Las educadoras hemos de ser sensibles a las situaciones en las que los pequeños muestran un vivo interés por determinados elementos del entorno –una mariquita, una araña, la corteza de un árbol…–, animándolos a observar de manera respetuosa, a hacerse preguntas, intentar buscar posibles respuesta a las mismas…, al fin y al cabo, investigar.
El propósito de la educación infantil es el desarrollo integral y armónico de las niñas y los niños. En este proceso vital se construye la identidad personal y se va gestando la autonomía, que se desarrollan en interacción con el entorno físico y social, mediante el juego y la exploración. De esta forma el niño o niña se conoce a sí mismo, conoce a los demás y descubre la realidad que lo rodea. Este conocimiento le posibilita entender e interpretar su entorno, así como modificarlo y mejorarlo. Siendo esto así, la clase, el patio, el centro educativo se nos quedan pequeños como contexto de aprendizaje para abordar un reto de tamañas dimensiones.
Habitualmente las salidas al entorno (visita al mercado, centro cultural…) se plantean ligadas a un proyecto de clase concreto que estén desarrollando con el grupo, pero nuestra propuesta sería ir un paso más allá e integrarlas en la planificación con una periodicidad que pudiera ser incluso semanal.
Un día de sol podemos observar lagartijas, comparar piedras de río con el resto de piedras, perseguir mariposas, recoger manzanilla, registrar los montoncitos de tierra que generan los topos y pensar sobre su efecto en las huertas y prados, buscar nidos de pájaros y observarlos de manera respetuosa…
Un día de lluvia podemos salir pertrechados con impermeables y botas y sentir el placer y la libertad –actividad habitualmente «prohibida»– de caminar bajo la lluvia, meternos en los charcos, observar el aumento de caracoles, lombrices y babosas, percibir el aumento de caudal de los riachuelos…
Un día de viento escucharemos el sonido del mismo a través de los árboles, observaremos cómo se inclinan hacia un lado y hacia otro, veremos volar las hojas…
Un día de nieve haremos bolas, un muñeco de nieve, nos tumbaremos sobre ella, haremos giros, rodaremos, nos deslizaremos…
En general, podemos observar el efecto del paso del tiempo y las estaciones en nuestro entorno, hacer registros de actividad (contabilizar el número de caracoles de un recorrido determinado, fotografiar hojas y observar el cambio de color de las mismas) o, simplemente, disfrutar del entorno y de la belleza y reflexionar sobre lo que nos sugiere.
Para todo ello podemos ayudarnos de diferentes útiles como palas, rastrillos, azadas, bolsas de distintos tamaños, botes de cristal, cámara fotográfica, tablas de registro…
Este tipo de experiencias de carácter dinámico posibilitan que las niñas y niños vayan tomando conciencia de su propio desarrollo y aprendizaje y facilitan el establecimiento de sinergias y la colaboración entre pares de diferentes edades.
Y lo que es más importante: nosotras, las educadoras, podremos ver las caras de placer de las niñas y niños, estar atentas a sus intereses, y posibilitar ese gozo y disfrute en su interacción con el entorno natural.
Consejo de redacción
de Infancia en Euskadi