A menudo nos encontramos con que no sabemos cómo podemos conseguir que los niños avancen en el juego. Pero, si la confianza en ellos y en sus capacidades es plena, seguro que podrán adquirir nuevos aprendizajes por motivación, ¿verdad?
Sin hacer mucho caso de los colores que unos pequeños dados tienen en cada una de las caras, Amanda va tirando una fila de piezas. Al principio son solo dos piezas, después son tres, y va añadiendo despacio. Colocar las pequeñas piezas con esta precisión es una tarea que requiere grandes dosis de concentración, que de repente se desvanece. En otro lugar, en el espacio de juego simbólico, alguien está «enfermo» y tiene que ir a curarlo.
Delante, Pol mira de encajar una especie de llaves de madera en una pieza con agujeros de varias medidas. Algún agujero es demasiado grande, otros son más bien pequeños, pero si usa la mano como un martillo quizás consigue encajarlo del todo.
Detrás, después de una larga manipulación, Luca, Jan y Mar han conseguido construir una vía que ocupa casi toda la estancia como resultado de un proyecto compartido y de un ejercicio de concentración y esfuerzo del cual ahora pueden disfrutar haciendo rodar largos trenes imantados. Y, además, sin molestar a Nàdia, que necesita una propuesta con más movimiento y se columpia suavemente en la hamaca que cuelga de la barra mientras observa cómo se desarrolla la mañana a su alrededor.
Junto a la ventana, Júlia y Ricard, y más tarde Jan, hacen trasvases en el espacio de la arena (un pequeño rincón donde tan solo caben tres niños). Desde el primer día descubrieron que algunos de los enseres de los médicos sirven para que la arena se escurra despacio, y transportar estos elementos de juego de un espacio a otro se ha convertido en una acción diaria. Observan cómo cae la arena, miran qué hacen los otros niños y niñas, e incluso, si estamos atentos, podemos escuchar a algún niño que al ver las pequeñas piedrecitas canta «Piedra, piedrecita, bien redondita…» mientras llega a este espacio.
Estos son los instantes de una mañana en la escuela. Instantes que son muy valiosos para cada uno de los niños y las niñas, por lo que experimentan, por lo que disfrutan y, también, para el adulto que los mira y se maravilla. Ellos han decidido qué, cómo y cuándo. El adulto está, pero no está, como su concentración. Ellos escogen y se organizan partiendo de sus motivaciones, y los adultos no podemos diluir las experiencias de los niños.
En la vida cotidiana de niños y niñas, el juego es el motor que los mueve. ¿Juegan porque aprenden o aprenden porque juegan?
El valor que les aporta cada juego y cada situación hace que su concentración sea cada vez menos efímera, pero ¿qué adulto hace falta para dar visibilidad a este «invisible»?
Presencia. Presencia real y consciente para poder captar todo aquello tan inesperado que ocurre y darle la visibilidad que merece. Solo la documentación pedagógica nos puede facilitar que nada se esfume, que quede el recuerdo muy vivo, muy presente. Con el valor pedagógico que merece.
Como educadores a menudo nos fascina cuán efímeros son estos momentos que acontecen en los espacios día tras día, y a menudo pensamos que poderlos captar con una cámara es suficiente para que no desaparezcan. Nos sabe mal cuando llegamos demasiado tarde, cuando pensamos que los hemos perdido. Pero bien es verdad que nada se esfuma si nos mantenemos bien cerca.
Es aquí donde radica la importancia de nuestro papel en estos momentos. A menudo nos encontramos con que no sabemos cómo podemos conseguir que los niños avancen en el juego, pero si la confianza en ellos y en sus capacidades es plena seguro que podrán adquirir nuevos aprendizajes por motivación, ¿verdad? Vale la pena sentarse a su altura, a una distancia prudencial para no vernos inmersos en el juego, pero suficientemente cerca para poder recoger las acciones que hacen y poder investigar qué los empuja a llevarlas a cabo.
A medida que va avanzando el curso, los espacios de la estancia se van modificando. Los niños y las niñas van pidiendo cambios sin hablar y hay que buscar el material que dé respuesta a la necesidad de pequeños retos cada día algo más complejos. Estos pequeños retos los llevan a diversificar las actuaciones. Sabemos que su aprendizaje no sigue un camino recto, y el acompañamiento del adulto danza a su ritmo. Un paso adelante y un paso atrás, siempre consciente de su papel en cada momento vivido.
Así es como podemos ir descubriendo las inquietudes y motivaciones de cada uno de los niños y las niñas, llegando a saber, pensar y explorar cuáles son los retos y las necesidades que piden. ¡Y todo esto sin que digan ni una palabra! Es así como, a veces, también nos hablan los niños. Escucharlos está al alcance de todos nosotros, y este silencio que se crea es el que nos hace cómplices uno del otro.
De repente, una puerta se abre en el patio: una sutil recogida y cambio de material, la fruta dispuesta sobre la mesa o sobre un banco, invitando a quienes les apetezca comer. Esta puede ser una manera de invitarnos a nosotros mismos, en primer lugar, a disfrutar y seguir disfrutando de cómo aprenden los niños, y, en segundo lugar, a fluir juntos con los tiempos y ritmos que marcan los niños cuando hacen lo que mejor saben hacer: jugar, descubrir, explorar.
¿Y cuándo finalizan estos proyectos?, ¿de qué manera intentamos concluir todo lo que han ido construyendo?, ¿quién soy yo para cortar su concentración?, ¿y cómo podemos trazar estrategias para poder dar respuesta a todas las necesidades?
Si escuchamos a niños y niñas y también a su tiempo, nos daremos cuenta de que nos dan pistas a lo largo del día y que nos invitan, a menudo, a hacer nuevas propuestas, a ofrecer nuevos espacios, sin tener que estorbar a los que quieren continuar implicados en sus acciones, porque cada uno de ellos se ha sumergido en la realidad en la cual les hemos invitado a participar.
Al día siguiente, Júlia nuevamente se acerca al espacio de arena, hunde las manos como quien quiere tocar el fondo del mar. Mientras tanto, Jan se columpia en la hamaca bajo la mirada de Nàdia, que espera que le llegue el turno. Los tres se miran de reojo… Entonces sabemos que podemos conseguir que nada se esfume.
Àlex Viyuela y Eva Sargatal, maestros de escuela infantil