Qué vemos, cómo lo contamos. Yo… y mi tesoro

En estos tiempos en los que las bocas han desaparecido y tenemos la voz amortiguada… es imprescindible utilizar nuestra mirada para absorber todo lo que ocurre en nuestras clases y comunicar a través de nuestros ojos las respuestas y silencios que niños y niñas necesitan en cada momento.

Esta mirada, que ahora se ha vuelto más protagonista, hay que trabajarla para evitar volcar nuestra experiencia, nuestro pensamiento y nuestro ser de adulto en la acción que desarrollan niños y niñas. La objetividad es el reto de cada día para no entorpecer su crecimiento.

Un niño amontona, rodea, oculta de otras miradas con sus brazos. Atesora, guarda y siente por un momento un pequeño tesoro entre las manos. Su cuerpo se convierte en el envase, en el cofre que acumula cuanto más mejor.

Poco importa si son piedrecitas recién traídas del arroyo o papeles de caramelos recogidos tras un desfile. Su valor está en la mirada de ese instante. Un sentido de guardar que no es el nuestro de adulto, no existe la idea de tener mucho para que no falte mañana.

Es una necesidad momentánea y perentoria que seguramente pronto se trasladará a otro objeto, a otro lugar, pero que, en ese instante, recorre el interior del niño y se proyecta al exterior en ese gesto universal de abrazar y proteger lo nuestro.

El tesoro del niño es presente y es ahora, su después y su mañana se llenarán de otras novedades porque olvidará qué y para qué guardó. Intuye que en el nuevo presente descubrirá acciones y materiales tanto o más estimulantes.

Tan solo vive un momento de triunfo, de seguridad, de satisfacción, de control de un pequeño trozo de mundo que en ese instante le pertenece.

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