Qué vemos, cómo lo contamos. Hamacas sí, hamacas no en el tiempo de acogida

Queremos haceros partícipes de una experiencia que hemos tenido en la E. I. Haurtzaro, en el sector de lactantes. Contamos nuestra experiencia desde el más absoluto respeto, y con la información de la que disponemos.

Este texto nace de la necesidad de querer abordar la pertinencia y la compatibilidad del uso de la hamaca en el tiempo de acogida junto con la práctica del movimiento libre.

La utilización de la hamaca surgió como una herramienta que permitió dar respuesta a las necesidades más primarias de un bebé y se complementó perfectamente con su movimiento libre, sin generar ningún tipo de interferencia en el desarrollo de su autonomía.

Lo concebimos más bien como parte de un momento «transicional» durante el tiempo de acogida en la escuela infantil, un momento emocionalmente crítico.

Creemos que las vivencias del niño previas a venir a la escuela deben marcar el punto de partida de nuestra práctica educativa. Cuan­do llega a la escuela un niño o una niña que nunca ha estado en el suelo, que recibe pecho a demanda (también para calmarse) o duerme haciendo colecho, la adaptación se complica.

 

Foto: Inder Batthi


Foto: BeatrizRuiz

Apoyamos y respetamos las diferentes prácticas de crianza, por eso nuestro enfoque integrador del uso de la hamaca en un momento puntual responde a la comprensión de la demanda que hace el niño del cuerpo de su madre, de sus vivencias anteriores.

Respetar el tiempo que necesitan para interiorizar los cambios tan grandes que supone la separación de su figura de apego, y conseguir crear otros vínculos seguros con la educadora, es una tarea exigente. Muchas veces nuestros medios se quedan cortos ante las múltiples y diversas demandas que derivan de las diferentes formas de crianza.

Hay momentos en la práctica diaria en los que el acompañamiento del llanto es más dificultoso e interfiere en el ambiente relajado, como puede ser el momento de la comida.

Era en este momento, en el que solo una educadora se quedaba con los niños y niñas que no estaban comiendo, cuando el llanto de Izan –11 meses– no podía ser acompañado con continuidad. Esto generaba un ambiente que no ayudaba en nada al momento personal y agradable de la comida.

Nos planteamos hasta qué punto se respetaba, de esa manera, tanto al grupo como a Izan.

Probamos entonces la hamaca, para observar su respuesta. Nues­tra sorpresa fue que para Izan el tumbarse en algo conocido le ayudó a relajarse él solo e incluso permitió que llegara a conciliar el sueño.

Dándole la oportunidad de usar de una manera libre la hamaca, donde se sentía arropado y de la que podía bajar cuando quería, se generó un ambiente acogedor y cálido. Su llanto había cambiado e Izan empezó a gestionar sus emociones, consiguiendo salir del bucle de llanto en el que se metía diariamente. En poco tiempo dejó de necesitar la hamaca.

Nuestra conclusión de esta experiencia es que el uso de la hamaca, de manera puntual y pensada, es compatible con los dos pilares fundamentales de la escuela: la seguridad afectiva y la movilidad libre.

 Vanessa Arrastia y Beatriz Ruiz, educadoras de la E. I. Haurtzaro, Pamplona. Nerea Luquin, educadora infantil.

Inder Batthi (fotos), tallerista de las Escue­las
Infantiles Municipales
de Pam­plo­na

 

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