Escenario actual
En octubre de 2019, se produce en Chile un estallido social, y el hito que lo inicia es el alza del pasaje del Metro de Santiago, rechazado primeramente por los estudiantes; sumándose pronto, diversos movimientos sociales. Este hecho, trasciende a los partidos políticos y clases sociales y plantea un profundo descontento con el modelo socioeconómico neoliberal que ha llevado al país a una enorme desigualdad social y económica, y un alto costo de vida. Se suman a esas demandas, el reclamo por abusos de poder, casos de corrupción, colusión en bienes de primera necesidad, aumento del desempleo, precariedad laboral y un sistema de pensiones que deja en la pobreza a miles de personas jubiladas, entre otras.
Frases representativas de ese estallido social, fueron: “no son 30 pesos, son 30 años”; “Chile despertó”; “hasta que la dignidad se haga costumbre”.
Ese gran movimiento social, planteó la necesidad de un diferente orden político expresado en una nueva y legítima Constitución, que nos proteja y garantice el ejercicio de derechos individuales y sociales; junto con garantizar a todos y todas, una vida en dignidad.
En noviembre de ese mismo año, se logra un acuerdo político, entre el gobierno y la oposición, para la realización de un plebiscito que defina la aprobación o rechazo de una nueva Constitución. Ese hito y compromiso, calma las movilizaciones sociales que dejan graves daños materiales en las principales ciudades del país e irremediables heridas en las personas.
En ese escenario social y político, en el mes de marzo, Chile se enfrenta a otra gran crisis, la pandemia por el contagio del Covid-19. La crisis sanitaria, confirma la existencia de todos los reclamos y demandas sociales recientemente exigidas, dejando en evidencia grandes desigualdades en el ámbito de la salud, educación, salarios, vivienda, empleos y pensiones, por nombrar solo algunas.
Por consiguiente, la crisis por la pandemia en Chile tiene un carácter muy complejo; no solo es una crisis sanitaria, es también una crisis social, económica, política y principalmente humanitaria. La sensación de incertidumbre aumenta; muchos proyectos laborales, familiares y de vida se vieron truncados, el miedo por el contagio se mezcla con la necesidad de respuestas urgentes y se pone a prueba la capacidad de resiliencia de toda la población.
¿Qué está sucediendo en educación parvularia?
En el ámbito educativo, se repliegan todos los espacios públicos y, tanto docentes como estudiantes, niños y niñas, inician un confinamiento con menores o mayores restricciones dentro del país. En un primer momento, la educación se encuentra paralizada y las aulas vacías, con poca capacidad de reacción.
Hemos sido testigos de la falta de claridad en la política pública educativa y la ausencia de un Estado garante de derechos, el apoyo a los docentes ha sido casi nulo, sin herramientas y recursos para enfrentar esta crisis, salvo algunas recomendaciones en los sitios web oficiales de las instituciones de educación. Sumado a ello, las comunidades educativas han sido receptoras de mensajes poco claros y contradictorios; por un lado, quedarse en casa y por otro, el llamado a retomar actividades presenciales, en un contexto de normalidad inexistente.
Las estrategias para enfrentar la crisis nacen, nuevamente, de la creatividad y versatilidad de agentes educativos, educadores, docentes, monitores y técnicos que, desde los más variados contextos, han hecho esfuerzos por mantener el vínculo con niños, niñas y sus familias, generalmente con sus propios medios.
En educación inicial, educadores y educadoras mantienen contacto con los párvulos y familias, a través del uso de tecnologías frente a las que no tenían capacitación formal, creando programas de radio, experiencias en plataformas de internet, sistema de mensajería telefónica, guías de trabajo, videos educativos, etc.
Desde la educación particular, el desplome ha sido casi total, se están cerrando muchos centros infantiles quedando sin empleo equipos educativos completos. En la educación pública, el contacto presencial ha sido a través de la entrega de canastas de alimentos a las familias, momento en el que se conoce el estado de situación de los párvulos y su entorno, permitiendo compartir otras informaciones.
En este nivel, los equipos se han orientado principal y espontáneamente a atender a las necesidades emocionales y de bienestar de niños y niñas y su entorno familiar, como una forma de seguir construyendo vínculos, aún en un escenario que también les afecta. Se podría pensar que el rol pedagógico ha quedado supeditado a la preocupación por el bienestar integral, tanto de los párvulos como de sus familias; sin embargo, no hay que olvidar que la educación infantil se erige sobre la idea de integralidad del ser humano; por tanto, atender al bienestar y salud emocional de los párvulos, es inherente a la educación infantil. El rol educativo, se reedita de una manera distinta.
En un país con tanta desigualdad, era previsible que se hiciera evidente una gran diversidad de realidades familiares en las que niños y niñas viven; en algunos casos, han sido de protección y contención y, en otras, se han visto afectados sus derechos más elementales: alimentación, abrigo y afecto, viviendo violencia intrafamiliar, maltrato infantil y abusos.
Educadores y educadoras han intentado transmitir a los párvulos que a pesar de todo lo que están viviendo, el centro educativo es el espacio que los espera y acoge para brindarles la educación a la que tienen derecho y; a sus familias, que es parte de su red de apoyo y soporte para cumplir su rol de primeros educadores de sus hijos e hijas; como una forma de decir que, … “la escuela sigue viva de alguna manera”.
Nuestros Aprendizajes
La experiencia acumulada durante estos meses de pandemia abre varios temas para el estudio y reflexión de los procesos educativos en condiciones excepcionales de vida, como ha sido este caso. Es necesario – en su momento- resignificarlos, analizarlos, con la finalidad de enriquecer la comprensión del proceso que estamos viviendo.
En este tiempo de confinamiento, el espacio familiar se ha convertido, en el lugar exclusivo de “ser y estar” para las niñeces de nuestro país y además exigido a dar respuesta a la educación de niños y niñas en contextos de enorme desigualdad social y económica.
Esta condición de exclusividad pone de relieve el impacto de lo cotidiano en la vida de niños y niñas; por tanto, acercar estos dos mundos – centro educativo y hogar – es imperativo. En este sentido, se observa que la educación parvularia en Chile, debe avanzar en el reconocimiento de la importancia de “los saberes de las familias” para el aprendizaje de niños y niñas y propiciar una genuina participación en sus procesos educativos.
En el ámbito del trabajo colectivo, las condiciones de confinamiento nos han desafiado a prestar atención a nuevas competencias, contenidos, estrategias, y habilidades digitales, para vincularnos en el quehacer laboral entre los equipos docentes y hacia niños y niñas y familias. En consecuencia, no podemos seguir haciendo las cosas como hasta ahora; esta crisis demanda nuevos modos, nuevos énfasis, nuevas estrategias.
“La educación parvularia en Chile, debe avanzar en el reconocimiento de la importancia de “los saberes de las familias”
La pandemia ha confirmado nuestras convicciones, al constatar que – desde el Estado- existe una brecha importante, para garantizar los derechos de niños, niñas y sus familias, independiente de las circunstancias de vida, diversidades culturales, territoriales; disponibilidad de recursos materiales, acceso a la tecnología, etc. Lo anterior, hace urgente ejercer nuestro rol de garantes de derechos de la infancia.
“La pandemia ha confirmado nuestras convicciones, al constatar que – desde el Estado- existe una brecha importante, para garantizar los derechos de niños, niñas y sus familias”
Los relatos recogidos de párvulos y familias señalan que es difícil reemplazar lo que se vive en una escuela o Jardín infantil, la riqueza de las interacciones presenciales, el espacio de socialización y convivencia con otros. Esto ha puesto en valor al centro educativo, como institución que facilita el ejercicio de derechos sociales de niños y niñas y, desde la más temprana edad, permite una convivencia que pone el bien común por sobre los intereses personales, lo cual es fundamental para la formación ciudadana de las personas.
En este tiempo de pandemia, han surgido tensiones debido a la distancia entre el conocimiento de la realidad de los equipos docentes y la mirada de autoridades técnico-administrativas del sistema. Son mundos escindidos. Probablemente, esta distancia no tiene que ver con la pandemia; pero, es tremendamente peligroso que las autoridades tomen decisiones que afectan a la población sin tener conocimiento de lo que ocurre en las escuelas y hogares de niños y niñas. Es fundamental, un acercamiento entre los tomadores de decisiones y quienes implementan las políticas educativas.
Desde la formación de las/los Educadoras/es de Párvulos, hace falta revisar el currículum de formación, en dos ámbitos: la educación emocional y la educación para la ciudadanía. Dos áreas en las que, históricamente, no se han hecho los énfasis necesarios y que la pandemia ha puesto de manifiesto la importancia de educadores de excelencia, en estas materias. La educación emocional, no puede seguir mirándose como un aspecto de menor valía en el concierto disciplinar y una robusta formación ciudadana, permite al ser humano entender el valor de la comunidad por sobre las libertades individuales.
Esta pandemia nos ha conmovido en todos los planos, desde lo personal hasta lo estructural, y es una enorme oportunidad para hacernos preguntas junto a niños y niñas, preguntas filosóficas, preguntas sobre la trascendencia, preguntas sobre los aprendizajes: ¿qué nos pasó?, ¿cómo nos afecta?, ¿qué aprendimos?, ¿qué haremos?, ¿qué es preciso cambiar?, porque esta pandemia no nos puede dejar sin lecciones aprendidas.
Consejo de redacción de Chile