En los tiempos en que los abrazos y las caricias terminaron de golpe, muchas cosas cambiaron a nuestro alrededor. Tuvimos que replantear nuestro trabajo, nuestra forma de comunicarnos y relacionarnos.
Descubrimos que las pequeñas cosas que nos parecían naturales y a las que no dábamos especial relevancia, como estar juntos en un espacio, compartir una celebración o hacernos cosquillas, ya no eran posibles y pasaban a convertirse en grandes carencias que han marcado profundamente nuestra manera de ser y estar en el mundo.
En nuestro ámbito laboral y relacional con las familias y los niños y niñas, ha supuesto un verdadero reto que nos ha hecho desplegar todo nuestro ingenio y los medios a nuestro alcance para mantener ese contacto que ya no era posible físicamente, porque también descubrimos que todos los contenidos y objetivos podemos encontrarlos en internet pero no el papel de la escuela.
Descubrimos que nada iguala un abrazo para calmar el llanto, nada iguala una sonrisa para expresar la alegría de estar juntos, nada iguala el corro diario en el que contamos cómo nos sentimos y aprendemos a escuchar otras emociones, otras vidas…
Y entonces creamos nuevos caminos para seguir escuchando, sonriendo y contando lo que sentíamos y cómo nos sentíamos.
Creamos otros espacios en esa «nube» que tantas veces mirábamos desde los patios jugando a adivinar mil formas imposibles.
Creamos formas de abrazar en la distancia, de decir cuéntame qué haces, muéstrame tu sonrisa, de estar presentes sin estar.
Porque si algo hemos aprendido es que el abrazo que calma y enseña desde la emoción compartida, la sonrisa que acoge al recién llegado, los corros y las manos que construyen y aprenden juntas… Ese regalo de presencia y convivencia, ese papel de la escuela, no es sustituible por nada.
Y no es que no lo supiéramos, pero hemos visto cómo buscar otras formas de ofrecer presencia y escucha no es un capricho o una opción, es una necesidad para el ser humano.
Consejo de redacción de Infancia
en Castilla-La Mancha