¿Puede una pequeña escuela infantil contribuir a la vida cultural de la comunidad? Helena Martinho, maestra de infantil portuguesa, trabaja la educación artística y describe un proyecto de arte callejero como ejercicio de libertad y de construcción cultural.
Equipados con pinturas, pinceles, esponjas, batas, un taburete y una escalera, semana tras semana volvíamos a la pared hasta que terminamos la ballena azul, que incluso lucía un piercing en la cola –una anilla metálica que ya estaba en la pared.
Mientras recogíamos los utensilios y nos preparábamos para irnos, un viejecito que cada día pasaba por delante –testigo tranquilo de cómo el trabajo cogía forma– comentó: «Cuánto trabajo, cuánto trabajo, ¿habrá valido la pena? Esta pared acabará desapareciendo, algún día la derribarán». Una observación interesante sobre la naturaleza efímera del «arte de la calle». Estuvo conversando conmigo y con los niños y las niñas, y finalmente le pregunté: «¿Qué le parece? ¿Ha quedado bien? ¿Le gusta ver la ballena en la pared?». Dijo que sí, que le gustaba, que era bonito y diferente. «¡Así, ha merecido la pena!», le respondí, antes de emprender el camino de retorno hacia la escuela con los niños, con las batas, las manos y el pelo salpicados de pintura azul.
La pared siempre había estado allí, amarillenta y enorme, parte de una casa en ruinas. ¿Cuántas veces habíamos pasado por delante sin mirar realmente, hasta el día que aquel grupo vio la enorme ballena? ¡Casi inmediatamente decidimos pintarla! Unas cuantas sesiones más tarde allí la teníamos: la ballena azul que ahora los niños y las niñas saludan cada vez que pasan por delante.
El grupo sabía qué era el arte de la calle. Los niños ya habían visto proyectos de arte en espacios naturales y en zonas urbanas más o menos deterioradas. En una de las sesiones de trabajo, abierta a las familias, se presentó el Tour París 13, considerada la mayor exposición de arte urbano de todos los tiempos, realizada en un edificio de París a punto de ser derribado. Más de un centenar de artistas de calle, entre los cuales diez portugueses, habían pintado todas las habitaciones de treinta y seis apartamentos.
En estas sesiones debatimos varios temas: la ubicación, la idea del artista, lo que pretendía, el proceso, los materiales utilizados, y lo que pensaba la gente cuando se encontraban por sorpresa confrontados con estas obras en la calle.
De repente, todo el mundo empezó a imaginar formas y dibujos en las paredes, inspirándose en una grieta, un agujero en el yeso, una tubería sobresaliendo…
Después de la ballena azul, una pared muy texturada nos dio la idea de un dragón rojo. Un agujero en el yeso se convirtió en un pájaro kiwi; las tuberías de desagüe sugirieron un «elefante sorprendido» o una «cara que llora». Apareció un mono colgado de la hiedra que cubría una pared –viñas selváticas, para la imaginación infantil–. Al encontrar una mancha descolorida, un niño enseguida la bautizó: «Mujer pálida».
Durante una expedición un poco más lejos de la escuela, nació un loro. ¡Y era tan artístico que alguien propuso llamarlo el «loro Miró»!
Los niños y las niñas esbozaban varios proyectos artísticos a partir de la imagen fotográfica de la pared o de la valla que debían pintar. Una vez seleccionada la mejor idea, iniciaban el trabajo.
Muchos dibujos, proyectos, conversaciones y decisiones de grupo, muchas pinturas, taburetes y escaleras arriba y abajo. Ahora el ojo estaba entrenado, ¡buscaba nuevas oportunidades constantemente!
Pensar en el espacio y el entorno que nos rodea, osar cambiarlo y provocar a la gente para que se nos uniera, fue una experiencia de libertad para todos.
Un tiempo después, inspirados por el artista callejero Spidertag, hicimos una espiral con tornillos y lana en una puerta de madera vieja de la casa donde «vivía» nuestra ballena. Una vecina que pasaba por allí preguntó: «Entonces, ¿qué hacen estos niños y niñas?». Sin dejar de martillar, un niño muy decidido respondió: «¡Un spidertag!». «¿Un qué?», preguntó la mujer. Y entonces le expliqué que era una especie de telaraña y le hablé del artista que nos había inspirado. Le gustó tanto la idea que se unió al juego: «Eh, ¿queréis una araña que tengo en casa para ponerla aquí?» Evidentemente que los niños y las niñas la querían, así que la mujer desapareció unos minutos dejándonos a todos muy ansiosos, esperando que volviera con una araña real. Pero resultó que era una araña de goma gris y rosa que colocamos en medio de la espiral. ¡Era perfecto!
Y allí se quedó, tejiendo su tela para siempre… Y, como la araña, nuestra escuela infantil teje su «tela» con las personas, con el arte, decidida a sobrevivir y a contribuir a la vida cultural de la comunidad.
Helena Martinho, maestra en la escuela infantil Vimeiro de Lourinhã, Portugal.
Fotos: Helena Martinho
Nota
Este proyecto se llevó a cabo en la escuela infantil Vimeiro –Grupo de Escuelas y Escuelas Infantiles de D. Lourenço Vicente–, durante el curso 2013-2014. El resultado del proyecto se mostró en una exposición en la biblioteca pública de Lourinhã en el mes de mayo y en el Centro de Interpretação da Batalha do Vimeiro durante los meses de junio y julio. Las muestras se organizaron con la ayuda del estudio de arquitectura Esboço Cúbico y de la arquitecta Ana Timóteo, madre de uno de los niños.