La educación plena contribuye a que niñas y niños elaboren una imagen equilibrada y positiva de sí mismos y progresen en su desarrollo afectivo, motor, comunicativo y relacional, acercándose a las pautas elementales de convivencia y relación social, así como al descubrimiento de las características físicas y sociales del medio en el que viven.
Ajustándonos, la atención a niños y niñas menores de tres años de ninguna manera puede ser no educativa. Cada instante de nuestra presencia educa. Es un absoluto contrasentido seguir hablando de momentos educativos y de momentos asistenciales, y de profesionales diferentes para cada situación. Para una calidad educativa se requiere que la educación cuide lo más íntimo y cotidiano de cada persona y se nutra del juego, de las relaciones y de un hilo temporal que no se tensa.
Se necesitan profesionales guardianes de la cultura infantil, que custodien las relaciones afectivas, y que protejan el fluir de la escuela de las fracturas temporales a las que la escuela se ve en muchas situaciones sometida.
Demandamos partir de una legislación en la que la única titulación que pueda acompañar a la de Magisterio sea la del Grado Superior de Educación Infantil. Así se evitaría la actual proliferación de titulaciones menores que, según las autonomías, han ido introduciéndose como válidas para esa «atención», erróneamente considerada menor por la Administración.
Demandamos escuelas infantiles de etapa completa en las que cada momento sea consecución del anterior desde los 0 y como mínimo hasta los 6 años, con una regulación que establezca que el primer ciclo de infantil ha de estar integrado en el sistema educativo general, en igualdad de condiciones, con garantías de respeto a la identidad de la etapa desde el nacimiento.
La inclusión del primer ciclo en la regulación estatal de requisitos mínimos de centros es una medida urgente para evitar la dispersión e inequidad, no solo con el resto del sistema, sino también entre territorios.
