Cuando nos dirigimos a los bebés y a los niños pequeños a través del lenguaje, lo hacemos de una forma particular que difiere bastante de cómo hablamos a niños y niñas de mayor edad o adultos. Este tipo de habla, también conocida como maternés (en inglés motherese) o habla maternal, tiene unas características que han despertado el interés de numerosas investigaciones durante los últimos años.
Se caracteriza por adaptarse muy bien a la capacidad de atención de los bebés: con abundantes pausas, cambios bruscos de entonación y una articulación muy marcada. Las investigaciones han mostrado que estas características van cambiando con la edad del bebé o niño, ya que nos adaptamos a su nivel de atención y de comprensión, así como al tipo de respuesta que nos encontramos cuando nos dirigimos a ellos. También se ha demostrado que, en general, dirigirse a los bebés de esta forma tiene consecuencias positivas, tanto desde el punto de vista afectivo como desde el punto de vista del aprendizaje del lenguaje.
Aunque aparentemente el habla dirigida a los y las bebés es una forma más simplificada de hablar, su complejidad es asombrosa, y conviene que nos detengamos en algunas características, pues no todas favorecen el desarrollo del lenguaje de la misma forma en cada etapa.
Durante mucho tiempo, se ha sostenido que aquellos niños a los que más se les habla son los que presentan mejores niveles de lenguaje. Es cierto que hablarles es positivo en muchos sentidos, pero no suele tratarse de una asociación directa tipo «cuanto más les hablemos mejor será su lenguaje», ni siquiera «cuanto más les hablemos en maternés mejor será su lenguaje». En un estudio realizado en la Universidad de Sheffield (Reino Unido) por M. McGillion, se ha demostrado que, entre los 9 y los 18 meses de edad, el habla dirigida a los bebés debe coincidir temporal y semánticamente con las conductas comunicativas que ellos producen. Esto quiere decir que se trata de responder a sus conductas comunicativas –una vocalización, mostrar un juguete, un pequeño llanto, una mirada– de la forma más inmediata posible. De lo contrario, parece que el efecto sobre el aprendizaje del lenguaje es el mismo que si no se les hablara. Al mismo tiempo, la idea de la contingencia significa que la respuesta verbal que producimos es tanto más útil para su desarrollo lingüístico si se refiere a lo que está ocurriendo en ese momento –el objeto que muestra, lo que mira, el motivo del llanto–, puesto que lo que hacemos es ir poniendo nombre a lo que ocurre y no simplemente acompañando con sonidos. De esta forma, aumentamos las probabilidades de que los bebés y niños y niñas pequeños vayan dándose cuenta de que los sonidos de las palabras que utilizamos se refieren a esas situaciones concretas. Se trata de un proceso muy gradual, pero nuestra participación de esta forma es fundamental.
Otra característica importante del habla dirigida a los bebés es que es muy repetitiva, lo cual parece bastante lógico si pensamos que repetir palabras u oraciones aumenta las oportunidades de escucharlas. Como acabamos de señalar, cabría pensar que, cuanto más se escuche una palabra, más probabilidades tiene de ser aprendida, de la misma forma que, cuanto más se escuche una estructura sintáctica, ya en etapas posteriores a los dos años, más fácilmente se incorporará al repertorio lingüístico. Sin embargo, hay que tener en cuenta varios matices.
Por un lado, los adultos nos repetimos mucho cuando nos dirigimos a los bebés y a los niños pequeños, y repetimos lo que decimos con frases distintas («¿Has visto el trenecito? ¿Jugamos con el trenecito chucuchú? El trenecito te gusta mucho a ti. Cómo te gusta el trenecito»). La investigación, llevada a cabo en varias lenguas, incluida la española, ha mostrado que esta repetición de palabras que van apareciendo en marcos sintácticos distintos está relacionada con niveles de vocabulario y gramática más altos. Es decir, los niños y las niñas cuyas madres o padres producen más oraciones de este tipo presentan niveles más altos de vocabulario y desarrollo gramatical (saben más palabras y las combinan en oraciones más complejas). En una investigación realizada recientemente en Buenos Aires, dirigida por C. Rosemberg, se ha mostrado que esta habla debe ir dirigida directamente a los niños, ya que el hecho de que escuchen a adultos hablar entre ellos o con otros niños y niñas no parece influir directamente, por muy repetitivo que sea. Que sepamos, hasta la fecha no se han analizado interacciones con educadoras en el seno de la escuela infantil desde este punto de vista, y tampoco las interacciones poliádicas, en las que la respuesta inmediata a la acción de los niños no tiene por qué ser tan frecuente. En cualquier caso, es conveniente tener en cuenta que la relación tampoco es directa, y que es importante que esta autorepetición de una parte del habla, si bien se ha visto que favorece la atención, a partir de cierta edad puede resultar abrumadora. Es importante que parta de una acción comunicativa –bien a través del lenguaje, bien a través de movimientos–, como una respuesta a algo que ha comenzado el niño o la niña mirándonos. En ese caso, lo que hacemos los adultos es poner nombre a lo que hacen o dicen nuestros interlocutores, y lo hacemos sin repetir mecánicamente, sino mostrando el mismo ejemplo en contextos distintos.
En una investigación realizada en la Universidad de Estocolmo, Suecia, por Wirén, se ha señalado que este tipo de repeticiones en oraciones sucesivas es muy frecuente alrededor del primer cumpleaños, pero va disminuyendo a medida que nos acercamos a los dos años y medio. El equipo de J. Schwab, en Estados Unidos, ha demostrado que los adultos que continúan repitiendo así con mucha frecuencia son los que interactúan con los niños y las niñas que aún no producen muchas palabras (no se sabe si es porque detectan intuitivamente el nivel bajo de vocabulario o es una de las causas que lo produce). Aunque no es una forma de hablar que tenga que desaparecer al acercarse al tercer cumpleaños, sí parece que es menos necesaria, y que su efecto puede ser el contrario, causando cierta saturación.
Por otro lado, los adultos también repetimos las vocalizaciones de los bebés, las interpretamos, les otorgamos significado aunque no lo sepamos. Cuando son algo mayores y producen sus primeras palabras con su lengua de trapo, también las traducimos inmediatamente, y las pronunciamos adecuadamente. Es más, a medida que se acercan a su segundo cumpleaños, con mucha frecuencia recogemos su palabra, la repetimos y añadimos algo más, en lo que se ha llamado una «repetición extendida».
Desde la década de 1980 varias investigaciones realizadas en distintas universidades de Estados Unidos han mostrado que repetir a bebés y a niños y niñas pequeños está relacionado con el aumento del vocabulario. Efectivamente, parece que entre los diez meses y el año y medio aumenta la cantidad de palabras que repetimos a los niños. De nuevo, los estudios han mostrado que, cuanto más se repiten palabras concretas de los niños, con vocabularios más amplios nos encontramos. Sin embargo, a partir de los dos años el panorama va cambiando, y parece que repetir a los niños y las niñas no es tan eficaz. En nuestro equipo de investigación encontramos que los niñas cuyas madres o padres les repetían mucho al año y nueve meses seguían teniendo niveles muy altos de vocabulario y de gramática a los dos años y medio. Sin embargo, si los padres continuaban repitiendo con mucha frecuencia –superior al 25 por ciento de lo que les dicen– a los dos años y medio, los niños y niñas mostraban niveles más bajos de vocabulario y de gramática. Otros estudios realizados en lengua inglesa y con niñas y niños procedentes de distintos grupos sociales han presentado resultados parecidos. Este dato nos hace pensar que la influencia de la repetición no es directa y que esa repetición debe estar más contextualizada y adaptada a las necesidades. Probablemente con la aparición de las primeras palabras supone un gran apoyo, arropando lo que tanto les cuesta expresar. Traducir lo que dicen es muy útil, es un refuerzo inmediato y coincide con el contenido, tal y como señalábamos más arriba. Al mismo tiempo, es una oportunidad de volver a escuchar lo mismo de manera correcta y en un contexto en el que sabemos que están atentos. De hecho, cuando repetimos una palabra a un niño, demostramos que también le estamos atendiendo. Finalmente, al repetir estamos dando pie a que el intercambio de la conversación continúe.
Sin embargo, a medida que los niños y las niñas van teniendo más habilidades lingüísticas y pueden expresar más cosas a través del lenguaje, no necesitan que repitamos tanto y, si lo hacemos, puede que no estemos fomentando ninguna de las cosas que acabamos de señalar.
Pero, durante nuestras conversaciones con criaturas de unos dos años de edad, no solo les repetimos, sino que ellas también repiten lo que les decimos. Sabemos que la imitación es, al mismo tiempo, algo que nos indica que todo va bien (están atentos, participan…) y algo que promueve el desarrollo. Los niños y las niñas que más imitan conductas y palabras suelen verse como más despiertos, ya que parece que posteriormente son capaces de reproducir en otros contextos lo que han aprendido imitando. Sabemos también que la imitación no es mecánica. Y habitualmente suele comentarse que las criaturas que «repiten como loritos» van aprendiendo muchas palabras a gran velocidad. De la misma forma que, con la repetición adulta, la investigación ha mostrado que, entre los 10 y los 20 meses aproximadamente, los niños y las niñas más repetitivos son los que tienen mejores niveles de lenguaje (sobre todo, conocen más palabras). Se trata de una repetición espontánea, no la que tratamos de fomentar en algunas ocasiones pidiendo que digan lo que queremos. Parece que, en estas edades, repetir al adulto de manera espontánea e inmediata es una estrategia para asentar algo que todavía se conoce de una forma muy superficial. En realidad, es como si tuvieran una idea de esas palabras o frases pero necesitaran un lugar seguro en el que comprobarlas, por eso las repiten. Posteriormente las dirán por sí mismos.
Repetir es, además, una estrategia de interacción, pues es una forma de mantenerse en la conversación cuando no hay muchas más herramientas para continuar. En algunas investigaciones, se ha mostrado que repetir a los adultos es algo así como un laboratorio de pruebas: las oraciones que los niños y niñas de dos años repiten a los adultos no aparecen de forma totalmente espontánea cuando hablan en ese momento, pero sí lo hacen semanas después.
Si hasta el segundo cumpleaños la repetición espontánea está relacionada con un desarrollo del lenguaje más avanzado, a partir de esta edad no hay datos que demuestren que lo favorezca. Ni en nuestra investigación ni en otros estudios realizados en lengua inglesa se ha encontrado que repetir mucho a partir de los dos años favorezca el desarrollo del lenguaje (tampoco, que sea negativo). Probablemente la frecuencia con la que los niños repiten sea menor y cualquier forma de repetir no tiene por qué ser útil. Nuestro estudio ha encontrado que el único caso en el que repetir a los adultos a los dos años de edad estaba relacionado con niveles de gramática altos seis meses después es cuando, además de repetir una parte de lo que dice el adulto, se añaden otras palabras, como en el siguiente ejemplo:
Adulto: ¡Mira el patito!
Niña: Patito aquí.
En cambio, los niños y las niñas que más repetían palabras o partes de oraciones no eran necesariamente los que presentaban niveles gramaticales más altos.
Todos estos resultados muestran que repetir no es algo mecánico, sino que se realiza de forma espontánea y ajustada a la edad y el nivel de desarrollo lingüístico de las criaturas. La repetición espontánea que niños y niñas hacen de los adultos de manera temprana sí parece ser un indicador del desarrollo posterior, pero si continúa no nos informa realmente.
Al mismo tiempo, los resultados también nos hacen reflexionar sobre el papel que se le otorga a la repetición en algunos proyectos relacionados con el desarrollo en general –los llamados bits de inteligencia, por ejemplo– o de segundas lenguas en particular. Concretamente, estas investigaciones sí recomiendan cautela a la hora de utilizar la repetición como mecanismo de aumento del vocabulario en una primera o segunda lengua. La relación no es directa. La repetición es una característica del habla adulta e infantil que tiene efectos muy concretos en una ventana temporal muy específica, en situaciones de interacción y afecto. No se trata de repetir más, sino que se trata de repetir retomando contenidos y extendiéndolos, especialmente antes del segundo cumpleaños.
En cualquier caso, en estos momentos estamos comenzando a investigar la interacción con educadoras en el contexto de la escuela infantil. Esperamos que los resultados de este estudio aporten datos complementarios a los que hemos comentado, especialmente para la práctica educativa en clase.
Marta Casla, Universidad Autónoma de Madrid