El intercambio cultural ha construido lo que somos hoy. Toda nuestra riqueza cultural es fruto de los diversos colectivos que hemos convivido a lo largo de la historia, y también hoy constituye una oportunidad para crecer como humanos.
Tenemos suerte de vivir en una sociedad fruto de la mezcla de culturas. Porque el desarrollo de las sociedades es más producto de la cooperación y simbiosis, que de la competición. Las culturas están vivas y se transforman porque las personas que las sostienen interactúan con la realidad y otros grupos humanos.
Hay que aceptar el hecho cultural como una construcción continua y cambiante, o estaremos animando una actitud que impide el acercamiento y la construcción de valores comunes, emplazando a una dinámica de relaciones desiguales donde los símbolos provocan confrontación en vez de diálogo e intercambio cultural, y supone ver a las familias y sus hijos como si vivieran en una cultura inmovilista y cerrada.
Gracias a familias que han venido en busca de un nuevo proyecto de vida, han cambiado también nuestras escuelas. La diversidad siempre ha existido en nuestros centros, visibilizada ahora gracias a los hijos de las familias que vienen de otros lugares. Estas aportan a nuestro quehacer diario motivación y la oportunidad de poner en práctica valores que defendemos: la universalidad de los derechos humanos, el acceso equitativo a las oportunidades para todas y todos, la igualdad de género, la justicia, la solidaridad y la paz.
Flexibilidad, trabajo en grupo e individualización son referencias metodológicas que ayudan a aprovechar la riqueza que supone la diversidad de nuestras escuelas para lograr el sentido pleno de la inclusión.
En nuestro mundo globalizado la información circula a velocidad de vértigo, por lo tanto, la atención a nuestros niños y niñas debe ser cada vez más individualizada. Tener en cuenta el bagaje y los conocimientos que aportan cada una y cada uno de ellos es apostar por el enriquecimiento de todos. Y trabajar conjuntamente con todos los agentes educativos –maestros, familias, barrios, administraciones…– revertirá en nuestro progreso social: menor fracaso escolar, reducción de la brecha social y educativa para las familias en desventaja socioeconómica y cultural, implicación de los entornos comunitarios y mejora de la convivencia ciudadana.
Si por una parte es necesario visualizar, respetar y valorar la cultura de origen de las familias que llegan a nuestras escuelas, por otra es importante fomentar que desarrollen sus personalidades optando libremente por los valores y actitudes de las culturas con las que conviven y que mejor se adapten a su personalidad, expectativas o forma de ver la vida.
La educación ha de facilitar el diálogo y el contacto entre personas de culturas distintas, y hacer posible el mestizaje y el intercambio real y efectivo de símbolos, creencias, conductas y valores.
Si, en el ámbito educativo, vemos la diversidad como una cuestión real y positiva que podemos aprovechar, ganaremos en todos los niveles de la sociedad.