Decidir qué, cómo y cuándo evaluar en Educación Infantil no es una cuestión fácil. Este artículo pretende realizar un aporte a la reflexión sobre la evaluación ofreciendo una mirada distinta sobre los procesos evaluativos. Tradicionalmente ha predominado una perspectiva basada en la evaluación de los niños y las niñas, pero aquí se ofrecen pautas que inciden en la necesidad de evaluar el contexto que se ofrece a los menores como punto de partida para la evaluación y la mejora.
La evaluación sigue siendo hoy en día una de las asignaturas pendientes en las escuelas, en todas sus etapas. En Educación Infantil, un gran número de educadoras, a pesar de sus intentos de configurar y redefinir los procesos de evaluación, siguen sin sentirse satisfechas con el trabajo realizado. En general, utilizan debidamente la observación como medio para realizar la evaluación, pero tienen muchas dudas respecto a los criterios con los que realizarla. Muchas de ellas toman como referencia los diferentes decretos de las consejerías de educación que especifican bajo qué parámetros tienen que llevar a cabo el proceso evaluativo, y atendiendo a esos parámetros evalúan hasta qué punto las niñas y los niños han alcanzado los objetivos requeridos. Dichos parámetros son los que después tienen en cuenta a la hora de realizar el informe que presentan a las familias. Este tipo de evaluación suele provocar momentos de tensión en los encuentros con las familias, que perciben una mirada sobre su hijo que no les satisface.
El presente artículo pretende reflexionar sobre la evaluación desde un prisma diferente para ofrecer pautas para una práctica más ajustada que influya en el bienestar de los menores y sus familias, y cómo no, de las propias educadoras. Finalizamos con la descripción de una experiencia desarrollada en una ikastola, centro de Educación Infantil de la red concertada de escuelas que nacen como precursoras de la lengua y cultura vascas, que aborda el proceso evaluativo planteado en este artículo.
Interacción niños-contexto
Si analizamos el tipo de evaluación que comúnmente se realiza en los centros de Educación Infantil, comprobaremos que el objeto de evaluación recae en las niñas y los niños, evaluándose el nivel de sus logros y obviando, en la mayoría de las ocasiones, el proceso seguido. Es este, a nuestro modo de ver, un punto de vista limitado debido a las razones que exponemos a continuación. Teniendo en cuenta el conocimiento acumulado hasta la fecha (Bertalanffy Von, 1976; Bronfenbrenner, 1979), sabemos que las personas nos desarrollamos en interacción con el medio. Nacemos con diferentes capacidades innatas (Bowlby, 1969), estrategias evolutivas que a nuestros antepasados les sirvieron para sobrevivir en un entorno complicado que no dominaban. Esas capacidades potenciales del ser humano se van actualizando, se desarrollan a partir de la respuesta que se obtiene del entorno próximo. Las investigaciones resaltan que el entorno más importante es el familiar, seguido del escolar (Belsky, 2009). Depender de las respuestas de los adultos para un desarrollo saludable supone que las características personales de esos adultos y sus historias personales condicionan las respuestas que va a recibir el menor por parte de ellos. Por tanto, el entorno del menor puede, en función de sus características, fomentar o limitar el desarrollo de sus capacidades y, en función de ello, condicionar las relaciones que construya con sus iguales, su desarrollo afectivo e intelectual y, por ende, serán los niveles de logro conseguidos en esos contextos los referentes de evaluación en el centro de Educación Infantil. Teniendo en cuenta la importancia de impulsar procesos saludables en el desarrollo de la infancia y la necesidad de compensar algunas respuestas de contextos familiares y sociales externos a la escuela, limitar el foco de la evaluación al menor es una decisión sesgada, por lo que proponemos ampliar la evaluación al entorno que se le ofrece y, más concretamente, al impacto de ese entorno en los niños y las niñas. Desde nuestro punto de vista, poner el foco de la evaluación en lo que ofrecemos a los menores puede ser útil para podernos ajustar mejor a sus necesidades y fomentar un desarrollo más saludable. Este proceso promueve la mejora de la práctica como una acción diaria y permanente.
Evaluación del contexto
Si queremos cambiar de paradigma y comenzar por evaluar lo que ofrecemos al menor, debemos, en primer lugar, poner el foco en nosotras como educadoras. Ello supone desarrollar nuestra capacidad de conciencia, reorientar la mirada hacia nuestro interior y considerar su importancia en el desarrollo de nuestra profesión docente. Esta toma de conciencia no resulta fácil por falta de costumbre, quizás por miedo a que no nos guste lo que vamos a encontrar, pero es fundamental en el proceso de evaluación. Debido a esa razón o a algunas otras, en algunos casos hemos atribuido a las familias la responsabilidad de lo que ocurre al menor, y en otros casos responsabilizamos de sus actos al menor. Si hacemos el paralelismo con una ecuación en la que la respuesta del menor es igual a lo que el contexto le ha ofrecido y le ofrece, la escuela tradicionalmente ha suprimido de la ecuación su parte de responsabilidad. La escuela, siendo responsable de las relaciones que construye con las niñas y los niños y la gestión que hace del espacio y sus materiales y el tiempo, juzga al menor sobre los resultados que se supone que tiene que alcanzar. El menor no puede hacer nada salvo sobrevivir en ese sistema que lo diferencia en clases. A nuestro parecer, el sistema conduce al menor a una paradoja (Watzlawick, Weakland y Fish, 1992) en la que el adulto le pide un cambio que no puede realizar, puesto que el cambio en su comportamiento no depende únicamente de él. Es a nuestro parecer una de las perversiones que los adultos utilizamos desde nuestra posición de poder respecto a los niños.
Como hemos oído muchas veces, la mejor herramienta de la educadora es ella misma. Cuanto más consciente sea de ella misma más libre va a ser, más auténtica, más consciente de las opciones que tiene delante, lo que le permitirá ajustarse mejor a las necesidades de cada niña y niño. Una manera de ser más consciente es reflexionar sobre una misma en situación de práctica. ¿Qué estoy sintiendo con lo que está comunicando ese menor?, ¿qué ideas me vienen a la cabeza?, ¿qué tienen que ver esos sentimientos y esos pensamientos con cómo soy y con lo que he vivido?, los criterios que utilizo para ver la realidad ¿qué tienen que ver a la hora de interpretar la realidad que tengo delante de mí? y ¿qué tienen que ver con la respuesta que le doy? Esas y otras muchas preguntas pueden ser útiles para iniciar la reflexión y el viaje al interior de cada una. Se puede utilizar el diario como herramienta para facilitar la reflexión o la grabación en vídeo y posteriormente analizar nuestra práctica. Se puede hacer individualmente o en grupo. Reflexionar sobre qué es lo que le ofrecemos a cada menor y el impacto que tiene sobre ellos nos podrá llevar a una mejora continua de nuestra actividad a la vez que aumentaremos nuestro nivel de satisfacción como educadoras.
Pero no termina aquí el proceso. Aunque lo más importante sea la respuesta de la educadora, tenemos que darnos cuenta que la experiencia del menor se da en un espacio, con unos materiales, en un tiempo y en interacción con otros menores. De nuevo la observación del contexto nos puede dar pistas para poder entender al menor en ese entorno. ¿Qué influencia tiene el espacio en cada menor? ¿Su organización facilita el desarrollo? ¿Los materiales que se proponen son significativos para ello? ¿Todos? ¿En qué medida lo son cada uno de ellos? ¿La gestión del tiempo permite actualizar esas capacidades potenciales? ¿En qué medida cada propuesta facilita las conductas de vinculación de cada menor? ¿Cómo gestiono las conductas disruptivas que cada menor muestra en referencia a los demás niños?
Consecuencias de la evaluación del contexto
Evaluar el contexto supone responsabilizarse de lo que uno es y de lo que hace. Supone cambiar uno mismo, desarrollarse permanentemente, caminar por la senda de la autorrealización y consecuentemente fomentar el desarrollo de cada pequeño, sin juzgarlo, ni catalogarlo, sin pretender que sea lo que una y uno espera o debería ser, sin instruirlo, ni entrenarlo, solo deseando que sea feliz, haciendo hincapié en su bienestar.
Evaluar el contexto permite revisar nuestro modelo pedagógico e innovar, y en ese proceso formarnos permanentemente. Permite ver la educación de otra forma, ver a las niñas y los niños de diferente manera, ver nuestro quehacer desde otra mirada. Supone tener relaciones diferentes con las familias, relaciones más enriquecedoras para todos.
Experiencia de la evaluación contextual
en un centro de educación infantil
Bajo este paradigma se inició hace dos años un proceso de mejora en la Ikastola Txintxirri de Elorrio (Bizkaia), dentro de un proceso de asesoría llevado a cabo con el grupo de investigación Hazitegi, perteneciente a la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Mondragon Unibertsitatea, y con el conjunto de educadoras de Educación Infantil de dicho centro. Se realizaron sesiones donde se reflexionó sobre lo que es la niña y el niño, qué capacidades tiene, cómo se desarrolla, se construye y, como consecuencia, qué puede ofrecerle el adulto para fomentar su desarrollo. Se dejó de cuestionar al menor y se puso el foco en el contexto, especificando lo que se estaba ofreciendo a los pequeños en cada momento y en todos los niveles. Se empezó a documentar la práctica y a analizarla bajo el prisma de las competencias que cada niño mostraba. Ello sirvió para vertebrar la devolución que se le iba a dar a cada familia respecto a su hijo. Esta devolución era personalizada en función de las características de cada familia y de la vivencia que tienen y de lo que esperan del niño o la niña. ¿Qué podemos mostrar de su hijo que haga que puedan cambiar su mirada en un sentido más positivo? Una vez decidido lo que se iba a mostrar a cada familia, se preparaba el material audiovisual y el discurso correspondiente, donde aparecía el menor mostrando esas capacidades que muchas veces cada familia no veía. El resultado fue muy satisfactorio para las familias. Se derrumbaron muchos muros que anteriormente se habían construido entre las familias y las educadoras, y las familias tuvieron la opción de ver a sus hijos de otra manera. El impacto positivo también se dio en las propias educadoras, que comenzaron, por una parte, a reflexionar sobre ellas mismas y lo que cada una ofrecía a cada uno de los menores, y por otra, a poner el foco en las capacidades de los menores, cambiando así su mirada hacia ellos.
Alexander Barandiaran, Iñaki Larrea y Naiara Zia, profesores de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de Mondragon Unibertsitatea, Eskoriatza.
Bibliografía
Belsky, J. (2009). Effects of child care on child development: give parents real choice. Institute for the Study of Children, Families and Social Issues, Birkbeck. University of London.
Bertalanffy Von, l. (1976). Teoría general de los sistemas. México, Fondo de Cultura Económica.
Bronfenbrenner, U. (1979). The Ecology of Human Development: Experiments by Nature and Design. Cambridge, MA, Harvard University Press.
Watzlawick, P.; Weakland, J., y Fisch, R. (1992). Cambio. Barcelona, Herder.