Infancia aprovechó la presencia de Arno Stern y su hijo André Stern en el CaixaForum de Barcelona para entrevistarlos. Presentaban una conferencia cada uno. Arno Stern, La memoria y los recuerdos sobre la «formulación» y el juego de pintar, y Los niños, guardianes de nuestros potenciales, André Stern, sobre la ecología de la infancia. La organización corrió a cargo de La Caixa de Colors.
Arno Stern (Kassel, 1924) sigue trabajando en su Closlieu, su taller. Niños, jóvenes y adultos disfrutan del juego de pintar sin inhibiciones, sin pretensiones, sin juicios y sin competición, con la pasión y el placer de hacer lo que se quiere, sin esperar nada a cambio. Las investigaciones de Arno Stern sobre el trazo en todo el mundo han probado que niños y adultos realizan las mismas figuras y dibujos en todas partes, sea en el mundo «civilizado» o en el lugar más escondido de la selva de Brasil. La constatación de una «memoria orgánica» innata y universal, que se expresa a través del dibujo libre y espontáneo, le ha llevado a enunciar la teoría de la formulación.
Tona Castell: ¿Por qué dibujan los niños?
Arno Stern: No me he planteado nunca esta pregunta. Es una cosa tan natural que no lo he pensado nunca como un problema. Del mismo modo que un niño gesticula, llega un día que descubre que sus movimientos pueden dar lugar a un trazo y encuentra placer en ese trazo. Es el nacimiento de esta capacidad, que se irá desarrollando.
T. C.: Su teoría de la formulación nos habla de una memoria orgánica, innata y universal. ¿Hay diferencia entre los niños y las niñas de ahora y los de hace cuarenta años? ¿Dónde se encuentra esta diferencia?
Arno S.: Ha habido una ruptura. Se trata de una catástrofe, como un terremoto. Yo viví la teoría de la formulación en 1946 o 1947. Creé el taller closlieu en 1950, y hasta el 1980 era una aventura extraordinaria, irresistible. Niños y niñas venían después de la escuela, jugaban naturalmente, dibujaban libremente, se entretenían. En la escuela se les enseñaba un poco de dibujo, sin que esta enseñanza los penetrara profundamente. No tenía mucha importancia. Pero en 1980, cuando se introdujo la educación artística en la escuela, fue una catástrofe. A partir de ese momento, los niños y las niñas se volvieron estériles. No fue un cambio brusco, pero sí una evolución rápida, a lo largo de unos pocos años. Conservo dibujos y archivos, con aproximadamente medio millón de documentos. Hemos escaneado una muestra de estos dibujos, que van desde 1947 a 1980, aproximadamente, y allí hemos reencontrado aquella riqueza. Incluso para mí, ha representado reencontrar la efervescencia en la expresión de los niños. Y ahora ¿qué pasa? Progresivamente, desde aquella fecha, mes a mes, al mirar ahora los dibujos posteriores, no hay nada de nada. Niños y niñas quedaron como paralizados. Aquella expresión natural dejó de serlo. Lo que era abundante ya no lo es.
T. C.: Cuando los niños y las niñas dibujan, los adultos a menudo les preguntamos qué hacen, por qué lo hacen. Usted cuestiona esta actitud de los adultos. ¿Cree que les hacemos perder el placer de dibujar?
Arno S.: La facultad y la necesidad de dibujar es ilimitada, no hay edad para ello. Empieza con la capacidad de hacer líneas. El único obstáculo es la imposibilidad motriz. Excepto en este caso, todo el mundo es capaz de trazar formas, y todo el mundo experimenta placer al dibujar. No es una experiencia circunscrita a la infancia. Es un error de base, en el estudio del dibujo, decir que existe el dibujo «infantil». No tendría que existir este concepto. Da la idea de que se trata de una cosa reducida a un cierto periodo de la vida, y esto no es cierto. Yo también lo creí. Mis primeras experiencias fueron en un orfanato después de la guerra y allá había juntos niños de cinco a quince años. En Closlieu, proponía el juego de pintar a niños de estas edades, pero muy pronto vi que, a los de dieciséis, diecisiete, dieciocho…, hasta los veinte años, continuaban con el mismo afán. No se trata de una cosa limitada. Se puede empezar a los cuarenta, a los cincuenta o a los sesenta años.
André S.: La catástrofe de la que habla mi padre empieza en la década de 1980. Fue un momento en que hubo un cambio de paradigma. Empezó una especie de «tercera guerra mundial» que ha consistido en colonizar todo el mundo. A partir de este momento, se empezó a preparar a los niños y las niñas para este nuevo mundo. ¿Somos nosotros…, es el adulto el responsable? Es la actitud educativa. Es por esto que proponemos una nueva actitud educativa. Hay investigadores contemporáneos que han descubierto que, a partir de la década de 1980, la contaminación causada por los pesticidas y los plásticos llega a hacer disminuir hasta treinta puntos el cociente intelectual, y todavía más el cociente afectivo y emocional de los niños. Quizás es la contaminación, que destruye las ondas cerebrales, y esto tiene que ver con la actitud economicista implantada en la educación de nuestros niños. Es esta realidad, la que mi padre ve y puede ilustrar y documentar de una manera espectacular, con miles de documentos de niños de todo el mundo, a partir de la década de 1980. Y nuestra responsabilidad no está en el método, en lo que hagamos o dejemos de hacer; se trata de una cuestión de actitud. Es todo el funcionamiento de la sociedad, lo que se pone en cuestión. Se trata de una sociedad donde niños y niñas ya no tienen lugar y, como todos somos como los niños, nadie tiene lugar.
T. C.: ¿Ve posible hacer talleres de educación creadora dentro de los espacios de las escuelas?
Arno S.: Esto es un problema importante. Entre las personas que vienen a formarse con nosotros, hay una parte importante de gente que trabaja en las escuelas. Esto me parece muy bien, porque para mí la causa de la degradación de las facultades, de la espontaneidad en los niños y las niñas, es la enseñanza mal orientada, en particular la educación artística. André tiene razón de subrayar la importancia de la contaminación. Yo puedo demostrar que niños y niñas han sido esterilizados, que su acto de pintar ya no es natural. Y cada vez que los maestros aprenden el sentido de la formulación, su actitud cambia, y con este cambio sus alumnos están salvados. Cada vez que, en una escuela, se introduce el closlieu para reemplazar la asignatura de educación artística, se produce un trasiego, una mutación. Es como si se sustituyeran los pesticidas por cultivos biológicos. Es por eso que, sin que diga que está bien que niños y niñas vayan a la escuela, sí que digo que, dado que van a la escuela, es necesario que se cambie lo que es fuertemente negativo por aquello que puede ser un remedio. Se ha demostrado, en Italia, en una escuela, cómo los niños y las niñas han cambiado. La dirección ha verificado que gracias al juego de pintar los niños se han vuelto «buenos alumnos». Hoy en día en todas las escuelas se dice que los niños son imposibles, los maestros no tienen ganas de ir a dar clases y los padres no comprenden a sus hijos. Niños y niñas no se sienten bien en ninguna parte, no son apreciados. Se desconfía de los niños, se les tiene miedo. Esto será terrible dentro de unos años. Cuando se ha introducido el closlieu en un centro, todo ha cambiado. Hay solución, pues, incluso en el interior del sistema que yo repruebo.
T. C.: ¿Puede dar un consejo a los maestros de las escuelas infantiles, un consejo a corto plazo, que puedan aplicar enseguida?
Arno S.: Es difícil. Hay que decirles que la manera usual de educar el trazo del niño es errónea. Es necesario iniciar el trabajo sobre el trazo del niño de otra manera, y así mismo es necesario encontrarse con el niño de otra manera. Esto es evidente. No se puede considerar al niño como un alumno disminuido a quien se ha de ofrecer todo el saber necesario para que obtenga un diploma. Esto no puede ser. Hoy en día hay mucha gente que reconoce que hay que cambiar algo en la enseñanza. Y no es haciendo nuevos planes educativos como se producirá este cambio. Es necesario cambiar radicalmente la actitud hacia la infancia. Hay que partir del niño y no de una planificación. Hay que cambiar. Hay que tener en cuenta en primer lugar al niño ahora y no lo que tiene que ser en un futuro. Si programamos el futuro de los niños y las niñas, no tendrán ya futuro. Se les habrá robado el futuro. Es necesario que los enseñantes tomen conciencia: su función no tiene que ser preparar al niño, sino ayudarlo, apoyarlo.
André S.: Los profesores están en una situación difícil. Están entre la Administración, los niños y las niñas, y las familias. No es nada fácil. No hay ninguna receta. Yo trabajo mucho con los enseñantes. Me preguntan: ¿cómo lo puedo hacer para conseguir entusiasmo en mis niños? Si empiezan así, esto no funcionará. El entusiasmo no es un botón que se pueda pulsar. Con el entusiasmo pasa una cosa muy importante: es contagioso. Hay maestros que me dicen que no pueden hacer nada, que no pueden cambiar nada, que tienen una planificación, unos programas a seguir, una estructura jerárquica… Sí que se puede hacer. Se puede hacer mucho. Hay que ver el mundo de los niños y las niñas. Con los niños, pasa que se les ocupa tanto en lo que se tienen que convertir que no tienen tiempo de ser. Hace falta que se les dé tiempo para ser. Esto lo cambia todo para ellos. Se los tiene constantemente bajo presión. Se les dice que hace falta que estén atentos a la escuela, que saquen buenas notas. «Si no sacas buenas notas, no podrás tener unos buenos estudios. Si no tienes buenos estudios, no podrás tener una buena titulación. Si no tienes una buena titulación, no podrás tener un buen trabajo. Si no tienes un buen trabajo, no podrás ganar dinero, no podrás comprarte un coche, no podrás tener familia…» Es una presión enorme. Este es el mundo de nuestros niños y niñas, y el enseñante puede seguir este camino. Pero cuarenta y cinco minutos a la semana tienen la posibilidad de cambiarlo todo en la vida de los niños. «Aquí donde tú y yo estamos, te transmito la sensación de que te quiero porque tú eres quien eres y como eres. No tienes que cambiar, no me tienes que dar nada a cambio, no me tienes que recompensar por nada.» Esto es un cambio enorme para niños y niñas. Los enseñantes están en una posición difícil, pero también estratégica. Si el cambio no empieza por ellos, no podrá haber cambio. Se ha llegado a un punto en el que ya no se puede optimizar lo antiguo, lo que ha pasado. Hace falta algo nuevo, y los maestros son los primeros que han de cambiar.
Arno Stern denominó formulación al código universal que se manifiesta en la gente muy pronto, tan pronto como es capaz de producir trazos sobre una superficie, que después evolucionan de forma programada a lo largo de toda la vida.
Primero aparecen las «figuras primarias», que no tienen intención de representar. Después aparecen los «objetos-imágenes», con los cuales se desarrolla el juego de representación. Y mucho más tarde, ya de adultos, aparecen las «figuras esenciales», en las cuales ya no hay representación.
Arno Stern hizo, en su juventud, el inventario de los «objetos-imágenes» y se preguntó si aquello que se percibe del entorno depende de cada cultura. Sus viajes a poblaciones aisladas, sin estructura escolar y que no conocían el dibujo o la pintura, le sirvieron para constatar que sus representaciones eran análogas a las de los niños y las niñas de nuestra sociedad.
Extraído del web del centro Diraya, http://dirayaexpresion.es/
Tona Castell, revista Infancia