¿De qué infancia hablamos? Algunas aportaciones de Paulo Freire para pensar la infancia y la educación

Escribir sobre Paulo Freire es la mejor manera de rendir homenaje a Irene Balaguer. Nuestra amistad nació del intercambio de un doble deseo: ofrecer una educación infantil con cualidad/calidad y construir otro mundo donde nuestros niños puedan vivir. Más de una vez Irene expresó su admiración por Paulo Freire y la posibilidad de que América Latina revitalice el pensamiento europeo. La revista Infancia latinoamericana significaba una oportunidad para construir una historia de colaboración, de debate, de transformación. Partiendo del presupuesto común de la defensa de los derechos del niño, pero reafirmando las diferencias de cada territorio, cada tradición, cultura y valores.

Niños e infancias
La situación de la vida de los niños y las niñas en el mundo sigue siendo muy difícil, cada año mueren diez millones de niños por enfermedades, desnutrición o violencia. Casi 1,2 billones de personas en todo el mundo viven con menos de un dólar al día, lo que representa una quinta parte de la población del planeta. La mitad de estas personas son menores de edad (UNICEF, 2017). En América Latina, esos niños pobres, con pocas oportunidades, no son cualesquiera; los ejes estructurales de la pobreza vienen definidos por la raza y la etnia (indígenas y afrodescendientes), el lugar de residencia, el género e, incluso, la edad. Fúlvia Rosemberg (2014), estudiando las estadísticas sobre la infancia en Brasil, advertía de que los bebés son el grupo social más discriminado del país, con menor acceso a las políticas públicas. Por ejemplo, cuando se trata del acceso a la educación, de los 0 a los 3 años, la frecuencia es del 23,5%, mientras que para la franja entre 4 y 5 años es del 80,1% y para los 6 años del 95%. La pobreza es el principal enemigo de los niños en la lucha por la supervivencia.

Paulo Freire nació en el seno de una familia de clase popular, su padre era oficial de policía y su madre ama de casa. En su obra rememora a menudo su hogar, en el barrio Casa Amarela de la ciudad de Recife, sus relaciones familiares, los juegos. Era una “(…) casa media, donde nací, rodeada de árboles, algunos de los cuales era para mí como si fueran personas, tal era mi intimidad con ellos” (P. Freire, 2015, p. 57). En muchos relatos contaba cómo aprendió a leer y escribir, bajo la sombra de los mangos, dibujando las letras en el suelo con palos. Pero con la crisis de 1929, su padre, aquejado por problemas de salud, tuvo que abandonar el trabajo y se quedó sin sueldo, solo hacía algún trabajillo, y la familia tuvo que mudarse a un barrio alejado: “En ese barrio vivíamos de otra manera.

Éramos ‘niños conectivos’. Participábamos del mundo de quienes comían, aunque comiéramos poco, participábamos también del mundo de quienes no comían, aunque comiéramos más que ellos –el mundo de los niños y las niñas de los arroyos, de los mocambos, de los cerros” (P. Freire, 2015, p. 51).

Esa experiencia doble de su infancia posibilitó que el niño Paulo Freire pudiera comprender la estructura de la sociedad brasileña, viendo las dificultades que tenían muchos de sus amigos para comer y estudiar. Si él finalizó sus estudios fue porque su madre recorría las escuelas privadas solicitando “becas de estudios” a cambio de un alumno con buenas notas. Esta necesidad de ser un buen alumno tuvo como resultado una formación sólida en varias áreas de conocimiento, especialmente en lengua portuguesa. Comentando su vida de niño de suburbio, algo más libre que la de los niños de ciudad, pero también llena de ambigüedades, decía:

“El mundo del juego en que, como niños, jugábamos al futbol, nadábamos en el río, hacíamos volar cometas, es el mundo en el que, como niños, éramos, sin embargo, adultos anticipados, a vueltas con nuestra hambre y con el hambre de los nuestros. […] En el fondo, vivíamos, como digo, una ambigüedad radical: éramos niños que anticipaban adultos. Nuestra infancia se hallaba al acecho entre el juego y el ‘trabajo’, entre la libertad y la necesidad” (P. Freire, 2015, p. 49-50).

A pesar de la dureza de la vida, el juego como experiencia cultural contribuyó a consolidar su poder de imaginar mundos. El juego favorecía las relaciones entre los niños y posibilitaba maneras de interpretar la realidad, representar y actuar sobre el mundo. Los juegos son acciones sociales transmitidas generacionalmente, pero continuamente reelaboradas a partir de las condiciones históricas y estructurales que definen a las generaciones en cada momento de la historia. Un niño que al jugar creaba y transformaba la cultura, al mismo tiempo que era creado y transformado por ella. Los niños subvierten el orden porque con sus preguntas, incomprensiones, curiosidades, establecen una relación crítica con la tradición, creando la posibilidad de historias nuevas. Quizás una de las lecciones más importantes de Paulo Freire fue este consejo/comentario:

“Jamás me sentí inclinado, ni siquiera cuando todavía me resultaba imposible comprender el origen de nuestras dificultades, a pensar que la vida era así, que lo mejor que se podía hacer ante los obstáculos era simplemente aceptarlos como eran. Por el contrario, de bien pequeño, ya pensaba que había que cambiar el mundo. Que algo estaba mal en el mundo, y que no podía ni debía continuar” (P. Freire, 2015, p. 41).

Muchos años después, en una carta a su sobrina, comentaba: “A veces mes siento como si fuese también un niño. Tengo ganas de correr. De jugar. De cantar. De decir a todo el mundo que disfruto de la vida” (Lacerda, 2016, 54-5). Mantuvo viva su experiencia de la infancia, su mirada de niño que observa y comprende el mundo:

“Creo que una de las mejores cosas que he hecho en la vida, mejor que los libros que escribí, fue no dejar morir en mí al niño que no pude ser y al niño que fui” (P. Freire, 2001, p. 101).

Hacer historia, hacer educación
Cuanto mayor era su experiencia profesional y humana, mejor comprendía la necesidad de cambiar, de transformar el país. Empezó su carrera como profesor, luego se dedicó a la educación de obreros de la industria, donde siguió aprendiendo sobre la realidad de la vida de los trabajadores brasileños. Esta experiencia con adultos analfabetos lo llevó a pensar en la educación de adultos, la necesidad de alfabetizarlos, ya que para él el lenguaje no era solo un vehículo de comunicación, sino una forma importante de expresión de la existencia. A partir de la experiencia de los Círculos de Cultura, de su acción como católico ligada a Acción Católica, Paulo Freire organizará un proceso de educación comunitaria, que pretendía preparar a la población desposeída para su participación activa y consciente en la vida nacional. A principios de los años 60, participando en un gobierno de izquierdas en el estado de Pernambuco, inició un gran movimiento de cultura popular (MCP) que puso mucho énfasis en los procesos de alfabetización de adultos.

Consejo de Infancia latinoamericana, 2011

La idea de que todos, no solo los niños, necesitaban participar en actividades educativas lo llevó a pensar en la educación como un aspecto de la humanidad de los seres humanos:

“Aquí llegamos al punto del que deberíamos haber partido. El del inacabamiento del ser humano. En realidad, el inacabamiento del ser o su inconclusión es propio de la experiencia vital. Donde hay vida, hay inacabamiento. Pero solo entre mujeres y hombres el inacabamiento se hace consciente” (Freire, 1996, p. 50).

Saberse inacabado genera la necesidad de educación, de autoeducación, y de educación en movimientos colectivos. Es también esa condición de ser inacabado la que lleva a los seres humanos a buscar logros, a participar en la historia, a hacer historia. Es esa condición de inacabamiento lo que nos llena de esperanza en relación al futuro, porque sabemos que siempre podemos ser más humanos de lo que ya somos (Trombeta y Trombeta, 2015, p. 222). Pero no es un proyecto individual, solo se realiza en lo colectivo: “La simple percepción de inconclusión, de limitación, de posibilidad, no basta. Es necesario unirle la lucha política por la transformación del mundo. La liberación de los individuos solo adquiere su significado profundo cuando se alcanza la transformación de la sociedad” (P. Freire, 2014, p. 138).

La educación como proceso, un proceso de búsqueda continua, una educación que despierta la curiosidad, la capacidad de pensar, de dudar, de experimentar. El tema de la infancia siempre ha estado relacionado con el tema de la educación: infancia – lenguaje – curiosidad – pregunta – diálogo – concienciación – docencia. Así, él se lanzó a construir una pedagogía de la concienciación, del diálogo, de la pregunta y de la esperanza.

Las primeras experiencias de alfabetización de adultos de Freire lo llevaron a construir el concepto de concienciación. Los Círculos de Cultura eran espacios educativos para la apropiación de la lengua escrita. Pero, como toda lectura del mundo precede a la lectura de la palabra. Estudiar la palabra, teoría, y el mundo, práctica, eran movimientos complementarios. Así, el proceso de alfabetización de los adultos era también de toma de conciencia. En el grupo, la participación generaba relaciones y compromisos, construyendo el sueño de un mundo que puede cambiar a través de la acción práctica.

La educación no es solo transmisión de saberes y conocimientos –educación bancaria– sino que las relaciones propician el diálogo, el encuentro entre interlocutores.
La dialogicidad es la matriz de una educación libertadora. Enseñar libertad es crear posibilidades de producción o reconstrucción de saberes, conocimientos, afectos.
El educando aprende lo que todavía no conoce y el educador (re)conoce lo que ya sabía. El diálogo solo se produce en el encuentro, en la relación.

Paraguay, 2013

En la educación lo fundamental es aprender a preguntar. Porque son las preguntas las que producen el movimiento de la historia:
“una pedagogía de la pregunta, la que aprende y enseña a preguntar… preguntando y preguntándose, se pregunta ‘¿qué es preguntar?’, ¿qué sentido tiene, para qué hacerlo? Es una pedagogía que se coloca a sí misma, permanentemente, en estado de pregunta, que vive intensamente la pregunta y el preguntar” (Freire, Faundez, 1985, p. 48).

Finalmente, Paulo Freire señalará una pedagogía que se dirige al futuro:

“Es preciso tener esperanza, pero tener esperanza del verbo esperanzar; porque hay gente que tiene esperanza de verbo esperar. Y la esperanza del verbo esperar no es esperanza, es espera. ¡Esperanzar es levantarse, esperanzar es perseguir algo, esperanzar es construir, esperanzar es no desistir! Esperanzar es avanzar, esperanzar es juntarse con otros para hacer las cosas de otro modo… Es preciso reinventar el mundo, buscar su belleza. Belleza que pasa por nuestra capacidad de imaginar, de crear, de actuar, de transgredir… de comprometernos con la existencia humana, alimentados aquí por la esperanza”.

Consejo de redacción de Infancia Latinoamericana, 2016

Sobre una docencia infantil
Paulo Freire defendía una postura infantil, juvenil, en el maestro. Es decir, que el educador no apagase en su interior su experiencia de infancia y mantuviera una actitud de curiosidad, de aprendizaje y de apertura al mundo. Conservar una actitud infantil significa mantenerse sensible, inquieto, creativo, inventivo, es decir, en diálogo y en un proceso de transformación personal.

Para ser maestro es necesaria la construcción de una ética. Una ética de encuentro, de diálogo, de compromiso y de responsabilidad con el otro. Una ética crítica y humanista donde todos los sujetos sociales, adultos o niños, sean vistos como personas con derechos inalienables. La escuela puede vitalizar esta ética al posibilitar la construcción de la pertenencia, de estrategias de participación, de la exigencia de colaboración, fundando así la posibilidad de libertad y emancipación humana.

Para terminar
Irene no solo leyó a Paulo Freire, sino que en su práctica en la Asociación Rosa Sensat nos acogió en su vida, en su casa y su potente trabajo pedagógico. Compartió con nosotros su lectura del mundo donde todos enseñan y aprenden, nada más freireano, y tras muchos encuentros nos propuso la creación de una revista. Con la propuesta de la revista quería apoyar aquel proceso que Freire denominó la superación de la conciencia ingenua, que tantos de nuestros maestros acarrean. Luchar contra el dominador o colonizador que habita en nosotros, a partir de la concienciación, de la relación entre el saber práctico y el saber teórico. La revista Infancia latinoamericana es, como diría Freire, un inédito viable, es decir, una posibilidad de transformación en el ahora, en el aquí, en este instante.

 

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