A veces, introducir en los espacios exteriores objetos cotidianos puede generar contextos de experimentación y complicidad que nos permitan descubrir que existen elementos que guardan la memoria del pasado, un pasado que se hace presente a través de ellos. Eso nos pasó con la llegada de una tabla de lavar como la de nuestras abuelas, un objeto sencillo y a la vez tan lleno de matices, desde la propia estructura, la madera, los surcos horizontales que educan el tacto, que invitan a dejarse recorrer por la yema de los dedos, a ser acariciados o simplemente a centrar la mirada en los caminos que dibuja el agua cuando se desliza sobre su superficie inclinada para caer en el interior de un recipiente.