Mariela Pereyra
“No se enteran, no entienden y cuando crezcan no lo van a recordar…”, son demasiadas las veces en las que escuchamos estas afirmaciones ya transformadas en creencias, en oportunidades provienen del contexto familiar y otras de los centros educativos que reciben cotidianamente a los niños y niñas.
A nivel mundial el tema de la violencia hacia los niños y niñas continùa siendo gravìsima y configura una de las formas más extremas de vulneraciòn de los Derechos. Segùn informes de Unicef (2021), América Latina y el Caribe, a lo largo de su historia sigue siendo de las regiones del mundo más propensa a la pobreza y vulnerabilidad de niños, niñas y adolescentes, teniendo en cuenta que en 2019, el Covid trajo un aumento de las violencias en sus diversas expresiones.
En este caso daremos una mirada especial a las diversas expresiones de las violencias en los Centros de Primera Infancia (en adelante CPI), espacios donde en muchas ocasiones se sostienen, replican y naturalizan mandatos violentos. Aún persisten las miradas adultas de asombro y con cierta distancia sobre las múltiples formas de expresión de la violencia en los espacios cotidianos de las infancias, y es habitual encontrar, al trabajar con equipos de CPI, la creencia que la violencia está «afuera», en el contexto comunitario o familiar, por lo que se vuelve necesario “mantenerla” alejada y distante, persistiendo la dificultad de identificar cómo a la interna de los centros y en cada uno de los espacios muchas veces se sostienen y replican modelos violentos.
Entonces, ¿cómo identificarlos? Basta con detenernos por un lado, en la ambientaciòn de una sala, ingestas, descanso-sueño, cambio de pañales, etc. las propuestas, los momentos de recibimiento y despedida de los niños y niñas donde en ocasiones observamos filas o esperas eternas con mochila y campera puesta, estilos poco sensibles de cuidado y sostén corporal, escasa narrativa verbal y variaciones entonacionales o miradas. Por otra parte, en cómo acompañamos a los sistemas familiares y la calidad del vínculo que construimos: «familias afuera versus familias adentro» muchas veces en la ilusión de mantener «aislado o protegido» al niño o niña de las «otras» violencias.
Se hace imprescindible detenernos y mirar con atención estas dinàmicas cotidianas que generan las «microviolencias», entendiendo a éstas como las maniobras sutiles e imperceptibles que tienen como objetivo generar control y abuso de poder. Lo observable son los gritos, tirones o el manejo abusivo de los cuerpos de los niños y niñas, pero urge identificar la naturalización de las «microviolencias» que siguen vigentes y desmontar la creencia que las niñeces son «objetos» que nos pertenecen y sobre las cuales podemos operar, sobre sus cuerpos y psiquis.
Garantizar los derechos de las infancias es un deber del Estado por tratarse de un tema de Derechos Humanos, y también una responsabilidad de todos y todas.
El daño generado por las violencias en los más pequeños es devastador, es urgente abordar la temática de forma integral para potenciar su desarrollo y aprendizajes y evitar consecuencias irreversibles. Es imprescindible que los equipos de trabajo generen estrategias para potenciar los entornos de crianza y que generen confianza y cercanía con los primeros agentes socializadores como lo son las familias que ejercen su responsabilidad de criar y cuidar en una lógica de corresponsabilidad con otros actores institucionales, velando por el cumplimiento de su desarrollo integral y de derechos.
Sabemos que los periodos sensibles (Unicef Bedregal, P y Pardo, M 2004) son ventanas de oportunidades para potenciar el desarrollo, pero también se pueden transformar en «momentos de mucha vulnerabilidad» en este sentido es necesario tener presente que la ausencia de estímulos o la ocurrencia de estímulos negativos deja marcas no solo por los niveles de vulnerabilidad sino también por su efecto acumulativo, según el Sistema Integral de Protección a la Infancia y Adolescencia ((SIPIAV ,2019).
Por tanto, se torna absolutamente imprescindible la presencia de referentes de cuidado . donde el CPI sea un entorno protector y sensible a las necesidades de los niños pequeños y las experiencias se tornen significativas desde el punto de vista emocional y afectivo, que promuevan los aprendizajes y el desarrollo transformándose en amortiguadores de las experiencias de los más pequeños, integrando de forma activa a sus familiares, principales referentes de cuidado, educación y crianza.
Por lo antedicho, se torna indispensable la detección y el abordaje del impacto de la violencia que implica también identificar su presencia en nuestras historias personales y familiares como una herramienta más para el trabajo cotidiano en los CPI, el intercambio en equipo fortalece las miradas y potencia las intervenciones, a la vez que genera una malla de sostén, protección y detección de situaciones abusivas.
El encuentro cara a cara con el sufrimiento de un niño o niña pequeño es devastador y puede ser paralizante para las y los educadores, es imprescindible valorar el riesgo y generar acciones inmediatas para proteger de mayores vulneraciones.
Actualmente, la expresión de la violencia se ha transformado y ha ido cambiando a formas más extremas como la violencia vicaria o asociadas a redes de ilegalidad, sin embargo persiste su invisibilización hacia las infancias. En el trabajo con equipos de centros encontramos casi de forma cotidiana relatos que dan cuenta de situaciones complejìsimas y en ocasiones desesperanzadoras, situaciones que tensionan e implican la atención de los emergentes, pero se hace necesario observar de forma sensible y atenta las infancias para identificar sus diversas formas de mostrar lo que estàn viviendo los niños, la calidad del juego, la expresiòn de sus conductas, el relacionamiento con pares, el relacionamiento con adultos y muchas veces… «el relato». La detección de las violencias en la primera infancia se caracteriza por ser de mayor complejidad ya que en muchas ocasiones lo observable son rezagos en el desarrollo, su correspondiente diagnóstico y un sinfín de indicadores inespecíficos que complejiza y atenta contra una mirada sistémica de la situación. El trabajo en un marco de derechos no solo integra un cuidado sensible y atento a las necesidades de los niños, requiere sin dudas de propuestas acordes y respetuosas de la etapa evolutiva que transitan. El tironeo de los aprendizajes, el adoctrinamiento y la obediencia son formas de violencia muy habituales que van en concordancia con los criterios adultos, invisibilizando a los más pequeños.
Los CPI son una oportunidad para el trabajo a nivel de promoción y prevención en la temática, el trabajo en cercanía con las familias así como también integrar redes con otras instituciones les permite generar acciones en conjunto y en diferentes niveles. Entendemos que las familias son participantes activas y responsables en conjunto con las instituciones que en forma directa o indirecta velan por el cumplimiento de los derechos y la integralidad del bienestar de las niñas y los niños.
Otro aspecto fundamental es el trabajo en proximidad con las familias en una lógica de co-educación que permita generar sinergia en los modelos de crianza respetuosos hacia las infancias y fortaleciendo aspectos de la parentalidad, imprescindibles en esta etapa. Es fundamental que todos los actores confluyan en un enfoque de Derechos con perspectiva de gènero, generaciones y diversidad.
Mariela Pereyra
Notas:
Unicef (2012). Violencias contra niños, niñas y adolescentes en América Latina y el Caribe, 2015-2021, una revisión sistemática. Unicef / Universidad de Edimburgo.
SIPIAV (2019) – Guia para la atención de niñas y niños de 0 a 3 años en situación de violencia.