Los lenguajes artísticos se convierten en una herramienta imprescindible en la escuela cuando se trata de ayudar a las niñas y a los niños a desarrollar un pensamiento libre y creativo por medio del descubrimiento, la experimentación, la creación y el aprendizaje.
La comunidad educativa estamos viviendo unos tiempos apasionantes de debate sobre cómo queremos que sea la escuela del siglo xxi y cuál es el modelo educativo que hemos de construir juntos. Expertos de todos los ámbitos coinciden en que la creatividad ha de ser un pilar fundamental, junto con la innovación. ¡La creatividad! Está bien que lo reconozcamos, pero tengamos en cuenta que hay unas herramientas para fomentar la creatividad que hemos tenido siempre al alcance: se llaman áreas artísticas, y son la música y la danza, y las artes visuales y plásticas.
Personalmente considero que la creatividad en la escuela ha de ir totalmente vinculada a la idea de libertad. Es fundamental ya en Educación Infantil que, a través de los planteamientos de actividades plásticas y musicales, demos libertad a los niños para que experimenten, descubran, creen y aprendan. Cuanto más favorezcamos contextos creativos como maestros y educadores más potenciaremos a niños y niñas competentes, capaces de plantearse cuestiones y buscar respuestas para resolverlas. Es decir: niños y niñas que serán constructores de su propio conocimiento. Evitemos pues, tanto como podamos, aquellas actividades excesivamente dirigidas y tengamos mucho cuidado en respetar aquella frescura creativa, aquella espontaneidad que tienen las criaturas. Es normal que se nos generen dudas sobre si estamos o no haciéndolo suficientemente bien dando un mínimo de pautas, o quizás incluso ninguna. «Tenemos que mirar toda la vida a través de los ojos de un niño», nos decía el artista Henri Matisse. Los maestros nos encontramos muchas ocasiones en las que tenemos que desaprender, y quizá la que hace referencia a las disciplinas artísticas es una de ellas.
Si pretendemos que el niño esté en el centro de su aprendizaje y tenemos claro que cada cual es único y diferente, no puede ser que las producciones plásticas en la escuela sean clónicas. Seamos valientes y aprendamos a ver a través de los ojos de cada uno de nuestros niños y niñas, y posiblemente descubriremos veinticinco mundos creativamente diferentes. Tengamos en cuenta, también, que cada vez más las familias se interesan por el modelo de escuela que fomenta la creatividad de los niños, en la que las artes tienen un papel destacado. Es decir: los centros que presentan un buen proyecto artístico cuentan con un valor añadido de cara a madres y padres que están pensando cuál puede ser la mejor escuela para su hijo o su hija.
Existe la idea generalizada de que los niños ya son creativos de por sí. Que con poca cosa tienen bastante. Es verdad que niños y niñas tienen esta creatividad innata. No la matemos, como diría Ken Robinson. Pero como maestros tenemos que buscar generar contextos todavía más creativos. Estos harán que la experiencia sea más enriquecedora. Contextos que sorprendan, que provoquen, que inviten a crear y a pensar. Y aquí aparece la importancia del tiempo. Tenemos que darnos tiempo. Tanto a nosotros, los maestros, como a nuestros niños y niñas. Tiempo para pensar, tiempo para planificar, tiempo para experimentar y crear, tiempo para analizar y revisar. No nos centremos solo en producir: sería un error. Tengamos en cuenta todo el camino que comporta un proceso creativo, desde su planteamiento hasta la producción final, y todas aquellas interacciones que en él se producen, teniendo en cuenta que cada uno de los niños tiene unas vivencias y un capital cultural propio que lo hace único y diferente. Por lo tanto, las producciones resultantes también deberían reflejar esta diversidad. El objetivo de la escuela tiene que ser crear contextos de aprendizaje que ayuden a crecer a niños y niñas, y a desarrollarse tanto física como social o emocionalmente, y aquí las artes pueden desarrollar un papel fundamental. Las experiencias creativas en la escuela no son sino auténticas experiencias de vida.
La creatividad, pues, comporta fabular e imaginar, analizar las cosas desde diferentes puntos de vista, tomar decisiones y ver que puede haber diversidad de propuestas ante un mismo reto. Las actividades artísticas, pues, son un terreno ideal para cultivar esta creatividad y, más todavía, un espacio para educar en la tolerancia y la diversidad, puesto que el arte ofrece un abanico tan grande de posibilidades expresivas como personas hay. Nada está bien o está mal, sino que se ve desde ángulos diferentes. Lo que para mí puede parecer blanco, otro lo puede ver negro. Esta es la gran ventaja del arte, que nos puede dar disparidad de ideas y que todas son buenas, aspecto esencial para aprender a descubrir el valor del otro, la diferencia como algo enriquecedor.
Por lo tanto, es importante, también, que ya desde la escuela infantil nutramos la cultura visual de los niños y las niñas. Pongámoslos en contacto con tantos lenguajes plásticos como nos sea posible: ilustraciones, construcciones, pinturas, esculturas, instalaciones, fotografía, vídeo, etc. Howard Gardner, en su Teoría de las inteligencias múltiples (1983), ya reclama un papel más importante del arte en el currículum escolar y sostiene que hay que verlo como un lenguaje, un sistema de símbolos. De hecho, el uso de diferentes lenguajes semióticos en la escuela implicará más diversidad en los recursos que damos a los niños para poder comunicar. Esto implica, pues, un proceso de alfabetización, proceso que hay que iniciar desde muy pequeños tanto en casa como en la escuela. Pero las obras de arte pueden ser realidades complejas. Entonces, ¿cómo lo hacemos? Francesco de Bartolomeis, en El color de los pensamientos y los sentimientos (1994), nos propone desmontar la obra de arte, enseñar a distinguir sus elementos y ver cómo interactúan, aislar detalles y focalizar la mirada, observar el trazo, fijarnos en los colores…
Los procesos creativos también comportan un aprendizaje y un descubrimiento de materiales, apoyos y técnicas muy diversos que debemos presentar con mucha atención y dejar que descubran sus posibilidades expresivas. Animar a los niños, más bien, a tomar decisiones que no a seguir instrucciones mejorará exponencialmente la calidad de la experiencia. Será importante aprender experimentando con acuarelas, témperas, tizas, arcilla, bloques de madera y un largo etcétera de materiales a través del juego. Podemos, pues, plantear el aprendizaje del arte jugando con sus elementos: por una parte, todo el abanico de materiales; por otra, las creaciones de los artistas. Desde muy pequeños podemos nutrir tanto la vertiente de observadores y degustadores de las artes como la de creadores y productores. Un aspecto retroalimentará el otro, y la experiencia artística será más intensamente vivida.
En esta línea, podemos utilizar el arte como herramienta favorecedora de conversaciones: ¿qué nos explica este artista con su obra?, ¿qué nos ha querido decir?, ¿qué nos recuerda?, ¿cómo nos hemos sentido escuchando esta música?, ¿cómo nos ha hecho mover esta melodía?
Abrir las conversaciones de la clase al arte ayudará a las niñas y a los niños a abrir su pensamiento. Y será esta libertad de pensamiento, y el hecho de contrastarlo con el del resto de compañeros, lo que los ayudará a convertirlo de egocéntrico en socializado. No hay que decir que todo esto influirá positivamente en el resto de aprendizajes, estén o no vinculados a las disciplinas artísticas.
Otro factor importante del arte para niños y niñas pequeños es que deviene un medio relacional. La exploración y el descubrimiento generan juego y conversación, y esto crea vínculos entre los niños y las niñas, que aprenderán activamente los unos de los otros y, también, colectivamente. Por lo tanto, como maestros, contemplemos las posibilidades emocionales que nos presentan las actividades artísticas y potenciémoslas a fin de enriquecer todavía más nuestros vínculos. El arte, pues, ha de convertirse en una herramienta para poder conocerse mejor a un mismo y a los demás, logrando más compromiso emocional por parte de los niños y las niñas.
En el ámbito más práctico y manipulativo, no olvidemos la importancia de las actividades artísticas en la Educación Infantil. Los procesos creativos involucran la totalidad de los sentidos de los niños y, también, estas actividades ayudan a desarrollar la motricidad fina, la coordinación, el control ojo-mano, fundamentales en el apasionante camino hacia el aprendizaje de la escritura.
Las disciplinas artísticas, en definitiva, favorecen el desarrollo sensorial, motor, cognitivo y emocional de los niños y las niñas, esencial en cualquier proceso de aprendizaje. Tengamos en cuenta que todos aquellos inputs recibidos en los primeros años de vida les darán recursos que favorecerán el desarrollo de la propia personalidad y, de esta manera, desde la escuela podemos hacer de las artes unas herramientas que los ayuden a enriquecer su proyecto vital.
Dimas Fàbregas es director de la Escuela La Immaculada de Vilassar de Dalt (Barcelona)
Bibliografía
Bartolomeis, Francesco de. El color de los pensamientos y los sentimientos. Barcelona: Octaedro, 1994.
Bosch, Eulàlia. El placer de mirar. Barcelona: Actar, 1998.
Bosch, Eulàlia, et al. Hacer plástica, un proceso de diálogos y situaciones. Barcelona: Rosa Sensat-Octaedro, Colección «Temas de Infancia», núm. 7.
Goleman, Daniel. El espíritu creativo. Barcelona: Ediciones B, 2000.
Mercer, Neil. Palabras y mentes. Cómo usamos el lenguaje para pensar juntos. Barcelona: Paidós Ibérica, 2001.
Vallvé, Lluís. Tiene que llover al revés. Reflexiones de un maestro de plástica. Barcelona: Rosa Sensat-Octaedro, 2010.
