Escuela 0-3. Juego y compromiso, diversión y seriedad ¿pueden coexistir? «No se puede jugar siempre, también hay que hacer cosas en serio»

Hoy como ayer, son muchas las situaciones que unen a los niños, pero probablemente el juego representa un patrimonio, un derecho y una necesidad para todos los niños y niñas.

¿Qué necesitan los niños y las niñas?
Son tantas las cosas que necesitan niños y niñas… intento enumerar algunas: tiempo, incentivos, estímulos, propuestas, adultos, comunidad, mundo, atención, verdad, niños y niñas, flexibilidad, libertad, retos, sorpresa, juego…

Y estas son necesidades válidas en cualquier tiempo, en cualquier época, en cualquier momento –para los niños y para los adultos–. Hoy como ayer, son muchas las situaciones que unen a los niños, pero probablemente el juego representa un patrimonio, un derecho y una necesidad para todos los niños y las niñas. Vivimos un tempo esquizofrénico: por ejemplo, invertimos en el «estar fuera», los servicios educativos son invitados a salir a los jardines y a los espacios exteriores con una gran determinación, pero en realidad se está mucho dentro. En este tiempo de pandemia en el que el estar fuera representa un espacio de salud, de energía y de bienestar, los niños se ponen en riesgo estando tanto dentro, y mientras declaramos nuestro interés por la educación exterior, sin siquiera darnos cuenta construimos la «generación interior», una generación de niños y de chicos que, a fuerza de estar dentro, en espacios reducidos, interiores, inmóviles, ante potentes e intrigantes pantallas, crecen dentro, siempre más adentro: dentro de su casa, dentro de su habitación, dentro de su escritorio, dentro de una pantalla. Dentro.

¿Somos adultos que aún juegan?
Es probable que hoy los niños y las niñas vean el espacio del juego y de la experiencia cada vez más reducido. Pero ¿se puede crecer sin experiencia? ¿Qué significa haber jugado poco durante la infancia? ¿Convertirse en adultos que a su vez también jugarán poco? ¿Que no reconocen al juego un valor fundamental y necesario y que al convertirse en padres invertirán en imaginarios mucho más orientados al aprendizaje, siempre durante más tiempo y siempre de forma prioritaria, antes que en dejar jugar a niños y niñas con libertad y autonomía? (aun sabiendo, en teoría, que mediante el juego los niños aprenden mucho y bien).

Como educadores y enseñantes, ¿tenemos presente la cabeza llena o la cabeza bien puesta, como diría E. Morin?
El juego de los pequeños habla a los adultos, nos habla a nosotros que nos ocupamos de la educación. ¿Cuánta pasión ven los niños en nosotros cuando jugamos? ¿Sabemos jugar? ¿Seguimos defendiendo la experiencia lúdica como algo memorable? Preguntémonos: ¿cuál es la última vez que he corrido?, ¿que me he escondido?, ¿que he trepado?, ¿que he encendido un fuego?, ¿que he mirado las estrellas?, ¿que he leído una historia de miedo?

Centro infanzia Girotondo delle Età, San Pietro di Feletto, Treviso.

¿La última vez que me he permitido jugar sin pensar que perdía el tiempo? Ah, sí, el tiempo. A menudo nos decimos que no tenemos mucho tiempo para jugar y para dejar jugar a los niños. Debemos hacer muchas cosas, tenemos muchos proyectos que terminar, muchas ideas sobre las que trabajar. Después, si queda tiempo, bueno…, entonces sí que podemos jugar. Muchas veces he oído aquello de: «Niños, cuando terminéis podéis ir a jugar». Como si el tiempo de juego fuera un premio y, en cualquier caso, algo subordinado. Primero se trabaja y después se juega. Pero el trabajo (también si lo entendemos en el sentido montessoriano), para los niños y las niñas, es un juego. Es a través del juego que conocen el mundo, que construyen relaciones con ellos mismos, con los otros, con las cosas, con las reglas. Aprenden a llegar a pactos, a respetar los turnos, a hacer cosas juntos, a colaborar.

Los niños y niñas tienen tiempo
Podemos pensar que nunca tenemos suficiente tiempo para hacer los millares de cosas que la mayoría de las veces construimos nosotros mismos, pero los niños tienen tiempo, tienen mucho tiempo, y la mayoría de las veces intentan defenderlo y protegerlo. Cuando nos dicen: «Espera, un momento, ahora vengo…», es una forma de defender su tiempo de juego, en el que se sumergen y que les permite conocerse y entrar en relación con el mundo de las emociones, de la narración, de lo simbólico, y construir relaciones sociales con los demás.

A veces, si los adultos corren y van deprisa, también pueden, incluso sin querer, quitar tiempo a los niños, acaparar también el tiempo de los pequeños, que tenían la idea y la intención de hacer otra cosa, pero que son forzados a ceder para prestar atención o seguir al adulto, que no solo propone lo que se hará sino también el cómo, a la carrera, de forma rápida y eficiente.

Hacerlo bonito, hacerlo a tiempo y hacer mucho frente a hacerlo bien, hacer menos y hacerlo con calma.

Podríamos preguntarnos: ¿quién sigue el ritmo de quién?, ¿los niños siguen el ritmo de los adultos?, ¿los adultos siguen el ritmo de los niños? ¿Se puede construir un camino común que sea más sostenible, más suave, más acogedor e inclusivo, o bien que pueda ser el camino de todos, con paradas y descansos? (en el que los propios niños y niñas adapten con gran habilidad la posibilidad de jugar).

Porque es posible reducir la velocidad, ir más despacio y cambiar el ritmo.

Volvamos al juego, que la mayoría de las veces se define como una de las experiencias más sofisticadas del hombre, y en efecto se basa en la investigación, en la indagación, es un proceso dinámico y emergente que se construye sobre la natural curiosidad de los pequeños por el mundo en el que viven y por todo lo que encuentran. En consecuencia, preguntarse en qué mundo viven los niños es una cuestión importante y central. ¿Cuál es el mundo en el que se mueven y que se encuentran?

Buena parte del mundo, los niños y las niñas lo descubren dentro de los servicios educativos y escolares, y entonces la pregunta nos afecta a todos. ¿Qué mundo ofrecemos cotidianamente en las escuelas del 0-3 y el 3-6? ¿Hasta qué punto es rico, variado, inesperado, a la hora de descubrirlo?, ¿hasta qué punto es preparado por los adultos?, ¿hasta qué punto es un mundo desconocido también para nosotros, educadores y enseñantes, que tendríamos que estar investigando constantemente? ¿Cuántos adultos y niños se aventuran a través de la experiencia del juego en mundos posibles y misteriosos? Son justamente las preguntas de las criaturas las que hacen avanzar los procesos de conocimiento y son las curiosidades de los adultos las que sostienen las investigaciones, las reflexiones y las discusiones. Adultos y pequeños juntos, en una relación recíproca de necesidades, curiosidades, investigaciones y deseos. Y así el juego crece y se vuelve siempre más sofisticado, rico, articulado, complejo.

 

Scuola infanzia GB1 e GB2, Asif Chimelli, Pergine Valsugana, Trentino.


L’escola Seriosa, amb S majúscula

Tener en cuenta la experiencia del juego, sea cual sea el lugar y el momento del día en el que se manifiesta, con toda su potencia y como una de las posibilidades más útiles en el proceso de crecimiento, suele requerir adultos valientes que construyen e intuyen lugares desafiantes y que se alejan de la dicotomía entre las actividades Serias, con S mayúscula, aquellas en las que se aprende, se trabaja, se hacen cosas, «pequeños trabajos», y aquellas de carácter lúdico y por tanto relegadas al tiempo libre, el tiempo en el que la atención del adulto se vuelve más descuidada porque «se juega y poco se aprende». Pero si se aprende también en el juego, entonces deberíamos preguntarnos por qué los adultos al crecer dejan de jugar, de regocijarse y de seguir manteniendo una relación con el mundo de curiosidad y de espera impaciente de lo que vendrá. Si los adultos dejan de jugar, entonces dejan también de aprender, y, si los adultos dejan de aprender, será muy difícil para las niñas y los niños encontrar la fuerza para seguir aprendiendo. Para asombrarse y maravillarse de verdad, es necesario estar dispuestos a estar instalados en la duda. De lo contrario no podemos ser investigadores que anhelan el conocimiento y el descubrimiento.

El juego es también una experiencia que provoca cansancio: cambiamos objetos de sitio, corremos, nos movemos, pensamos, reflexionamos, y todo esto requiere unas energías físicas y mentales que fatigan. El juego, pues, nos pone en relación con el esfuerzo, pero es justamente el escuchar esta fatiga lo que nos devuelve a todos, en primer lugar a los niños, el valor de la experiencia que hemos llevado a cabo. ¿A los niños, hoy, se les permite cansarse? ¿Construimos situaciones en las que los niños y niñas deban ponerse a prueba, insistir, fatigarse? No podemos dar por supuesto que esta dimensión educativa tan evolutiva sea compartida y pueda formar parte de un proyecto que intenta restituir a la infancia su auténtica dimensión «infantil», hecha también de pruebas y de retos. El asombro, pues, como dimensión que habita en el juego, se convierte en un tipo de postura interior pero tangible de quien considera la educación una forma de vida de nuestro existir en el mundo.

El juego espontáneo, del latín «sponte» o «por voluntad propia»
Ya hemos hablado mucho del provecho y los beneficios que promueve el juego, en particular el juego espontáneo, auténtico, que representa la voluntad y la intencionalidad de quien juega. Es un juego que insiste en el proceso, o más bien en el devenir de la narración, de la representación, de la construcción, de los roles, del movimiento… No está vinculado a su final, a la conclusión de la experiencia, a lo que sucederá: el juego espontáneo está ligado estrechamente al contexto en el que se activa, y es el propio contexto el que lo alimenta, lo enriquece, lo connota. El hecho que se dé en un espacio exterior, interior, vacío, lleno, con objetos reales, juguetes, con otros niños, con adultos, con…, está claro que interfiere y contamina su devenir. El juego espontáneo se sostiene o es definido por unas reglas la mayoría de las veces implícitas o bien respetadas por los participantes sin que deban ser necesariamente explícitas, sino que se construyen a medida que van siendo necesarias. Desde este punto de vista el juego espontáneo es de un refinamiento increíble, en la medida que requiere un mantenimiento constante y una adaptación y un ajuste progresivos; las reglas se añaden y se modifican según las necesidades para el buen funcionamiento del propio juego. Son pactadas, negociadas, admitidas, compartidas por los propios jugadores. El juego espontáneo no necesita un foco específico predefinido, sino que cualquier situación puede volverse interesante si hace que la experiencia sea auténtica, creíble, lo más real posible. Todo puede encender el juego: una pregunta, un detalle del que nos acordamos, un cuento, una palabra, un hecho que, a partir de un dilema, en el sentido de Dewey, sufre una transformación como significado y como aportación cultural que implica completamente a todos los participantes en el juego.

La invitación, pues, se dirige al mundo de los adultos, porque pueden ser experimentados y conocedores del juego, pueden poner en valor estas experiencias, que por ser espontáneas y tan naturales corren el riesgo de no ser tomadas en serio, es decir, de no ser consideradas. Vuelvo a la invitación hecha a todos nosotros de ser adultos valientes, capaces de aceptar la invitación de E. Roosevelt cuando dice «Haz algo que te dé miedo todos los días». Aquí, invertir en la experiencia lúdica podría ser algo que diera miedo a los adultos porque los sitúa en una condición de apertura hacia lo no conocido, lo no eficiente e indiscutiblemente hacia cualquier cosa más compleja de intuir, leer y significar.


Fattoria Didattica Cento Fiori, Mòdena.

Per on començar?
Por el sentirse incómodo. Buscar la incomodidad podría ser una buena sugerencia. De hecho, los niños y las niñas cuando juegan adoptan posturas «incómodas» al servicio del juego; es como si no sintieran que adoptan posiciones retorcidas, que experimentan equilibrios precarios con su propio cuerpo porque están tan metidos y concentrados en lo que hacen que ponen todo el resto en segundo plano. Aquí, ¿como adultos podemos poner en segundo plano todo lo que no sea juego, lo que no sean situaciones no previstas, no proyectadas que irrumpen en nuestra cotidianidad? ¿Qué relación tenemos con la incomodidad? ¿Nos preparamos para asumir posiciones incómodas en desequilibro porque esperamos alcanzar nuevos equilibrios?

Sepamos que somos seres transformadores
–como nos recuerda Paulo Freire– y no destinados a acomodarnos a lo existente, y que podemos –debemos, añado yo– entrar en juego para favorecer la valentía por delante de la comodidad, de nuestras visiones de siempre y de un hacer reconfortante.

No podemos tener ambas cosas. ¿Qué adultos somos?
¿Privilegiamos la valentía o la comodidad?

Laura Malavasi, pedagoga y formadora.

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