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Conocemos a Maria Antònia Canals i Tolosa como maestra y como maestra de maestras. Y sabemos que en ambas facetas es fantástica (este era el adjetivo favorito de Maria Antònia cuando algo le parecía excelente). Incluso está escrito en varios libros y artículos que seguramente conozcáis, aunque está bien que lo repitamos cada cierto tiempo para que nunca se olvide. Es lo que tiene ser, junto a Puig Adam, la persona más relevante en el campo de la enseñanza de las matemáticas en España durante el último siglo.
Pero ¿se puede decir algo de Maria Antònia que no haya sido dicho o escrito ya? Sabemos que forma parte de la larga historia de la educación en España. Al menos del mejor capítulo, que recorre el siglo xx, que comienza con la escuela nueva (donde fue alumna) y que llega hasta el gamar, probablemente el mejor centro de recursos manipulativos para la enseñanza de las matemáticas, una de las más personales creaciones de Maria Antònia.
Lo bueno es que, como todas las personas, Maria Antònia también tenía sus secretos, algunas facetas de su vida que son menos conocidas, en parte porque Maria Antònia nunca se vanagloriaba de ellas. Se reconocía como educadora, primero como maestra de niñas y niños, y después como maestra de maestras. Pero, en todas las conversaciones que tuve con ella (que afortunadamente fueron muchas), siempre rechazó su faceta de investigadora, de mujer científica.
El hecho de que esto de la ciencia y la investigación lo tengamos tan ligado al ámbito universitario, en cuya experiencia como alumna Maria Antònia aprendió todo lo que no hay que hacer para ser una buena maestra, provocó que ella no quisiera saber nada de la universidad. Solo volvió cuando la llamaron para trabajar en la formación de docentes (lógico, porque quienes más sabían de eso eran las personas que crearon la Associació de Mestres Rosa Sensat). Eso sí, jamás publicó un artículo en alguna revista indexada q1, ni realizó ninguna tesis doctoral, aunque, como señaló Jesús Ibáñez, quien sabe no necesita títulos, quienes los necesitan son quienes no saben.
En algunas ocasiones le insistía en que lo que ella hacía era investigación en didáctica de las matemáticas de primer nivel y ella, casi siempre y sin convencimiento alguno, terminaba dándome la razón para cambiar de tema. Por eso hoy quiero rescatar esa faceta suya tan escasamente reconocida. Maria Antònia siempre se dedicó a la investigación y lo hizo desde la singularidad de su mirada. Tal vez mejor decir «de sus miradas», aquellas miradas con las que se asomaba al mundo, primero como niña, luego como maestra, luego como investigadora y siempre como amiga. Esas cuatro miradas, que son la misma, son precisamente lo único que se necesita para ser una maestra, pero una maestra de verdad.
La mirada de niña es una mirada curiosa. Curiosa y alegre
Pero no mira a la cámara porque no le interesa. El foco de su mirada está ligeramente desplazado. Un poquito a su derecha y un poquito más arriba. Imaginemos de pie, junto a la cámara, a su padre, Emili, su primer maestro. Contando nueces sobre la mesa, jugando a geometría con las sombras proyectadas sobre el suelo.
Seguramente la mirada de cualquier niña o de cualquier niño siempre sea una mirada curiosa, una mirada con ganas de descubrir un mundo nuevo, pero en Maria Antònia esa curiosidad se transformó en interés, en la necesidad de aprender aquello que todavía no sabía que se llamaba matemáticas. Es la necesidad de la que hablaba Claparède como el principio fundamental para cualquier actividad significativa, pero Maria Antònia no había leído a Claparède.
Tampoco había leído a la doctora Montessori, pero en la Casa dels Nens, con su tía Dolors, comenzó a aprender el método Montessori como mejor se aprenden las cosas: haciéndolas.
«Solo se aprende aquello que se descubre. Esto nos obliga a tener un gran respeto por la manera de aprender de cada persona, como intuyeron todos los grandes pedagogos que nos han precedido.»
Maria Antònia Canals
La mirada de maestra es una mirada que escucha y acompaña
Su manera de enseñar es la de realizar un trayecto. Un viaje con sus alumnas y alumnos en el que comparten el mismo coche y en el que todas sus miradas confluyen en el mismo camino. Pero en ese camino, gracias a su sensibilidad fina, a su exigencia y a su capacidad de comprensión, Maria Antònia se convierte en científica: en la práctica escolar le surge la duda, esa misma duda metódica de la que hablaba Descartes, y ahí comienzan sus interrogantes, sus preguntas de investigación, que ella contesta con su enorme capacidad de descubrimiento. Poincaré ya había dicho que es con la intuición con lo que se inventa, y Maria Antònia de intuición iba sobrada. Gracias a eso descubría cosas que inmediatamente probaba en el aula, y constataba los resultados en un meticuloso trabajo de campo ejemplar con el que, finalmente, poder formular las soluciones a sus preguntas, sistematizándolas en un método de trabajo que, a lo largo de su vida, fue evolucionando tantas veces como era necesario.
Desde el trabajo de formar un equipo educativo que, con interés y entusiasmo, compartiera un mismo proyecto educativo, liderado por Maria Teresa Codina en la escuela Talitha, hasta la preparación de materiales para su nueva escuela Ton i Guida. Incluso el trabajo inicial para que niñas y niños dejaran su costumbre de escupir asiduamente y fuesen capaces de consensuar unas reglas. Todo era fruto de ese sistemático proceso de investigación que, con el objetivo siempre presente de hacer una educación mejor, hoy podría denominarse ostentosamente como i+d+i. Entonces la doctora Montessori, Piaget y Dienes ya estaban en la cabeza de Maria Antònia, y siempre su mirada, como también la de su alumnado, era una mirada alegre.
«Yo sé muy pocas cosas, la única cosa que sé seguro es que pienso trabajar, mientras pueda, para que la escuela mejore. Ni tan solo estoy segura de que lo que hago sea siempre correcto y eficaz. Has de saber cuestionarte tu propio trabajo y los mejores indicadores son siempre los niños y niñas, por eso es tan importante saberlos escuchar.»
Maria Antònia Canals
La mirada de investigadora es una mirada creativa y rigurosa
Su manera de investigar siempre tiene un único propósito concreto: mejorar la educación de niñas y niños. Por eso, el reconocimiento institucional y el crecimiento del capital científico personal no estaban ni entre sus preocupaciones más nimias. A su manera, aplicó la decimoprimera tesis sobre Feuerbach en el campo de la didáctica de las matemáticas: «los investigadores no han hecho más que interpretar de diversos modos la enseñanza de las matemáticas, pero de lo que se trata es de transformarla».
Aunque Maria Antònia tampoco había leído a Marx, era una mujer de acción.
Dienes le ofrece soluciones a ciertas dudas que arrastraba sobre el material Montessori y, situada en el mismo plano que esa niña a la que las regletas le están planteando una duda, Maria Antònia observa y escucha para poder comprender lo que está haciendo. Desarrolla nuevos materiales, acumula materiales elaborados por otras y analiza las formas de utilizarlos en la enseñanza de las matemáticas.
Parte del fruto de sus investigaciones se asoma en sus libros, más aún en los numerosos cursos y seminarios que ha impartido, pero especialmente en sus centros de recursos y materiales (el gamar en Girona, el caàrem en Barcelona). Lugares de discusión y aprendizaje para gentes de todas las edades y de todos los niveles educativos, alumnado, profesorado, madres y padres preocupados, como ella, por mejorar la enseñanza de las matemáticas. Un modelo de investigación que cumple perfectamente los requerimientos de lo que conocemos como Investigación-Acción Participativa, que es el método de investigación más pertinente para investigar y transformar la escuela y que, curiosamente, es el que menos se deja ver en los círculos científicos de postín. Pero Maria Antònia disfrutaba con los procesos de aprendizaje de quienes compartíamos su trabajo y, por eso, su mirada investigadora también es una mirada alegre.
La mirada de amiga es una mirada especial
Es una mirada que transmite pasión y generosidad, porque la única amistad que existe es la amistad desinteresada.
Cuando me planteé hacer una tesis doctoral sobre Maria Antònia tenía la absoluta certeza de que era un caso único del que podríamos aprender mucho. Tendríamos que establecer contactos estrechos y continuados para que me facilitara toda la información que necesitaba y, al final, lo que comenzó siendo un trabajo académico terminó por convertirse en una amistad mutua que nos brindó muy buenos momentos. No creo que exagere si la considero como una más de mi familia.
También la ciencia debería recuperar esa característica del desinterés personal, la búsqueda de un beneficio que está más allá de los límites particulares y privativos. Maria Antònia tenía esa particularidad personal y su trabajo de maestra siempre le ofrecía grandes dosis de placer.
«Muchas veces he dicho que las matemáticas son muy bonitas y que me han hecho feliz. Pues bien, ahora tengo que decir que no es totalmente así, que la belleza no es únicamente de las matemáticas, y que lo que a mí me ha hecho feliz no viene de ellas, sino que viene del hecho de enseñarlas, de ir aprendiendo cada día cómo enseñarlas, o, mejor dicho, de ir viendo cómo los demás las descubren y las aprenden mejor, y cómo al mismo tiempo crecen como personas.»
Maria Antònia Canals
Recuerdo con gratitud la última vez que estuvimos juntas y que aprovechamos para visitar Camprodon, el pueblo en donde, muchos años atrás, su abuela Antònia Ferrer trabajó como maestra durante veinticinco años. Maria Antònia sabía que ese era uno de los últimos viajes que podría hacer, apoyada ya en sus dos muletas, y le hacía especial ilusión cruzar ese puente, recorrer esas calles (también las de Beget) que habían formado parte de su vida. Por eso su mirada de amiga es alegre. Y fue un placer.
María Sotos, profesora de Didáctica de las Matemáticas,
Facultad de Educación de Albacete.