Editorial. Pasará y lo contaremos

Llegamos a estas alturas del curso escolar con una especie de sensación de vacío, pero no un vacío sin más: es algo que nos llena de incertidumbre, cansancio, incluso resignación.

En dos meses acabará un curso escolar que ha dejado tocada la Educación Infantil. El día a día en los centros es un «sálvese quien pueda» mientras las criaturas experimentan, sienten y viven de manera muy distinta según la comunidad en la que vivan, según el centro al que acudan y según cada educadora o educador que esté en la clase, casi siempre ajenas a la sociedad en la que les ha tocado vivir, pero presintiendo que algo pasa. Es como forrar una pared de hojas llenas de las antiguas guías o listines telefónicos y lanzar un dardo para dar en tu número, es una lotería según la cual les puede tocar ir con mascarilla o no, salir al patio todo lo posible o no, restringir sus movimientos o no, limitar el uso de materiales o no, impedir relaciones con sus iguales o no, en definitiva, una serie de acciones que se esconden bajo la sombra de las inseguridades, los miedos, los estancamientos, la acomodación de las personas encargadas de plantar las semillas que florecerán en esas futuras generaciones. ¡Es todo tan aleatorio!

Llegamos a estas alturas del curso escolar con la seguridad de tener que realizar una reflexión profunda y crucial en los equipos educativos, que han perdido cualquier tipo de complicidad y el calor que podían tener, convirtiéndonos en maestros burbuja, aislados de los compañeros y las colaboraciones construidas y compartidas por nuestros diversos punto de vista a lo largo de tantos años.

Tendremos que pensar en proyectar de nuevo la mejora de la infancia, para volver a progresar y evolucionar a estados de mayor vibración, de mayor calidad, que supongan la confianza y el compromiso en que lo prioritario han de ser los niños y las niñas. Debemos darnos cuenta de no limitarnos a simples palabras que quedan en el aire por el cansancio acumulado de este año, que realmente sepamos distinguir que la infancia solo pasa una vez y que no sea demasiado tarde cuando otra etapa esté por llegar. Y que la escuela infantil es un lugar de vida.

Es primordial reflexionar aún mucho más, tomar decisiones consensuadas y relevantes, y saber con qué nos quedamos como educadoras de cara al próximo curso. No queremos seguir preguntándonos continuamente ¿qué pasará si nos confinan?, ¿qué pasará si alguien da positivo?, ¿qué pasará con la docencia telemática en estas edades? Como si la pandemia hubiera normalizado nuestra mermada cotidianidad de este curso.

Pasará y seguramente lo contaremos.

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