Alimentar la creatividad es tan sencillo como jugar con la casualidad. Algunas propuestas creativas son simples y divertidas. Casi tanto como dibujar a ciegas.
Dependiendo de la edad de los niños y las niñas, podemos hacer algunas hipótesis sobre qué pasará al dibujar con los ojos tapados: ¿proporciones, distribución en el espacio, formas reconocibles?
Empecemos tapándoles –o tapándonos– los ojos. Antes de dibujar, es importante situarse en el espacio. Tocarlo ayuda a orientarse. Después, el dibujo. Al comienzo cada cual dibuja lo que más le gusta, lo que le hace sentirse cómodo, y a medida que la sesión avanza las propuestas suelen volverse más arriesgadas. Después, al levantar la venda, aparece la sorpresa, la diversión. Podemos hablar, hacer apreciaciones, comentar el dibujo… pero debemos ser respetuosos y no ofender.
Una vez comentado el dibujo, podemos devolvérselo. Es una bonita manera de recrearse en el placer sensorial de dibujar: en el recorrido del gesto, en el sonido del trazo, en qué siento, pero sobre todo en cómo me siento. Y en cómo se agudizan el resto de sentidos al estar privados de la vista.
Uno de los beneficios de dibujar a ciegas es aprender a gestionar la frustración. Algunos niños y niñas son altamente exigentes con ellos mismos, con sus capacidades y posibilidades. Aprender a aceptar las capacidades y limitaciones propias es básico para no estancarse y abandonar, y para que la autocrítica no les anule las ganas de seguir dibujando. Hay que tener presente que el dibujo es un lenguaje, y que, como tal, hay que practicarlo y disfrutarlo, amarlo. El dibujo es un vehículo para la expresión. Pero no hay que ser un gran dibujante para transmitir. A dibujar, se aprende dibujando una y otra vez… y amándolo que no sale como te esperabas, pero que te ayuda a crecer.