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Dar los buenos días y quedarme huérfano de su devolución. Ahora, dispuesta en la horizontalidad y mirando sin vernos, conmovida desde la cara interna de la piel que aguarda su fragilidad.
El tiempo y la distancia justa carente de métrica, que guarece la posibilidad de recobrar la posición erguida. Entretanto, recogerse a sí, sosteniendo un sentir a riesgo de desbordarse. El inmenso derramamiento afectivo que todo lo pretende llevar a su deriva.
Desde mi preciso lugar desprovisto de coordenadas no tenso ni lo más mínimo los lazos. Un estar ahí definido por su carencia de juicios, por un respetar la intimidad que encumbra el valor de las relaciones silenciosas. Confiar en un tiempo que no transcurre. Se vive, se siente, se escribe.
Y Olivia se nos manifiesta con su «buenos días» y vuelca su más sincera delicadeza en devolver a su amiga Laia el bienestar perdido. Conmoción del ánimo en ambas. Cuidar al otro como razón que trasciende el compromiso. Cualidad humana que se define y dispone a la sensibilidad. La que nos define como seres humanizados y humanizantes, dignos de cuidar y ser cuidados, de cimentar el sentido del vivir. Cuerpos que danzan en armonía con la silenciosa canción a dúo plagada de matices, dando en su alimento y medicina la espléndida dosis que devuelve al corazón herido el sentido de su latir para y por el otro.
Y ahí, ahora, está de vuelta, con el aliento necesario. Con una mirada que se distancia de los ojos para sentirse en él, redondeando el consumado ritual con una atención a su vida en su yo entre las manos. Y realzar tu resarcimiento sobre el ti que está en tu regazo, brindando a tu yo los ideales brazos del sostén que tu vida necesita.
Y ahí recobraste el sentido de la vida gracias a Olivia y a ti sobre ti misma, en un dejarte ir para recogerte y volver en ti-contigo, confeccionando con cada delicado matiz de nuestras vidas los íntimos, profundos y sinceros argumentos que te definen.
Sergio Diez, maestro de educación infantil,
ceip Dobra (Cantabria).