¿De qué infancia hablamos? Pensando con Irene

Mi aportación se basa en la vida en la escuela, con sus proyectos en construcción, sus debates constantes, y también, no lo ocultemos, con sus incoherencias pedagógicas. Pero Ser maestra, ya es esto, ¿no? 

Pensar y creer en un niño competente, con un potencial que desconocemos porqué todos sabemos que los niños nos sorprenden constantemente en sus procesos únicos y diferentes, pide de una escuela y un educador competente.

 El valor a la vida cotidiana es inherente al concepto de infancia que tenemos. Si creemos y confiamos en el niño de Malaguzzi, con sus cien lenguajes, la escuela debe cambiar. Y nosotros los adultos cambiar nuestra mirada.

No negaré que me abruma también este encargo, e Intentaré desde la humildad, y lo que me permita la timidez apuntar algunos aspectos sobre el concepto de competencia y capacidad, de un niño sujeto de derechos, con la intención de abrir algunas vías de reflexión.

Quisiera también remarcar que mi aportación se basa en la vida en la escuela, con sus proyectos en construcción, sus debates constantes, y también, no lo ocultemos, con sus incoherencias pedagógicas. Pero Ser maestra, ya es esto, ¿no?

“Los niños y las niñas tienen derecho a ser reconocidos como sujeto de derechos, individuales, jurídicos, civiles, sociales: son portadores y constructores de sus propias culturas y, por lo tanto, participantes activos en la organización de su identidad, de su autonomía, a través de las relaciones e interacciones con coetáneos, adultos e ideas, cosas y los acontecimientos reales e imaginarios de los mundos en comunicación”. ( Loris Malaguzzi. “Una carta per i 3 diritti”)

Dice Phillippe Meireiu que “los derechos de la infancia tienen un único significado: manifiestan el compromiso de los adultos para que cada niño y niña, pueda, un día, firmar su propia vida”.

Los maestros pues, tenemos que asumir este compromiso en nuestras escuelas y en todos y cada uno de los momentos del día.

En la escuela, cuando hablamos de sujeto de derechos, hablamos también de un niño o una niña competente y capaz. Son palabras que conforman todos y cada uno de los proyectos educativos de todas las escuelas, seguramente ocupan el mismo lugar en los textos. De hecho, hoy en día se puede copiar y pegar con demasiada facilidad.

Pensar y creer en un niño competente, con un potencial que desconocemos porqué todos sabemos que los niños nos sorprenden constantemente en sus procesos únicos y diferentes, pide de una escuela y un educador competente. Un niño competente significa un niño capaz de modificar poco a poco sus modelos estratégicos de descubrimiento a través de la autocorrección de las modalidades de interacción con el contexto. (como decía Walter Fornasa). Esto quiere decir que nos encontramos ante un sistema complejo regulado por mecanismos de feedback. Dice Bruner, que: en cierto modo hablar de competencia es hablar de inteligencia e el sentido más amplio, de la inteligencia operativa del saber cómo, más que del saber qué. La competencia supone, en efecto, la acción, la modificación del entorno como adaptación a ese entorno. La competencia implica que el niño y la niña utiliza sus capacidades y aptitudes, y por lo tanto, necesita de un educador que tenga presente esta complejidad diaria y que modifiques su estilo educativo sobre la base de las exigencias que emergen poco a poco. Un niño competente es un niño que sabe cómo. Que tiene iniciativas. ¿Qué le hace falta? Poder llevarlas a cabo. ¿De quién depende? De nosotros los maestros.

¿Ahora bien, competente para qué? ¿Cuál es nuestro papel en esta competencia?
Si, como dice Carla Rinaldi en “Los Pensamientos que sustentan la acción educativa”, el niño y la niña son portadores de teorías, interpretaciones, preguntas, es coprotagonista de los procesos de construcción de su conocimiento ; el verbo más “importante que guía la acción educativa ya no es “hablar”, “explicar”, “transmitir” sino escuchar (l’ascolto).

Si estuviera acompañando a un equipo educativo en sus reflexiones, seguramente estas imágenes que estoy pasando, generarían un diálogo que iría abriendo diferentes puertas. Ojalá pudiéramos hacerlo ahora mismo. Porque detrás de estas imágenes hay muchos conceptos y valores, también mucho trabajo por hacer. Tengo la sensación que hemos reducido el concepto de capacidad y competencia a aquellas situaciones de juego, de movimiento, propuestas, ambientes, o espacios de libre circulación. El niño es capaz de, es protagonista de, es competente para… solemos decir. Y nos estamos olvidando de aquello esencial, las actividades de vida cotidiana. Nos estamos olvidando del valor de lo inesperado, y estamos perdiendo una oportunidad única para observar y acompañar a los niños y las niñas. Hemos pasado de las fichas, al pequeño grupo, a los talleres de luz, experimentación, ambientes… y todos acaban pasando por lo mismo en un momento u otro. No se cómo lo veis, pero me parece lo mismo de siempre con otro maquillaje

De repente le pedimos al niño o niña que sea autónomo para decidir dónde quiere ir a jugar (que también podríamos discutir sobre esta “autonomía”) pero en aquello que le es propio, no aplicamos “l’ascolto” que nos aporta Carla Rinaldi. Y voy un poco más allá, cómo nos situamos los adultos cuando el niño o la niña no responde a aquello que nosotros esperamos, no sigue el camino que nosotros hemos abierto. Porque seamos honestos, hablamos de competencia, pero la mayoría de las veces decimos que un niño es competente porque ha hecho aquello que esperábamos de él, o que incluso le hemos pedido. (Hay un artículo de Aidé Tremoleda sobre este tema).

¿Cómo nos situamos los maestros para escuchar a este niño y a esta niña en toda su globalidad? Cuál es nuestro papel, y sobretodo cual es el papel del equipo. Las reflexiones, los debates, la construcción de hipótesis, el observar a los niños y a las niñas en relación al entorno, con los otros compañeros y con nosotros los adultos.

Los nños de las fotografías son Biel y Guim

Y, sobre todo, cómo se estructura la jornada en la escuela para permitir observar, acompañar y dar tiempo al niño y la niña.

El valor a la vida cotidiana es inherente al concepto de infancia que tenemos. Si creemos y confiamos en el niño de Malaguzzi, con sus cien lenguajes, la escuela debe cambiar. Y nosotros los adultos cambiar nuestra mirada.

Para acabar solamente decir, que es desde la sencillez de estos momentos que el niño y la niña se va construyendo como persona. Momentos de calidad educativa, relacional, humana, …porqué aprendemos de lo que vivimos y como lo vivimos. Y tal y como están los tiempos en la sociedad y en la educación, es necesario revalorizar la sencillez de la vida cotidiana, de los momentos de relación de tú a tú.

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