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Etapas como el gateo suponen una ocasión para el desarrollo del cerebro que no volverá jamás a lo largo de la vida. Es un momento de la creación y el fortalecimiento de estructuras cerebrales que determinarán las habilidades futuras necesarias para un buen aprendizaje escolar.
No hay nada que no hagamos por nuestras criaturas. A nuestros hijos y a nuestros niños de la escuela queremos darles siempre lo mejor. Buscamos darles tiempo de calidad, una buena alimentación, cuidados y la mejor educación, todo ello envuelto en nuestro amor y cariño. De esto no hay duda.
Las dudas, o más bien el desconocimiento, llegan cuando se trata de darles lo mejor para su desarrollo. Tendimos a pensar que no tenemos responsabilidades en este aspecto, convencidos de que, con amor, cuidados y una buena educación, el desarrollo se produce por sí solo.
No podríamos estar más equivocados…
El desarrollo infantil no trata del crecimiento del cuerpo del niño. Tampoco del aprendizaje que vaya adquiriendo con el tiempo. El desarrollo de los niños y las niñas es, en realidad, el crecimiento y la maduración de su cerebro.
Y la verdad, ocuparnos del desarrollo del cerebro de nuestros niños parece venirnos bastante grande a padres, cuidadores y educadores. No se nos pasa por la cabeza que tengamos una responsabilidad en el crecimiento de sus cerebros.
Nuestra responsabilidad, sin embargo, es grande. El cerebro de los niños y niñas crece y se desarrolla gracias a todos los estímulos que recibe desde la misma concepción. Y los adultos que los rodeamos somos, en gran medida, los gestores de esta estimulación, interviniendo y decidiendo sobre muchas de las experiencias que viven nuestros pequeños.
La alimentación de la madre gestante, la manera en la que se atiende el nacimiento, el respeto con el que se hace, la postura en la que colocamos al recién nacido o las horas de contacto que le brindamos, cómo nos comunicamos con él, el estrés que le podemos transmitir o las oportunidades de movimiento que le permitimos…, todo ello, y mucho más, será determinante en su desarrollo cerebral.
Toda la información que entra al cerebro –por los sentidos– y toda la que sale –por los músculos– hará que se conecten neuronas, que se creen circuitos neuronales, que crezcan las estructuras cerebrales.
Gracias a todo lo sentido, experimentado, a todo lo que un niño se haya movido…, el cerebro creará patrones de funcionamiento y herramientas que el niño podrá utilizar para aprender y para todo lo que se proponga hacer en la vida. Estas estructuras y patrones de funcionamiento cerebrales conformarán su inteligencia y sus habilidades.
Niños y niñas no son inteligentes porque sí. Cada niño nace con un enorme potencial, pero será lo que viva lo que determine hasta dónde se manifestará ese potencial. La capacidad de crear nuevos circuitos neuronales permanentes, de crear y fortalecer estructuras cerebrales, la capacidad de alcanzar todo el potencial, es algo que ocurre muy tempranamente, en las etapas de máximo desarrollo cerebral: la gestación, el nacimiento y los primeros tres años de vida. De aquí la importancia de cuidar del bebé en gestación, del proceso del nacimiento y de todo lo que se encuentra el niño una vez fuera del útero.
Dentro de los tres primeros años tras el nacimiento, tiene un especial peso el primero de todos. Por un lado, por ser el más temprano y, por lo tanto, de mayor plasticidad y crecimiento cerebrales. Y por otro lado, por lo extraordinario y diferente que resulta este primer año frente a todos los demás.
Durante sus primeros doce meses, el bebé vive experiencias y alcanza logros que no se repetirán, y pasa por etapas motrices que ya no volverán una vez que se ponga a caminar, etapas cuyos logros sientan las bases de todas las funciones y habilidades futuras.
Erróneamente, tendemos a creer que el bebé que se sienta, camina y habla ya cumple con este desarrollo temprano. Sin embargo, existen otros grandes hitos del desarrollo infantil que no se repiten después, que no permanecen. Son logros intermedios o transitorios, pero no por ello menos importantes. Precisamente son estos logros no permanentes los que harán que los tres grandes hitos primeramente mencionados se alcancen adecuadamente, con todas las garantías.
Los hitos transitorios del primer año de vida son esenciales para un buen «cableado» cerebral y se aseguran de que el potencial del niño sea más pleno, permitiéndole crear muchas de las habilidades que necesitará, no solamente para sentarse, caminar o hablar…, sino para sentirse confiado, seguro, capaz, para controlar mejor sus emociones, relacionarse bien con los demás y aprender sin dificultades en la escuela.
Las etapas motrices del primer año de vida suponen la adquisición de autonomía, de conceptos espaciales, de un buen tono muscular y de habilidades motrices y visuales. Y todo esto ocurre en el momento en el cual el cerebro está preparado para hacerlo. No hay un mejor momento para ello posteriormente, simplemente un mejor momento no existe.
El bebé que camina sin haber pasado por las etapas intermedias del arrastre y el gateo perderá para siempre sus beneficios, perderá para siempre la oportunidad de disfrutar de un pleno desarrollo cerebral.
Todos los hitos del primer año son importantes. El contacto visual, la sonrisa social, la comunicación y los inicios del lenguaje… Sin embargo, los hitos motores destacan por lo que significan para el desarrollo cerebral, pues literalmente sostienen todo el desarrollo posterior, tanto físico como emocional, social y cognitivo.
Es algo importantísimo a tener en cuenta: que la maduración alcanzada gracias al movimiento hará que sea posible madurar en todas las demás áreas. Cómo se mueve un bebé determinará en gran medida su futuro aprendizaje escolar.
Las experiencias con el cuerpo llevarán a un niño a sentirse más o menos hábil, más o menos capaz. Harán que se muestre más o menos seguro y confiado en sí mismo y, por lo tanto, también en el mundo en el que se desenvuelve. Harán que tenga más o menos control de sus emociones y pueda estar lo suficientemente centrado para poder prestar atención en la escuela y aprender.
Pero, respecto a la maduración cerebral, hay mucho más que podemos agradecer a las etapas motrices que tienen lugar en el primer año de vida… La succión, sostener la cabeza, rodar hacia ambos lados, arrastrarse, sentarse solo, gatear, ponerse de pie y caminar son las etapas principales. Y de entre ellas, el gateo es muy especial por la cantidad de beneficios que aporta.
Emocionalmente, el gateo supone una etapa de gran autonomía en la cual el bebé empieza a despegarse de mamá. Tiene una gran necesidad de explorar el entorno e interactuar con él, y esta nueva independencia adquirida le aporta seguridad y confianza a la vez que le permite conocer mejor el mundo.
El movimiento de desplazamiento de su cuerpo en el espacio le da nociones espaciales que utilizará más adelante para aprender a leer, a escribir y a comprender las matemáticas, además de nociones sobre las distancias, la velocidad y el tiempo.
El trabajo del gateo lo ayudará a contar con un buen tono muscular y un mejor equilibrio, lo cual repercutirá en un mayor control postural y la capacidad de prestar y mantener la atención.
En este periodo su cuerpo se fortalecerá de formas en las cuales no lo hará después. El gateo es una ocasión excepcional para fortalecer su cuello (y que no tenga que sujetar su cabeza con la mano en clase en el futuro), sus hombros, brazos, muñecas, manos, caderas, piernas… Estas se colocarán en la posición correcta para luego poder caminar de la manera más eficaz (evitando que meta rodillas y pies, por ejemplo).
Sus brazos, muñecas y manos se prepararán para muchas acciones futuras; entre ellas, la escritura. Utilizar las manos bien abiertas sobre el suelo al gatear hará que se inhiba el reflejo de agarre que tienen los bebés y surja la pinza digital –entre el dedo índice y el pulgar–. La pinza, la misma que necesitará para utilizar correctamente el lápiz en el futuro, surge en este momento de la vida, cuando el niño va cogiendo del suelo pequeñas migas y pelusas, por lo que el gateo se convierte en una experiencia clave para una buena motricidad fina manual.
Gatear es un movimiento de desplazamiento para el cual el niño utiliza el patrón cruzado o contralateral. Esto significa que avanza moviendo a la vez su brazo derecho y su pierna izquierda, y al revés, su brazo izquierdo con su pierna derecha. Se trata del patrón grueso más sofisticado y el que queremos que lleguen a utilizar y automatizar todos nuestros bebés.
Al observar a un bebé utilizar este patrón cruzado en su arrastre o gateo, sabemos que ha alcanzado un buen desarrollo motor, pero también un buen desarrollo cerebral. Siempre que veamos en un bebé que los dos lados de su cuerpo funcionan de forma conjunta y coordinada, sabremos que también lo están haciendo sus dos hemisferios cerebrales. El hemisferio derecho controla el lado izquierdo del cuerpo, y el hemisferio izquierdo, el lado derecho. Para que un niño pueda coordinar ambos lados de su cuerpo, sus dos hemisferios cerebrales tienen que comunicarse muy bien y trabajar juntos. Esta comunicación interhemisférica será necesaria para que el niño pueda comprender lo que lee, pueda plasmar sus ideas al escribir, entender las matemáticas y mucho más…
La comunicación y coordinación de los dos hemisferios cerebrales favorecerá que ambos se pongan de acuerdo, de modo que uno de ellos domine y el otro acompañe en los movimientos que realice el niño a partir de los 4 años aproximadamente, estableciéndose una correcta lateralidad que hará que el niño sea diestro o zurdo.
Una buena lateralización supone una buena organización cerebral. Y en ello el gateo juega, de nuevo, un papel primordial. Por supuesto, esta organización cerebral será vital para poder aprender en la escuela, entre otras muchas cosas.
Una de las leyes del desarrollo muscular y motriz dice que primero ha de madurar lo grueso para que pueda madurar lo fino. Por esto, de la motricidad gruesa depende la fina. Ambos lados del cuerpo han de funcionar de forma coordinada a nivel grueso –brazos y piernas– para que, a nivel fino, las dos manos y los dos ojos también puedan hacerlo. Y es que ambos ojos habrán de ser capaces de moverse, de enfocar y realizar otras funciones de forma coordinada para que un niño pueda enfrentarse a la lectoescritura con facilidad y garantías de éxito.
Recordemos que en el desarrollo nada surge porque sí, no hay eslabones sueltos en la cadena. Y los ojos no son una excepción. Gran parte de las funciones visuales necesarias para el aprendizaje escolar nacen junto al movimiento del niño y se adquieren durante esta incomparable etapa del gateo.
Los dos ojos aprenden a funcionar juntos, al igual que lo hacen los dos lados del cuerpo y los dos hemisferios cerebrales. Y el niño, al gatear, va mirando sus manos mientras avanzan la una tras la otra, cruzando con su mirada la línea media corporal, algo que necesitará hacer de forma fácil y automática cuando aprenda a leer.
Y no es casualidad que el niño practique el enfocar sus manos y las cositas que se va encontrando en el suelo a la distancia de su brazo, justo la que será luego la distancia de lectura. Al gatear el niño está entrenándose para poder luego leer.
Pero no solamente enfoca cerca, sino que levanta su vista para mirar a lo lejos también. Mira sus manos, coge pequeñas cosas del suelo utilizando su pinza digital y luego levanta su mirada para observar lo que tiene delante. Este entrenamiento del enfoque de cerca y de lejos le será muy útil para en el futuro estar en clase copiando de la pizarra a su cuaderno.
Vemos cómo en el desarrollo está todo unido: unos avances dependen de los anteriores, y ninguno es tan poco importante que nos lo podamos saltar sin consecuencias. El desarrollo es como una cadena: funciones y habilidades como utilizar coordinadamente ambos ojos o la pinza escribana no surgen de la nada, sino que son parte de la cadena que comienza a crear sus primeros eslabones en la misma concepción. Todos los eslabones de la cadena del desarrollo están interrelacionados y dependen de los anteriores. Ningún eslabón existe por sí mismo de forma aislada.
Por esto, saltarse una etapa como el gateo supone perder eslabones en el camino del desarrollo, haciendo que la cadena sea más débil.
El bebé que pasó de la posición de sentado a ponerse de pie y caminar no realizó este tipo de trabajo visual ni manual. No fortaleció sus músculos ni su tono muscular. No reforzó estructuras cerebrales que le facilitarán después estar sentado en clase, prestar atención, aprender a leer, a escribir o a comprender las matemáticas.
Este bebé no pasó por un período de seguridad y disfrute del desplazamiento, y la exploración del mundo antes de iniciar la deambulación, la cual requerirá de toda su energía consciente para guardar un pobre equilibrio carente de las conexiones neuronales y de los aprendizajes previos que lo ayudarían a caminar con confianza y de la manera más eficaz. Este bebé camina hacia su aprendizaje escolar con lagunas, con eslabones frágiles y ausentes en su cadena del desarrollo.
Afortunadamente, esto no significa que este niño vaya a sufrir necesariamente dificultades de aprendizaje. Pero sí que no se enfrentará a su aprendizaje académico con todas las garantías, con todas las herramientas que necesitará para aprender con facilidad. Y que, por ello, habrá de realizar un sobreesfuerzo y compensar los fallos en su desarrollo. Muchos niños y niñas consiguen compensarlos, incluso con excelencia. Otros no.
Para evitar dificultades añadidas en nuestras criaturas, hemos de asegurarnos de que completan su desarrollo pasando por todas las etapas motrices del primer año de vida. Cuando esto no haya sido posible, entonces es nuestro deber dar al niño lo que le faltó, independientemente de su edad. Esto supone realizar actividades motrices que puedan llevarse a cabo a modo de juego, reforzando el desarrollo en niños con dificultades y actuando desde la prevención con niños pequeños que no las tienen. Se trata de un trabajo que puede, y debe, resultar divertido y que será, sin lugar a duda, beneficioso para todos.
Como sabemos, las etapas motrices transitorias del primer año son esenciales dentro del desarrollo cerebral. La naturaleza no creó al bebé humano para que estuviera sentado o restringido en sus movimientos por un parquecito, una hamaca o un andador.
Las etapas motrices transitorias del primer año de vida no permanecen, pero no por ello debemos quitarles importancia, sino todo lo contrario, pues suponen una única oportunidad de lograr el cableado cerebral que generan. Son la oportunidad de que nuestros niños y niñas adquieran las herramientas, las habilidades que necesitarán para enfrentarse al aprendizaje escolar y a la vida en general. Casi nada…
Rosina Uriarte, educadora
especializada en neurodesarrollo.
rosinauriarte.com