Para Irene
Irene Balaguer fue, durante muchos años, una de las columnas vertebrales de l’Associació de Mestres Rosa Sensat, que presidió desde 2006 hasta 2015. La asociación fue creada el 1965 por Marta Mata, que le dio el nombre de una pedagoga catalana que había fallecido cuatro años antes, Rosa Sensat que nació en 1873 y empezó trabajando como institutriz de clase maternal.
Apasionada per la pedagogía, no dudo en ir a estudiar al Institut Jean-Jacques Rousseau de Ginebra, y visitó numerosas écoles nouvelles europeas antes de volver a Catalunya, donde militaría incansablemente por la democratización de la escuela pública, El acceso de los niños a la educación y la importancia de la formación de docentes. Considerada subversiva, en 1939, al inicio del franquismo, fue destituida del su cargo.
Marta Mata (1926-2006) inició l’Associació de Mestres Rosa Sensat en la clandestinidad, y después, caída la dictadura, con el apoyo de los demócratas progresistas catalanes. Su objetivo era ofrecer a los profesionales de la educación un marco de reflexión y de formación, un espacio de intercambios y de puesta en común, de herramientas pedagógicas y también darles apoyo en su compromiso para una escuela pública auténticamente emancipadora.
Las escuelas de verano organizadas por Rosa Sensat conocieron rápidamente un éxito inmenso, y cada año, en el mes de julio, se reunían miles de maestros voluntarios para hacer talleres, seminarios, mesas redondas, conferencias, manifestaciones artísticas, etc. Hoy la asociación es uno de los movimientos pedagógicos más poderosos y con más implantación de España. Edita libros y revistas, organiza formación pedagógica durante todo el año y participa activamente en los debates educativos y de la sociedad.
Irene estaba allí, siempre tranquila y serena, pero siempre atenta, a menudo con el rostro pensativo, y con su remarcable capacidad de escucha: Nada se le escapaba.
Conocí a Irene Balaguer cuando Marta Mata presidia aun Rosa Sensat. Mata impresionaba a todo el mundo: su estatura era inmensa, como su reconocimiento nacional e internacional. Irene le manifestaba un gran respeto, sin caer nunca en la complacencia muda. Irene era allí, siempre tranquila y serena, pero siempre atenta, a menudo con el rostro pensativo, y con su remarcable capacidad de escucha: Nada se le escapaba. Y ella no dudaba en completar, matizar o profundizar uno u otro propósito.
La recuerdo con Marta Mata, admirativa y atenta, pero también exigente. Sin la más mínima agresividad ni obsequiosidad, sabia prolongar, dar forma, hacer operativas las propuestas que se disparaban a cada instante en el sí del equipo de Rosa Sensat. Cuando a Marta Mata la llamaron en Madrid para presidir el Consejo Escolar del Estado, y más adelante, después de su muerte, Irene se impuso en Rosa Sensat como «la» referencia.
He escrito «se impuso»: no hay verbo menos apropiado que este para la personalidad de Irene. Ella no «se imponía» nunca; al contrario, su presencia permitía que cada uno existiera, propusiera debates. Detrás de un aire que algunos quizá podrían encontrar un poco rígido, ella no era otra cosa que atención: atención a los demás, atención a las nuevas ideas y a los proyectos que surgían, atención a todo aquello que, más allá del desarrollo de la asociación, podía contribuir a hacer avanzar la escuela.
Determinada, no dejaba de referirse a los derechos de los niños, pero asociando siempre los deberes del adulto.
La infancia era vital para ella, amaba la democracia y la justicia y tenía una sola idea en la cabeza: formar seres capaces de construir una sociedad más democrática y más justa. Tozuda, combatía todo aquello que podía poner obstáculos a este proyecto; obstinada, estaba pendiente de todo aquello que podía permitir su avanzar. Apasionada, no dejaba de promover las expresiones artísticas, la literatura de juvenil, la experimentación científica o los consejos de los niños y niñas.
Determinada, no dejaba de referirse a los derechos de los niños, pero asociando siempre los deberes del adulto. Profundamente comprometida, relacionaba sin parar pedagogía y política, con una lucidez rara, mal fiándose de los lugares comunes y de las facilidades retóricas. Ella volvía siempre al «pequeño gesto», a la cotidianidad de la clase y a la concreción de las situaciones educativas, allí donde se prueba la auténtica determinación de la pedagoga que era.
Aun la veo asentir con la cabeza con aquellos ojos donde brillaban a la vez la pasión y la razón La veo plantarse de golpe frente de una injusticia y afirmar que ella no cedería. Irene tenaz. Irene generosa. Irene, ambiciosa con sus causas y modesta con ella misma. Nos ha dejado demasiado pronto en este final de diciembre de 2018. Ya la echamos de menos. Pero hemos aprendido mucho, de ella. Y ella vive aún través de aquellos y aquellas que han tomado su antorcha.
Philippe Meirieu
Pedagogo francés