de aprendizaje, etc.– y luego para actuar, construyendo nuestra acción educativa según lo que aprendemos a través de nuestros procesos de conocimiento apoyados en la documentación;

• para comunicar a los demás –padres, políticos, sociedad, etc.– algo importante con respecto a la identidad de la infancia, enseñando también ejemplos concretos y argumentados que hablan de los indudables beneficios que produce una manera nueva de vivir los procesos educativos.

Esta para mí es la cualidad más fuerte que tiene la documentación educativa, que, lo repito, tiene que ser vivida como un recurso para educar mejor, y no como una finalidad de lo que hacemos en nuestro trabajo. Esta es también para mí una posibilidad muy potente, que nos ayuda a valorar los significados de los cambios en los procesos educativos, para que así haya más personas que puedan darse cuenta de la importancia y necesidad de dichos cambios en este mundo contemporáneo tan complejo.

Se tiene que pensar en la documentación solo como un recurso importante para la educación.

Natalie Catuogno, del blog de la escuela taller Carambola de Sao Paulo, Brasil. https://medium.com/@ateliecarambola/

 

 

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