Un grupo de maestras comenzamos a habitar el nuevo edificio del colegio y vimos la necesidad de pensar el espacio exterior. Nos permitimos soñar lo que los niños y las niñas solicitan, lo que observamos que demandan en sus juegos, lo que creemos que puede satisfacer a los niños y las niñas de nuestra ciudad. Recogemos las palabras de Tonucci, que en La ciudad de los niños manifiesta la necesidad de devolver los juegos y espacios a la infancia. Porque es un derecho que las generaciones anteriores tenían en los pueblos, en las escuelas, y que las generaciones actuales están perdiendo. ¿Y por qué? Por una falta de escucha y de mirada hacia la infancia.
Como dice Penny Ritscher en su libro El jardín de los secretos, había una vez la costumbre de jugar en la calle. No sirve de nada lamentarse por aquellos tiempos en los que no había tráfico apenas, sino que hay que recapacitar sobre los juegos de entonces para ver cuáles eran sus valores educativos implícitos y recuperar dichos valores en el contexto actual.
La vida en el exterior conlleva otro tipo de juegos, de relaciones. Normalmente es un espacio más amplio, es el hábitat privilegiado para el juego libre, es el lugar de encuentro con la naturaleza si así se promueve. Potencialmente es mucho más que una simple pausa –el recreo– en medio de las actividades programadas. El deseo y la capacidad de jugar son fisiológicamente irreprimibles. En cualquier situación los niños y las niñas encuentran un momento para jugar, y nos corresponde a los educadores propiciar las mejores situaciones de juego en los centros escolares.
También las salidas al patio comportan aprendizajes con relación al tiempo atmosférico, el sol, la temperatura, las nubes; con lo que respecta al aire, a los vientos, a las aves; con lo relativo a la lluvia, el terreno, la transpiración, la absorción; con lo que respecta a las plantas –tipos, formas, olores, clases– y a los animales que pueden vivir en el patio –mosquitos, hormigas, babosas, moscas, lombrices, escarabajos–. Los encuentros con la fauna son una oportunidad excepcional para el aprendizaje, el conocimiento y el cuidado y el respeto hacia el mundo animal.
Un patio exterior grande, sin personalidad, vacío y plano no es un patio para habitar, como dice Ritscher. Produce confusión, dispersión, nerviosismo y aburrimiento. Para amueblarlo no basta con introducir una serie de aparatos caros. Un patio no es un gimnasio al aire libre. Ha de ser un jardín. Hay que pensar el espacio exterior con el mismo cuidado que el interior.
Planteamos juegos en el patio con elementos naturales. Que los niños y las niñas puedan jugar con la tierra, con el barro, con el agua si llueve, con los árboles y troncos. Que puedan subir montículos, deslizarse en pendientes, jugar con piedras y que observen animales que habiten esos espacios, sentarse a conversar en unos troncos, que tengan espacios para parar, para saltar, para lanzar elementos por una rampa.
Los aparatos en el patio no han de constituir elementos aislados, sino formar parte de un contexto. Tienden a ser asaltados por demasiados niños al mismo tiempo y se convierten en una fuente de impaciencia, de peleas, de empujones. Cuando estos aparatos se insertan en un jardín variado, acogedor, provisto de materiales diversos para manipular, se utilizan de una manera relajada, tranquila y creativa.
Proponemos juegos variados, no campos para el deporte, puesto que ya existen polideportivos para llevarlos a cabo. No queremos suelos preparados para evitar caídas y lesiones. ¿Cómo podrán aprender los niños de las consecuencias de sus actos si protegemos todo?
Proponemos un espacio pensado para la infancia y para su juego. Un espacio educativo que consiga tranquilidad, disfrute, sosiego, aprendizaje y calma. Que el patio sea un espacio educativo y llegue a ser un educador más.
Susana Fonseca, C. P. Hermanas Uriz Pi.