Las y los profesionales de la educación actuamos con la debida responsabilidad sobre aquellos aspectos que definen la educación en su amplio espectro. Una responsabilidad serena en los tiempos que vivimos, que considera la escuela infantil como un lugar con las debidas garantías y saludable en los afectos y las relaciones que lo sustentan todo.
Porque somos figuras trascendentes en cada Ser, en y con los cuidados que construyen y afinan identidades y vínculos. Cuidados que, en una actualidad tan marcada por lo sanitario, deben ser concebidos en su significado etimológico –«reflexión, pensamiento, interés reflexivo que uno pone en algo (o en alguien)»–, y servirnos como referencia para cuidar la educación, y por ende la salud, más allá del perjudicial reduccionismo que se ejerce al considerarla como una simple y superficial ausencia de la enfermedad fisiológica.
Porque la covid no puede matar la educación. Más bien es una oportunidad para demostrarnos que el vivir siempre arrebata el espacio a la amenaza, con la expresión vital de niños y niñas en movimiento, espontáneos, imaginativos, creadores, empoderados. Una oportunidad que es posible gracias a los y las profesionales que trabajan a su ritmo, ejerciendo una responsabilidad, y que ante las actuales circunstancias, en una escuela que acoge incertidumbres y miedos, vislumbran oportunidades para vivirlos y exteriorizarlos sin juicios, en un espacio de confianza definido en estos momentos como el principal agente sanador.
En definitiva, la responsabilidad que asumimos las y los educadores no debe perder su esencia por la crisis sanitaria mundial. Tengamos en cuenta que detrás de cada persona hay un mundo, una historia, una emoción, y un complejo enrejado de causas y efectos sobre la salud que requiere de exquisita complementariedad con el resto de la sociedad. En las escuelas infantiles, cuidemos la educación conscientes de la importancia de las redes de apoyo mutuo, capaces de abrigar la diversidad con serenidad, y considerar el calado de prácticas basadas en el respeto y el afecto como el sustento de un clima global óptimo.