El juego que los niños y las niñas hacen en el interior, en clase o en el laboratorio, tiene una continuidad y una coherencia con el juego que desarrollan en el exterior, en el jardín. En este caso, nos centramos en una experiencia en el laboratorio de la escuela.
El laboratorio es un espacio acogedor y cuidado, donde niños y niñas encuentran materiales diversos para fomentar un juego exploratorio y creativo. Los niños del grupo de 2-3 años van en pequeño grupo y disponen de tiempo, puesto que hace falta un tiempo para que puedan conocer bien y experimenten todo lo que pueden hacer con estos materiales.
Fruto de muchas observaciones y a partir de la documentación que vamos elaborando, hablaré del juego con los cordeles, un material que tuvieron a su alcance durante un tiempo, y que puede parecer muy simple, pero que ofreció muchas posibilidades.
Los niños y las niñas encuentran este material en uno de los espacios del laboratorio, un espacio aseado, cuidado, pensado, provocador… Allí colocamos cordeles diversos, carretes, tubos, piedras agujereadas, pensando en que podrían encontrar la opción de ensartar, de hacer un juego de precisión, alguna creación… Sabemos que el juego es una actividad espontánea fruto de una motivación interior, donde cada niño decide el juego que quiere desarrollar y nosotros nos maravillamos de ello. Creemos en un niño capaz y competente, a quien damos un tiempo para realizar sus propios procesos dentro de un ambiente que potencia cada una de sus capacidades.
Mi presencia es discreta, pero atenta. Sentada en la mesa camilla, observo su juego y los escucho. Estoy allí, pero no interfiero. Partiendo de Malaguzzi y del espacio como tercer educador, solo puedo añadir que partimos de la idea de que no damos aprendizajes, sino que creamos las condiciones necesarias para que niños y niñas puedan jugar, disfrutar y aprender.
A continuación, haré referencia a pequeñas historias que he ido documentando, procesos que se van construyendo mientras los niños juegan y crecen.
Antes he hecho referencia al tiempo, a unas niñas y niños que tienen tiempo para explorar, probar, experimentar con un material que ya conocen. Tienen tiempo para iniciar nuevos intentos, para hacer y deshacer… Hugo hace un círculo con uno de los cordeles y decide pasar el extremo del otro cordel que tiene en las manos. A pesar de que las educadoras teníamos esta intención y habíamos puesto materiales para que así lo pudieran hacer, él nos demuestra cómo con dos cordeles es capaz de hacer este mismo juego.
Ari introduce todo el cordel detrás de la tarima, parece que dejando la punta a conciencia. De manera paciente, lenta y cuidadosa, lo estira, con la medida y la precisión justa para que, a pesar de que estire, no le vaya todo de golpe. Tiene tiempo para probarlo y también tiene tiempo para equivocarse y volverlo a intentar. Parece que se siente seguro y confiado con lo que está haciendo, y decide hacer uso del otro cordel que tenía con él, que todavía no había utilizado. Al cabo de unos días, puedo ver cómo Ari retoma este mismo juego con otro elemento.
Ona explora con el cordel, se acerca a la estructura motriz, donde hay una pequeña rendija. Parece que quiere pasar el cordel, pero es demasiado grueso. ¿Se decide por una acción que ha visto en casa cuando enhebran una aguja? Se acerca el cordel a la boca y lo lame. Luego lo vuelve a intentar. Hugo, curioso, se acerca y durante varios días retoma en diversos escenarios este mismo juego que ha iniciado Ona. Los niños y las niñas traen a la escuela sus experiencias personales. Es un pequeño patrimonio que comparten con los otros de maneras diferentes y de forma natural.
Eneko realiza un juego similar al que hizo Ari en la tarima espejo, pero en vertical. Es un juego que a menudo lleva a cabo en la estancia con los pañuelos, que cuelga de la barandilla. Con los cordeles parece que le resulta más complicado, puesto que son más estrechos y le resbalan.
Otro día se reencuentra con Hugo subido en la estructura motriz y, a pesar de que comparten un mismo material, parece que el juego es diferente. Eneko retoma el juego que inició días atrás, colgando los cordeles en vertical, y Hugo lo hace en horizontal, poniendo el cordel de una barandilla a la otra. Juegos que se retoman y se encuentran.
En este caso, si la intención de Hugo era poner el cordel de una barandilla a otra, no lo consiguió, pero otro día sí que consiguió hacerlo de una punta a otra de la silla de la mesa camilla. Escucho cómo lo explica a Ona.
Ona transforma el material que tiene en sus manos. Es capaz de imaginar y diseñar nuevos proyectos. Coge todos los cordeles que encuentra y los lleva hacia uno de los estantes, donde hay un capazo. Introduce uno de los extremos del cordel dentro del capazo y observa atentamente qué pasa.
Niños y niñas aprenden a través de la propia experiencia y vivencia, necesitan probar, sentir, imitar, equivocarse… Creo que no hace falta tener grandes materiales. Hay que ofrecer materiales naturales, no estructurados, y un tiempo, pausado y relajado, para que puedan experimentar y descubrir todas estas posibilidades. Son ingeniosos y, en sus juegos espontáneos, nos demuestran capacidades sorprendentes. Transforman y dan vida a estos espacios, que han sido pensados por todo un equipo.
Los niños y las niñas, con tiempo, van tejiendo pequeñas historias. En todas ellas he visto a unos niños que inventan, que crean, que construyen. Unos niños que son competentes, capaces de utilizar materiales simples y sencillos para hacer un juego laborioso y creativo. ¡Nunca me hubiese imaginado que un elemento tan sencillo como es un cordel ofreciera tantas posibilidades! Pero pienso que, si disponen de tiempo para crear, para organizar su juego, su espacio, sus materiales, nos demostrarán su capacidad para conseguir nuevos retos, la capacidad que tienen para transformar sus ideas en acciones. Nuestra tarea es observar, acompañar y dar valor para hacer visibles todos estos procesos. Nos dejamos maravillar por su juego.
Montse Baliarda, directora de la Llar
d’infants Cu-cut de Vinyols i els Arcs.
