Ha sido un honor conocer a poetas de pequeñas manos que piensan y hablan en el idioma de la construcción. En mi clase de 5 años surgió el proyecto «el bosque», un minimundo que quisieron explorar durante el primer trimestre de curso.
«Lo que se aprende es lo que se respira.» Esta frase la llevo siempre en mi maleta, y es la que inspira mi práctica con mis niños y niñas. Y si algo se cuece diferente a mi receta, siendo ese olor el que más atrae, pues lo seguimos.
En clase empezó a respirarse el olor del jazmín que trajo Rocío C., y poco a poco los demás fueron viniendo con más plantas de todo tipo, simplemente por el interés que provocaba explicar a los compañeros las características descubiertas, que más adelante todos los niños y niñas fueron registrando por escrito.
Maestra: ¿Y a ti a qué te huele?
Candela: El jazmín, a perfume, y el tomillo, a la aceituna cuando yo iba con mi madre a recogerlas.
David: El romero, a césped.
Isabel: Y también a flores.
Gonzalo: El cilantro hace cosquillas.
David: La valeriana me puede ayudar a dormir, porque a veces sueño con fantasmas.
Isabel: Pues mi hermana tiene miedo.
María (hermana de Isabel): Sí, cuando vi una araña con ojos rojos al ir a beber agua.
Normalmente, durante todo el proceso, hay una circulación de afectos, de miedos, «un piso de abajo», que van saliendo y curándose a través de la escucha y los sentimientos compartidos, haciéndose más llevaderos.
El inicio de nuestro proyecto surgió cuando se juntaron todas las plantas para su cuidado. De repente, una niña exclamó: «¡Parece un bosque!».
Comenzaron dibujando lo que sabían sobre lo que puede haber en un bosque y posteriormente pusieron en común tanto sus ideas previas como lo que querían saber.
Para mí es importante realizar preguntas abiertas en todo este intercambio de ideas, como por ejemplo: ¿qué pensáis?, ¿os gustaría construir…?, ¿qué nos haría falta?, ¿qué podríamos hacer para que…?, ¿cómo piensas que se puede construir?, ¿quién te puede ayudar?…
También presto atención a lo que está ocurriendo en clase (yo voy con mi libreta), como cuando anoté que Isabel no llegó a terminar su obra en el caballete al final de la jornada y su compañera Candela se jactó de ello. Luego, en asamblea, Isabel mostró su malestar y entonces se conversó sobre que la mayoría de los pintores necesitan muchos días para terminar sus obras; algunos pintan cuadros enormes, e incluso en las paredes y techos. Fue entonces cuando Candela propuso pintar el bosque por algunas partes de la clase.
Se comenzó con la técnica de la extensión por las ventanas, y para ello contamos con la ayuda de los niños y niñas de primero de primaria, que habían estado el curso anterior conmigo. Promovimos así una actividad de tránsito colaborativa y emocional porque aún sentían los mayores apego de su antigua clase.
En los siguientes días se fue planificando lo que se iba a hacer y quién lo realizaría, partiendo del interés de cada uno y teniendo en cuenta las afinidades de pensamiento según su nivel de desarrollo.
Después de una intensa búsqueda de información en internet y en libros sobre esta temática, fueron surgiendo de los niños y las niñas multitud de ideas tanto para los elementos que lo componen como para su construcción: cómo hacer que el viento mueva los árboles –con un ventilador–, qué hacer para que los rayos del sol penetren entre las ramas –con un foco de luz–, por dónde ha de pasar el río, con qué material construir las cataratas, qué tipos de puentes construir, la cueva, los animales diurnos y nocturnos, los colores del cielo en la noche, los excursionistas, el reflejo y la perspectiva de los diversos elementos en el agua del lago…
Se decidió la construcción de elementos relacionados con el contexto del bosque, tales como una cueva, puentes, cataratas y ríos, para cuya realización se desarrollaron procesos lógico-matemáticos muy interesantes, además del arte de organizar el espacio.
La cueva se realizó con arcilla y palos depresores, lo que generó una gran labor de trabajo en equipo que duró más de una semana. En esta tarea surgieron varios problemas, que fueron resolviendo a lo largo de los días a través de un proceso de ensayo y error: cómo conectar unas dependencias de la cueva con otras sin que se caiga el techo, qué cantidad de arcilla hace falta para darle el grosor necesario a la cueva y que no se derrumben los muros, qué altura tendría… De un día a otro se quedaba un niño o una niña que había estado trabajando el día anterior para proseguir con la tarea y explicar a sus compañeros los posibles problemas con los que se podían encontrar. El fin de semana contamos con la colaboración de una familia que se llevó «la obra» a casa para seguir humedeciéndola y evitar que se endureciera. Durante todo el proceso pude observar y respetar el trabajo de cada uno, ya que, mientras de algunos surgía la simple necesidad de manipular la arcilla y disfrutar con ello, de otros emanaban las ideas que se iban compartiendo y conectando a lo largo de los días. Toda labor, tanto si es más avanzada como si es manipulativa, es imprescindible:
«A fuerza de construir bien, se llega a buen arquitecto»
Aristóteles
Los puentes se realizaron proponiendo diversos materiales. Dos equipos se encargaron de tal tarea. Previamente se jugó a construirlos para experimentar las leyes de la física y buscar los puntos de equilibrio.
Para los ríos y las cataratas, se acordaron algunas normas como: «El trozo que me toque de río debe empezar y terminar con una medida de 6 centímetros para poder conectarlo con los otros trozos de río realizados por mis compañeros», «La largura de la caída de la catarata puede ser de dos medidas» –o desde el macetero hasta el suelo o desde el macetero hasta la mesa–, y se establecieron correspondencias «término a término».
La mayoría de las actividades se fueron generando por descubrimiento. Mi papel mediador me invitaba a llegar a ellos, como cuando pensaron qué podrían hacer para construir el lago y sus reflejos: ¿qué pasa cuando te ves reflejado en el agua?, ¿con qué otros elementos podéis conseguir este efecto?, ¿de qué manera se ven las cosas?
Fueron numerosos los lenguajes que se desarrollaron con este proyecto. Una de las experiencias estrella que llevó a ello fue nuestra salida al bosque en otoño.
Relacionarse con la naturaleza en la primera infancia deja una huella imborrable, que se guarda como semillas que en un futuro germinarán en buenos recuerdos e importantes aprendizajes.
La emoción de descubrir el mundo llevó a experimentar los diversos olores, colores, sonidos, el tacto de los árboles, bailar con las cintas del viento decorando el paisaje, atrapar las imágenes con sus dibujos, recoger muestras, clasificar hojas y hacer composiciones artísticas con ellas…
De la búsqueda de información surgieron múltiples actividades del lenguaje basadas sobre todo en la recogida de lo expuesto con las conferencias, y en otras como la señalización de caminos en este minimundo, poesías a través de los susurros del bosque, o trabajos con cuentos sobre el bosque y sus personajes, aprovechando para ello la introducción de elementos mágicos como las ninfas y los duendes…
Cuando se comienza un proyecto no sabes el rumbo que va a tomar, te asaltan muchas dudas, pero cada vez me siento más segura porque espero a que sean los niños y las niñas los que me guíen, y siempre se llega a alguna nueva meta: se van conectando unas ideas con otras, lo que investiga uno le recuerda a otro una nueva cosa, y así van enlazando, sin darse cuenta, todo lo que van aprendiendo.
Esta aventura se convirtió en un lugar de encuentro, de juego, de invención de historias, un despertar de los sentidos, colaboración y descubrimiento. ¿Cuál será la próxima? Ya lo estamos deseando…
Gema Ortega Castillo, maestra de Educación Infantil del grupo de 5 años, CEIP Santa Lucía,
Frailes, Jaén.