Se dice que es cotidiano aquello que se repite a diario, lo habitual o lo periódico…, pero quizás es más sencillo entenderlo si nos fijamos en sus antónimos: infrecuente, insólito, inusual.
Algunos, no sin cierto pesar, lo llaman rutina, situándolo a menudo en un contexto monótono o aburrido. Otros encontramos en lo cotidiano la calma de lo conocido y lo reconocible, de poder anticipar y ajustar el tiempo que necesitamos para el transcurrir del día y de la vida.
Cotidiano es el café de las mañanas, el paseo de las tardes o la conversación pausada de las noches, y ninguna de estas cosas nos resultan tediosas.
En este mismo lugar deberíamos colocar la vida cotidiana cuando la trasladamos a los centros educativos. En el proceso de hacer nuestro este concepto teórico tan a la moda, hemos ido banalizando el transcurrir en calma hasta llegar a perderlo de vista, hasta robarle el sentido y, entonces sí, convertirlo en aburrido.
Cotidiano no es dejar pasar las horas vacías esperando que ocurran cosas, como cotidiana no debería ser la prisa que nos hace perder de vista ese tiempo de calma que necesita todo lo que es importante.
Cotidiano es planificar el tiempo sin dejar de abrazar lo inesperado. Cotidiano es organizar la vida de la escuela de forma que todo pueda fluir desde la naturalidad de los procesos de los niños y las niñas, de su aprendizaje y, obviamente, de su necesidad. Cotidiano debería de ser brindar oportunidades y contextos reales, basados en sus intereses y no tanto en la necesidad de aceleración adulta. Cotidiana debería de ser la provocación de los espacios y los materiales que un adulto ha diseñado después de observar y escuchar a todos y cada uno de los niños y las niñas del grupo. Cotidiano es dar lugar y tiempo a las relaciones. Cotidiano es y debería de ser siempre el juego en todas sus formas.
Demos, entonces, un sentido pleno y real a la vida cotidiana, ese concepto intangible que rellena proyectos, libros, documentaciones y discursos, y que, al final, solo debería de ser la danza que acoge y abraza, que alberga certeza y confianza, que regala calma y sosiego, tal como lo hace el café por las mañanas.