El año pasado, después de visitar numerosas escuelas infantiles de Barcelona para elaborar el Protocolo de actuación y prevención de maltratos y abusos sexuales infantiles de los centros municipales, comprendimos que quienes dedican su vida a la educación infantil son unos privilegiados. Privilegiados por poder dedicarse a un trabajo tan vocacional y hermoso. Privilegiados por poder contagiarse de la manera de mirar de los niños y las niñas menores de 6 años y ver el mundo con su sorpresa y curiosidad. Privilegiados por participar en una etapa clave en el desarrollo de una persona. Privilegiados porque, desde aquí, el futuro se ve esperanzador.
Más allá del privilegio personal de realizar una tarea como esta, los maestros de Educación Infantil y los tei también tienen el privilegio de conocer extraordinariamente bien a las familias de sus niños y niñas, seguramente en un grado mayor que el de cualquier otro educador que intervendrá en su vida. Acompañan a los progenitores en el proceso de ser padres y madres, y ayudan a la familia a transitar entre los diferentes momentos evolutivos tan cambiantes y rápidos de esta etapa, a establecer rutinas, hábitos y límites que sostendrán las dinámicas familiares futuras.
Pero todo privilegio comporta responsabilidad. Este conocimiento familiar y esta influencia convierte a los maestros de Educación Infantil y tei en agentes clave en la protección, prevención y detección de abusos sexuales infantiles (asi) y de otros malos tratos. Pocos profesionales tienen un vínculo tan estrecho con las familias, y conviene no dejar pasar la oportunidad de usar esta posición para ayudar a los niños y a las niñas a tener un desarrollo feliz.
No es responsabilidad de niños y niñas conseguir ser ayudados. Ellos tendrían que contar con adultos preparados para protegerlos adecuadamente
Niños con derechos, adultos con responsabilidades
La Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, una de las brújulas que ha de guiar a los que trabajamos para la infancia, establece en su artículo 34 que «todo niño tiene derecho a ser protegido de cualquier tipo de explotación y abuso sexual».
El Consejo de Europa emprendió en el año 2010 una campaña que llevaba por nombre «1 de cada 5», para recordarnos que estas son las sobrecogedoras estadísticas del abuso sexual infantil en Europa. No hablamos, no queremos afrontarlo, pero la frecuencia no cambia: se repite año tras año, estudio tras estudio.
La realidad española tampoco escapa a estos datos: el estudio de mayor magnitud se realizó el año 1994, por el doctor Félix López y colaboradores, e indicó que la prevalencia del abuso sexual infantil en España es del 23 % de las mujeres y el 15 % de los hombres, con una alta probabilidad de revictimización, normalmente asociada a los efectos traumáticos a corto y a largo plazo y a la situación de aislamiento en la que se encuentran las víctimas (el 28 % no comunicó a nadie el abuso, y de los que sí lo hicieron el 60 % no recibió ninguna ayuda).
El estudio más reciente, realizado en Cataluña (Pereda y Forns, 2007), revela que la prevalencia del abuso sexual infantil es del 15,5 % en el caso de los niños y del 19 % en el caso de las niñas. Un 17,9 % de las personas encuestadas manifestó haber sufrido abusos sexuales con contacto físico antes de los 18 años: un 3 % entre los 13 y los 18 años y un 14,9 % antes de los 13 años.
Es difícil pensar que uno de cada cinco niños sufrirá algún tipo de abuso sexual. Y es casi inconcebible que esto también pase con niños y niñas de educación infantil. Y, a pesar de comprender la dificultad de imaginar una cosa así, mientras no nos atrevemos a hacerlo, eludimos nuestra responsabilidad como agentes protectores privilegiados.
¿Qué es el abuso sexual infantil?
El abuso sexual infantil es un abuso de poder que se da cuando una persona utiliza un niño o adolescente como objeto sexual. No se trata únicamente de acciones con contacto físico: puede haber situaciones de abuso en las que este no exista. Hay niños o niñas, por ejemplo, utilizados para grabar material pornográfico o para presenciar actitudes sexuales de otros. Esto, evidentemente, constituye una agresión a su identidad y sexualidad.
El abuso, pues, consiste en pedir al niño que presencie o participe en actividades para las que no está preparado para dar consentimiento. Esta demanda de participación hace que se sienta parte de ello, crea que es cómplice de la situación y se sienta culpable de lo que está pasando. Como no puede comprender lo que pasa y, además, se siente responsable, con frecuencia calla y no busca ayuda. Esto convierte a menudo el abuso en invisible.
Pero no es responsabilidad de niños y niñas conseguir ser ayudados. Ellos tendrían que contar con adultos preparados para protegerlos adecuadamente de este problema. Sin embargo, esta no es la realidad. Todavía nos falta formación sobre el tema y estamos cargados de falsas creencias que nos dificultan mucho identificar el abuso. Y de nuevo, si no lo sabemos ver, lo convertimos en invisible.
Hay que educar a los niños y las niñas para saber que hay cosas que pueden herirlos, y que siempre pueden pedir ayuda para salir de una situación que les haga daño, sea quien sea quien la provoque
Por ejemplo, decimos a los niños y las niñas que no hablen con desconocidos para protegerlos de aquellos que creemos que les podrían llegar a hacer daño, cuando la realidad es que entre el 70 % y el 85 % de los casos pasan dentro de la familia o en su entorno de confianza. Si el niño cree que aquellos a quien quiere y en quien confía no le pueden hacer daño, será mucho más complicado que llegue a poner nombre a una agresión que venga de este entorno. Con frases como esta, reforzamos esta incapacidad que no les dejará pedir ayuda. Hay que educar a los niños y las niñas para saber que hay cosas que pueden herirlos, y que siempre pueden pedir ayuda para salir de una situación que les haga daño, sea quien sea quien la provoque.
Pero no solo estamos desinformados sobre qué es el abuso, cómo y dónde se da. A menudo no recordamos derechos absolutamente básicos que padres, madres y comunidad educativa en general tendríamos que tener siempre presentes. Pedimos a los niños, por ejemplo, que den besos a todo el mundo por educación. O les pedimos que los den a quienes acaban de herirlos para hacer las paces. Es un derecho universal, el de gestionar sus afectos y compartir su intimidad como el niño desee. Será difícil que un niño sepa cuándo se vulnera su intimidad si no los educamos para saber que su cuerpo es suyo. Para saludar no hace falta un beso, y para resolver un conflicto, tampoco. Enseñándolos a ser protagonistas de su cuerpo y sus expresiones de afecto, les damos herramientas preventivas contra la vulneración de sus derechos.
Riesgos y protección
Como decíamos, para prevenir el abuso sexual infantil en nuestras clases, es capital que nos formemos sobre la realidad de este tema, rompiendo las desinformaciones y los tabúes que dificultan detectarlo y proteger adecuadamente a los niños. Pero combatir el abuso sexual infantil no solo depende de la detección de casos. Tenemos también en nuestras manos una posibilidad mucho más esperanzadora: podemos hacer prevención y ayudar a que el abuso no suceda.
La prevención ha de empezar con medidas que eviten ocasiones y actitudes que podrían ser consideradas de riesgo. Tener presente, por ejemplo, que los lavabos y cambiadores del centro deben preservar la intimidad del niño y, a la vez, garantizar la transparencia de lo que pasa como factor de prevención. No sostenemos esta consigna para proteger solo al niño: también así protegemos a los educadores de posibles desconfianzas. Otras medidas de protección en esta línea podrían ser evitar que los niños y niñas hagan juegos de agua con pañales y ropa interior o vestidos inadecuadamente (especialmente si el patio está a la vista de vecinos y peatones), evitar que los alumnos entren en los vestuarios de los profesionales (cuando, por ejemplo, una familia llega tarde a recoger el niño y el maestro quiere empezar a cambiarse para poder marchar), hacer curas con la puerta abierta o acompañados de otros niños…
Los educadores y las educadoras tienen la facultad de aplicar dinámicas en clase que puedan dotar a los pequeños de herramientas de autoprotección y prevención de abusos
La reflexión sobre las posibles conductas de riesgo y la redacción de un protocolo de actuación diseñado para tener consignas claras sobre qué hacer y qué no hacer en la prevención de abusos sexuales infantiles ayuda a tener un marco de referencia claro, a reducir la angustia en la comunidad educativa y a proteger mejor a todo el mundo: los niños, las familias y los centros.
Prevención y educación
Más allá de establecer normativas orientadas a la prevención del abuso sexual y a la protección de niños y niñas, los educadores y las educadoras tienen la facultad de aplicar dinámicas en clase que puedan dotar a los pequeños de herramientas de autoprotección y prevención de abusos.
Educación emocional y afectivosexual
Los niños y las niñas con una mejor educación emocional son menos vulnerables. Conviene pues desarrollar competencias emocionales ya desde educación infantil, enseñando a los niños a ser conscientes de las propias emociones, a saber manifestarlas mediante el lenguaje verbal y no verbal, y a reconocer los sentimientos y las emociones de los demás.
Por otro lado, la educación afectivosexual, más allá del conocimiento puramente biológico, explica importantes procesos como la construcción de la identidad de género o las relaciones afectivas. Por eso, dotando a niños de competencias afectivosexuales adaptadas a su momento evolutivo prevenimos abusos sexuales.
Es necesario que los niños conciban la sexualidad como una vía de afectividad y placer, que asuman positivamente su identidad sexual y la liberen de elementos de género discriminatorios. Tampoco hay que penalizar conductas masturbatorias o de descubrimiento del cuerpo. Estas situaciones pueden ser oportunidades para trabajar conceptos como el espacio personal y el principio de intimidad.
Educación en el respeto y la confianza
Los secretos son también un elemento destacado a trabajar en la prevención de abusos. En ellos van implícitos conceptos de confianza y respeto. Aún así, hacer al niño cómplice de un secreto puede suponer un factor de riesgo que lo deje indefenso: cuando se hace un mal uso pueden producirse abusos de confianza y de poder, creando situaciones de riesgo y desprotección. Muchos abusos, por ejemplo, quedan tapados por un silencio impuesto que se apoya en la frase «este será nuestro secreto». Para prevenirlo, podemos crear dinámicas donde niños y niñas diferencien entre secretos buenos y malos.
Tenemos que potenciar una red de personas más allá del núcleo familiar que sean referentes de confianza para los niños
Los secretos buenos son divertidos, tienen elementos de sorpresa y nos hacen disfrutar. La preparación de una función de fin de curso para los padres, por ejemplo. Los secretos malos, en cambio, son aquellos que nos hacen daño, nos hacen sentir atrapados y tenemos que explicarlos a alguien para que nos ayude.
Es muy importante destacar la confianza como elemento positivo y de seguridad para los niños. A partir de los cuatro años, podemos empezar a trabajar su círculo de confianza. Haremos que los niños y las niñas levanten la mano y digan cinco personas –una por cada dedo de la mano– a quien explicarían un secreto malo y podría ayudarlos.
Tenemos que potenciar una red de personas –profesionales o no– más allá del núcleo familiar que sean referentes de confianza para los niños. En este sentido, conviene que reforcemos al maestro y al tei como figura de confianza. Y hace falta que maestros y tei actuemos como personas confiables, siempre dispuestas a ayudar a los niños. De esta manera podrán comprender que, si quieren contar con nosotros, estaremos a punto para echarles una mano cuando lo necesiten.
Educación en los límites
Los niños y las niñas son incapaces de decir no a un adulto ante una invitación, solicitud o situación contraria a aquello que se considera correcto. Esto los sitúa en una posición de vulnerabilidad y los hace fácilmente manipulables. Esta vulnerabilidad se agrava en niños con necesidades especiales. Un niño que no sepa o no se crea con derecho de decir que no tendrá muy complicado expresar opiniones y acatará, sin sentido crítico, las ideas y deseos de los otros. Por el contrario, expresar qué quieren los ayuda a reafirmarse y a desarrollar su autonomía. Por eso es importante educar en el «no» y respetar el «no» de los niños y las niñas.
Los límites dan seguridad a los niños. Hay que haber establecido un sistema claro de límites y rutinas pero, también, saber escuchar los propios límites que niños y niñas tienen derecho a poner sobre sus vidas. Un niño no puede destruir las construcciones de otro, pero tampoco tendría que ser obligado a hacer las necesidades en medio de la clase si le da vergüenza.
Detección y actuación
Las acciones de prevención y actuación en caso de maltrato o abusos sexuales infantiles han de guarecerse bajo el paraguas de un protocolo que aborde de manera integral la cuestión. El protocolo brinda seguridad a toda la comunidad educativa –niños, personal docente, servicios complementarios, personal en prácticas…– y protege los derechos del niño.
Uno de los aspectos que acostumbra a inquietar a la comunidad educativa cuando aparecen sospechas o constataciones de abuso es la denuncia. Hace falta desterrar el término denuncia, puesto que no es a un profesional de la educación a quien le corresponde hacerla. Maestros y tei tienen que poner en conocimiento de los servicios indicados las sospechas o evidencias para que sean estas instituciones las que comiencen, si hace falta, el proceso. Así pues, es necesario que los educadores y las educadoras se liberen de una responsabilidad que no les corresponde y asuman la que les es propia: no denuncian un abuso, sino que comunican unos hechos que han podido observar. Si no los comunican, dejan desprotegido al niño.
Cuando un educador recibe una información que podría indicar que un niño sufre un abuso, tiene que transmitirle la tranquilidad que necesita, no ha de asustarse ni ha de interrogarlo: él o ella relatará su historia de la manera en que se sienta más cómodo.
Es comprensible que ante esta situación un educador implicado quiera saber más para tener el convencimiento total de que el niño ha sufrido un abuso antes de informar a otras instancias, pero hay que proteger al niño de tener que explicar los hechos una y otra vez. Si el abuso no ha sucedido, ya lo decidirán personas preparadas para hacer esta evaluación una sola vez.
Hace falta desterrar el término denuncia, puesto que no es a un profesional de la educación a quien le corresponde hacerla.
Un futuro privilegiado
Hace pocos años nos costaba mucho encontrar espacios de reflexión conjunta con la comunidad educativa para poder afrontar este tema. Era complicado contrastar las estadísticas que se repetían en todos los estudios y el firme convencimiento de que «este tema es horrible, pero en nuestra casa no pasa, en nuestra escuela no pasa, en nuestro entorno no pasa». Hoy, una revista como esta nos propone un espacio para hablar. Gracias. Un lector como tú se interesa en leerlo y formarse. Gracias. Un nuevo momento empieza, y es un privilegio estar aquí y vivirlo.
Nos atrevemos ya a mirar cara a cara un problema que durante tantos años hemos hecho invisible. Y este es, por lo tanto, un momento privilegiado para poder erradicar el abuso sexual infantil. Felicitémonos, como sociedad y como comunidad educativa, por haber llegado a este punto, que hace pocos años parecía una quimera, y trabajemos con responsabilidad para disfrutar de este momento privilegiado, con niños plenamente protegidos que construirán un futuro lleno de esperanza.
Pilar Polo, psicóloga, responsable de relaciones institucionales de la fundación Vicki Bernadet.
Marcos Camarzana, profesor, Departamento de Formación y Sensibilización.
Bibliografia
Pereda, N., y M. Forns, «Prevalencia y características del abuso sexual infantil en estudiantes universitarios españoles», Child Abuse & Neglect, núm. 31, 2007.