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Cuando escuchamos la frase «hay que controlar esfínteres», se entiende que es un logro, que es un proceso, que es algo que sucederá y que tiene que ver con la confianza. Sin embargo, lo más sonante es la palabra «control».
Mi experiencia personal, profesional, de vida, el tiempo dedicado a leer, a mirar, a escuchar, a sentir, el tomar consciencia que es más importante saber esperar que tomar partido, me han ayudado a evolucionar en el entendimiento de algunos procesos que nos corresponden como seres humanos. También, a poner en práctica otras formas, comprobando en el proceso y en los diferentes resultados la excelencia del cambio. Por este motivo, a raíz de mi vivencia como docente y madre, me atrevo humildemente a hablar del acompañamiento a un proceso natural en la infancia como es la retirada del pañal.
Las palabras tienen tantos significados, implican tanta subjetividad y están tan llenas de vida que podríamos usarlas con tanto cuidado como merecen. Hagamos la magia de convertir las palabras en sentimientos. Cuando escuchamos la frase «hay que controlar esfínteres», quiero creer que entendemos que es un logro, que es un proceso, que es algo que sucederá y que tiene que ver con la confianza. Sin embargo, lo más sonante es la palabra «control». Que, ojo, solo con oírla se me ponen los pelos como escarpias. Me recuerda la cantidad de «controles» que pasamos para poder demostrar nuestra valía.
Profundicemos en los usos de la palabra y en lo que he percibido a través de la observación e interpretación de este proceso durante algunos años.
¿Quién controla?
Hay una parte representativa de personas que es la que ejerce el control. Suele basarse en una perspectiva personal, que tiene más que ver con su particular forma de vivir los tiempos, y por lo tanto de cuándo tiene que ser el momento de iniciar cualquier proceso. También con los miedos provocados por la espera, por el entendimiento del desarrollo y de la infancia. Suele coincidir con quienes tienen prisa para que las cosas se hagan en un periodo concreto y se cumplan las fases, sin margen flexible, donde se abarcan infinidad de circunstancias particulares que habría que saber y recoger.
¿Quién asume el control?
Otro grupo se ve forzado a asumir el control, se deja llevar por el asesoramiento y la opinión de quien considera experto en el tema. Confía en que sabe y pretende ayudarlo. A su vez, puede ser que también le empiece la urgencia por cumplir unos plazos ajenos a su realidad. Y es que parece que el verano se come todos los procesos naturales y se hace creer que es tiempo suficiente para hacerlo, aunque solo se tengan 2 años. También las circunstancias particulares, familiares y laborales, requieren unas demandas de cuidados y chocan con las exigencias del ofertante, que solicita cumplir unos requisitos para poder participar. No lo tienen nada fácil. Decía Jorge Barudy que «cuando las necesidades de la infancia chocan contra los intereses del mundo adulto, las primeras tienen todas las de perder».
¿Quién pierde?
Es totalmente cierto que es a la criatura a quien le quitan el control, es la perjudicada, que sufre en sí misma las decisiones de los demás, lo que repercute en su forma de ser, de estar y de relacionarse. Al no tenerla en cuenta, implícitamente se le envía el mensaje de falta de confianza en su capacidad de lograrlo por sí misma. En esta aventura, si está en el proceso, está de suerte, pero, si ni siquiera es todavía consciente de lo que pasa por, en y dentro de su cuerpo, se verá despojada, sin que se le pregunte, de algo que le da seguridad, y desviará su atención de las cosas que le importan y favorecen su desarrollo, tales como el juego, las relaciones, el movimiento, la experimentación, etcétera, para centrarla donde desean los adultos de referencia.
La realidad es que el hecho de no respetar los ritmos genera a menudo muchas dificultades de comunicación entre las personas implicadas, cargadas de culpa, reproches, enfados, tensiones y faltas de entendimiento. Se rompe la calma y comienza un proceso de estrés y presión.
Ariel Liberman retoma la pregunta de Winnicott: «¿Dónde estamos la mayor parte del tiempo cuando estamos experimentando la vida?». Creo que podemos detenernos y mirar con tanta presencia, entusiasmo e ilusión a cada individuo como a un espectáculo, un monumento o un cuadro. Sé que somos capaces de escuchar con más partes que con el oído, que poseemos el privilegio de percibir con los ojos cerrados, que podemos tocarnos sin invadirnos, que tenemos la potencia de sentir.
No debemos olvidar que dejar el pañal es una cuestión de madurez física, psicológica y afectiva. Que tenemos la labor de observar en qué punto se encuentra la criatura, dando importancia a los hitos que va logrando. No es una cuestión de edad concreta, que finaliza cuando tenemos que empezar en el grupo de 3 años.
Sin embargo, lo que más oigo es: «No hay técnico que se ocupe del tema», «Se hace a las familias muy cómodas», «Los niños y las niñas son inteligentes para hacerlo», «Tiene que haber un momento para iniciarlo». Los comentarios se basan en las funciones que creemos que nos corresponden y queremos ejercer; en el papel que cada persona representamos en cada uno de los ámbitos en los que intervenimos, en las expectativas, etc.
Tomando como referencia las leyes educativas y los planes, sabemos que estos nos respaldan. Hablan del ajuste a los ritmos individuales y la atención a la diversidad. Ya solo con esto, tenemos para justificar. Y lo más importante: ¿hasta qué punto es importante que lleve el pañal durante más tiempo?, ¿en qué le repercute o dificulta?, ¿le impedirá desarrollar alguna actividad?, ¿seríamos capaces de distinguir quién lo tiene o no sin nada de información?
Desde mi punto de vista, el papel que tendrían que desarrollar la escuela, las docentes, en este periodo, como en cualquier otro proceso de enseñanza-aprendizaje, es permitirse tanto aprender como enseñar, ser conscientes de que tanto adquiere el que acompaña como el que es acompañado. Estar, desde la mirada profunda a la historia personal de cada ser; de cada vivencia individual, familiar y social. Respetar y entender.
Mi vivencia dentro de clase me demuestra que permitir el uso del pañal durante el periodo que lo necesiten -más allá de los 2 años- favorece la adquisición natural y respetuosa del control, generando en todo momento una relación positiva entre los niños y sus familias y con la propia escuela. Me ha gustado muchísimo acompañar este proceso desde otra mirada, confiando en ellos y dándoles el margen necesario para hacerlo por sí mismos, sin el control de los adultos que los acompañamos y ofreciendo una escuela que respeta su individualidad, sin prisa ni presión. Esto ha hecho que no se hayan vivido situaciones de tensión y malestar en el niño por los escapes, que habitualmente se suelen vivir durante el curso escolar de 3 años. También que, cuando se han visto preparados, se ha realizado sin dramas ni situaciones comprometidas. Además, creo que el sentirse respetados ha favorecido su adaptación y que pongan la atención en otras cosas que suceden dentro de clase, como la socialización. También me ha servido para entender que es un hito como el andar, que no hay que enseñarlo ni entrenarlo, sino que se adquiere cuando se está maduro y emocionalmente preparado.
Veamos el pañal como el sustento de la dignidad del niño y la niña, como el refugio de lo que le pertenece, como la seguridad que la criatura necesita mientras crece.
Y mientras… ¿Qué podemos hacer?
Podríamos facilitar, como dice Augusto Abello Blanco, «habitar el propio cuerpo, sentirlo propio, estable, confiable». Permitir que sea una decisión que toma el niño o niña, sin miedo a los retrocesos.
Es importantísimo que sea capaz de subirse y bajarse la ropa. Eso demuestra que tiene un interés por hacerlo y por saber cuál es el proceso, ajeno al adulto que lo hace de manera constante por él. Debemos estar alerta, pendientes, de los avances, de los intereses que va mostrando respecto a sí mismo, a su cuerpo, a sus genitales. Observar la curiosidad que le suscitan los espacios y utensilios que usamos para ir al baño. Proporcionar juegos que impliquen, explotar, salir, sacar, soltar, tirar, lanzar, desparramar, destripar, manchar, chocar, etc., que de alguna manera se vinculan con lo que implica todo el proceso del pis y la caca. Alicia Vallejo nos ofrece estas ideas y nos recuerda que «Un niño es un ser que siente, piensa, actúa y se relaciona en un mismo momento».
Confiemos en sus posibilidades y démosles el tiempo que precisan. Tener una comunicación fluida con las familias y establecer acuerdos de cómo hacerlo, para no interferir y para no agobiar, tratando de dar pequeños pasos en la interpretación que vamos haciendo del punto en el que se encuentra. Tranquilizarnos y alentarnos, evitando juicios.
Y, a pesar de esto…, piedras se pueden encontrar que se pueden usar para construir, para pararse a pensar y reflexionar, para coger impulso, para sentarse a descansar.
Graciela González, maestra de educación infantil.
Bibliografía
Abello, A., y A. Liberman: Una introducción a la obra de D. W. Winnicott. Contribuciones al pensamiento relacional. Madrid: Ágora Relacional, 2011.
Barudy, Jorge, y Maryorie Dantagnan: Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona: Gedisa, 2005.
Centro Educativo Ítaca: Control de esfínteres. Una oruga que soñaba con ser mariposa.
Vallejo, Alicia. Seminario sobre el juego.