Proactiva Open Arms, ONG catalana de rescate marítimo creada el 2015, recibió el Galardón Marta Mata de 2019 en su modalidad colectiva. Lo aprovechamos para hablar con Ángeles Schjaer, activista de esta organización.
Infancia: ¿Cuáles son los objetivos que os propusisteis el 2015, en los inicios del proyecto? ¿Han variado a lo largo de estos años?
Ángeles Schjaer: Después de ver la foto del niño muerto, Aylan Kurdi, en las playas de Turquía, Òscar Camps, que tiene una empresa de socorrismo, reaccionó. Su hija Ona le había preguntado: «¿Cómo puede ser que aquí no se estén ahogando las criaturas y allá, en las otras playas, sí?». Y Òscar fue con Gerard Canals a aquellas playas, sin saber qué encontrarían, porque la información decía que estaban llegando muchas embarcaciones. Cuando llegamos a Lesbos en septiembre del 2015, el único objetivo era averiguar qué estaba pasando. No había ninguna ong trabajando. Era la gente del mismo pueblo, quien estaba ayudando a aquellas personas cuando la embarcación se quedaba varada en la playa o en las rocas. Òscar y Gerard se dieron cuenta de la magnitud de la emergencia y ellos solo iban preparados con dos neoprenos y dos aletas. Imaginaos la tarea que suponía. Llegaban embarcaciones una detrás de otra, llenas hasta arriba de gente, precarias, gente que no sabía nadar, embarcaciones que las veían a lo lejos pero no llegaban a la costa… Y no había nadie trabajando. Entonces no éramos ni organización. Habían ido a ver solamente qué estaba pasando. Y mis compañeros se horrorizaron.
Ahora, como ong, nuestro objetivo principal es que nadie se ahogue en el agua. Somos una ong de socorristas y esta es nuestra misión. También denunciamos lo que está pasando. Nosotros estamos allí porque hay una vulneración de derechos. Ante este hecho la población civil, un grupo de voluntarios, ha actuado.
I.: El ámbito educativo, las maestras, el profesorado, ¿crees que entendemos por qué estas personas, con bebés y niños pequeños, con embarcaciones precarias, hacen la travesía por mar?
A.S.: Creo que muchas veces no. Hemos estado mucho tiempo muy cómodos y dormidos completamente como sociedad. Es más fácil mirar hacia otro lado. Nosotros acabamos las charlas diciendo que si uno no tiene información puede mirar hacia otro lado. En el momento que estás informado, has de actuar con responsabilidad. Ya no puedes mirar hacia otro lado. Esto es lo que hacemos nosotros, ya no podemos mirar hacia otro lado. Y la gente está reaccionando.
I.: Valores como la empatía, la colaboración, el compromiso cívico, la convivencia, la inclusión, entender la dignidad humana como uno de los pilares fundamentales de los derechos humanos… ¿Por dónde tendríamos que empezar?
A.S.: Nosotros hemos iniciado este año el programa Educación para la Libertad, porque cuando íbamos de misión como voluntarios denunciábamos lo que estaba sucediendo y queríamos hacer más. Empezamos a hacer charlas. Pensamos que los niños y jóvenes ven que los barcos van por el Mediterráneo sin pensar en todo el contexto y lo que verdaderamente está pasando. Con este programa, en las escuelas, y desde los 3 años, empezamos a hablar de empatía, de derechos humanos, y sobre todo fomentamos el pensamiento crítico. Porque creemos que es importante que los niños y las niñas no tengan el discurso aprendido, sino que, cuando ven una foto o cuando oyen una noticia, tienen que ser capaces de leer y de pensar, de criticar y de juzgar lo que están viendo y escuchando.
I.: ¿Cómo lo hacéis? ¿Cómo os dirigís a los niños y las niñas de las escuelas para ayudarlos a tomar conciencia de la realidad que os encontráis en el mar?
A.S.: Antes yo hacía rescate animal y daba charlas de empatía y protección animal. Entonces, como los niños de tres años conectan mucho con el mundo de los animales, empezamos explicando que en el mundo hay especies que son migrantes, como algunas aves, los delfines, las ballenas, los elefantes…, que nadan, vuelan y andan muchos kilómetros. Entonces ven la relación que tienen con los humanos. Nosotros somos animales de dos patas, que empezamos a andar y no hemos parado. Explicándolo de esta manera, los niños y las niñas lo cogen enseguida. Después les explicas qué es tener pasaporte, una libreta de un color o de otro color. Y por qué unas personas pueden viajar de manera segura y, en cambio, otras tienen que montarse en estas embarcaciones. Los niños lo ven clarísimo.
“Nosotros somos animales de dos patas, que empezamos a andar
y no hemos parado. Explicándolo de esta manera,
los niños y las niñas lo cogen enseguida.”Nosotros lo que hacemos es simplificar las explicaciones
preguntando mucho a los niños y las niñas.
En algunas escuelas hemos empezado con una charla al claustro de maestros; después, con niños y niñas, y después, ofreciendo la charla a las familias. De esta manera se implica todo el mundo. La educación empieza en casa, después los niños van a la escuela, y después volvemos a casa. De esta forma los mensajes no son contradictorios.
I.: ¿Nos hemos habituado a la tragedia de los migrantes que vienen a Europa?
A.S.: Completamente. No solo nos hemos habituado, sino que estamos anestesiados como sociedad. No pensamos en el después. En las aulas de acogida, niños y niñas conectan entre ellos enseguida. No hace falta que hablen el mismo idioma. Pueden jugar. El juego es un lenguaje universal. A bordo hay mucha gente que habla inglés, y quien no lo domina se hace entender gesticulando. Con las criaturas pasa igual. Incluso aprenden más. Hay que vigilar cuando se los pone en una clase aparte, porque se convierten en los diferentes. Y no son diferentes, sino que llegan de otro lugar.
Cuando yo llegué aquí tenía nueve años. Venía de Cuba y de Costa Rica. Lo primero que pregunté fue dónde estaban los negros. Porque todo el mundo me pareció feo, pálido, desteñido. En la escuela me pusieron en una clase, en un rincón. Era el año 1986, no había mucha migración. En la clase se hablaba un idioma diferente y no me decían nada. No entendía por qué, por no entender el idioma, se me trataba como rara. Cada niño tiene sus herramientas para tirar adelante.
Ahora hay una migración de niños y niñas que vienen con muchos problemas psicológicos. Vienen con un luto por la situación e incluso los hay que llegan sin padres. La sensación es que no tenemos herramientas para tantas situaciones. Cuando en las escuelas los niños me preguntan qué pueden hacer con los compañeros que vienen de fuera, les digo que les pregunten a qué les gusta jugar, qué les gusta comer, qué les interesa. Nos hemos de enriquecer con las mezclas que tenemos en las escuelas. En las charlas vamos preguntando por los que han nacido aquí, después cuántos de los padres han nacido aquí, y por último, los abuelos. Así se dan cuenta de que somos de todas partes.
“Cuando en las escuelas los niños me preguntan
qué pueden hacer con los compañeros que vienen de fuera,
les digo que les pregunten a qué les gusta jugar,
qué les gusta comer, qué les interesa.”
I.: Constantemente vemos imágenes duras en los medios de comunicación. ¿Cómo se puede trabajar la empatía cuando estamos normalizando la vulneración de derechos humanos?
A.S.: Es muy difícil hacerlo desde nuestra situación. Porque nos encontramos con que, después de hacer un trabajo para entender qué es el valor de la empatía, vemos familias que compran pistolas o juegos de guerra o juegos para matar a alguien. Para nosotros la guerra no es un juego. Es una barbaridad que hemos normalizado. En las escuelas queremos que se entienda que no podemos jugar a hacer guerras.
I.: ¿Hasta dónde crees que la educación puede llegar a hacer consciente de aquello a lo que la política no sabe dar respuesta?
A.S.: La educación lo es todo. La educación empieza en casa. Hay familias que no tienen tiempo para sus hijos. Por eso los ponen ante una pantalla. Creemos que en casa tienen que trabajar juntos la educación en valores. Después, la escuela es un complemento. Y constatamos que, a veces, llegan niños y niñas a la escuela que son como pequeños dictadores. Algo estamos haciendo mal. Se ha pasado del exceso de rigidez, que no hace falta, a un exceso de relajación y de inconsciencia. Si alguien decide ser padre, después lo ha de trabajar.
I.: En el trabajo que hacéis con niños y niñas de educación infantil, ¿cómo encontráis el equilibrio entre lo que está pasando y la sobreprotección?
A.S.: No podemos esconder lo que pasa. Pero hay que hablar con afecto y con explicaciones sencillas. Nosotros somos unos privilegiados porque estamos a este lado del mar. Pero hay niños en la otra costa. Hace más de un año recogimos, entre muchas personas, un niño de tres años que acababa de morir. No llegamos a tiempo. Y era cuando se habían cerrado los puertos. Teníamos que navegar con los muertos en un contenedor con agua congelada. Y nos quedamos muy tocados, cuando vimos que subían al barco a aquel niño ya muerto, que parecía que estaba dormido, que era el hijo de alguien, el sobrino, el nieto… Estas situaciones son una bofetada de realidad para toda la tripulación. Los pensamientos nos llevaban hacia nuestro sobrino, que debía estar durmiendo. Por eso hay que hablar, hablar de los derechos humanos de todas las personas, no solo de los que tenemos los de esta orilla, sino de todos. Y valorar lo que tenemos y lo que muchas personas no tienen. Entonces podemos empezar a luchar por los derechos humanos de las personas que no pueden hacerlo.
No podemos esconder lo que pasa.
Pero hay que hablar con afecto
y con explicaciones sencillas.
I.: Informáis también en los puntos de origen, sobre todo en el Senegal. ¿Qué idealización tienen de Europa? ¿En qué consiste el proyecto Origen en el cual trabajáis?
A.S.: Después de escuchar las historias de las personas que hemos rescatado y de comprobar la falta de información que tienen, decidimos ir al Senegal a llevar esta información. Es un país con posibilidades, con muchas empresas emergentes, pero la gente se va. Se va porque hay un imaginario de Europa como El Dorado. Hablamos con tres entidades senegalesas para que fueran ellos quienes dieran la información. Nosotros redactamos una guía pedagógica con diferentes temas: comunicación, migración, derechos humanos… Empezamos en Mbour, al sur de Dakar, porque tiene un puerto de salida muy grande. Contactamos con quince personas de la comunidad para que fueran ellas quienes dieran las charlas de sensibilización, a partir de la guía, en una primera fase. En una segunda fase, explican cómo pueden ser las salidas del país: de forma regular y de forma no regular. En ningún momento les decimos que no salgan. Sí que rompemos con el imaginario de Europa. Respecto de la vía irregular, les informan de las diferentes situaciones que pueden pasar: desde el desierto hasta entrar en Libia y lo que pasa en aquel país, el Mediterráneo y la llegada a Europa cuando se entra de forma irregular.
Después de Mbour fuimos a Saint Louis, donde trabajamos con otra entidad. A partir de la idea de que la educación tiene que ser universal y gratuita, queremos que todo el mundo de la comunidad se pueda formar. De la mano de la upc, que nos ha ayudado a conseguir ordenadores y a habilitarlos para que se puedan cargar cursos, montamos aulas de formación gratuita. Bajamos cincuenta cursos gratuitos y en línea que ya existen, cursos prácticos para encontrar trabajo, y cualquier persona de la comunidad puede entrar al aula y formarse. Esta fase la llevamos a cabo en enero de 2020. La comunidad puede ser una madre muy joven que se ha tenido que quedar en casa, una señora que se aburre de estar en casa, un chico que quiere ser futbolista, que ha dejado de estudiar pero quiere formarse con un curso, cualquier persona que acuda donde están los ordenadores. Después, lo que queremos es conectar con empresas para que puedan hacer prácticas.
“En ningún momento les decimos que no salgan.
Sí que rompemos con el imaginario de Europa”
I.: ¿Estas personas que formáis son personas que pueden hacer el viaje a Europa por vía irregular?
A.S.: Sí. En general, sí. De hecho, las quince personas de Mbour fueron a comunidades de mujeres porque muchas veces son ellas las que empujan a los hijos o los sobrinos para que hagan el viaje pensando que encontrarán algo mejor. También fueron a comunidades deportivas, porque muchos chavales piensan que jugando al fútbol podrán venir aquí a jugar. Es decir, hay personas que pueden empujar a otras a hacer el viaje y personas que están en una edad favorable para migrar.
I.: ¿Actuáis también con las escuelas del Senegal?
A.S.: Solo trabajamos con tres entidades. Una parte del proyecto es con las Écoles Pies de l’Afrique de l’Ouest, y ellos sí que lo harán desde sus escuelas. Otra entidad es diadem Sénégal (Diaspora Développement Éducation Migra-tion), y la última es una asociación pequeña, Tagal Log. Para nosotros la base del proyecto es que muera menos gente en el mar. Pero nunca decir que no migren. Porque migrar es un derecho. Pero hay que mostrar qué pasa cuando se hace este viaje: mafias, violaciones, embarazos… Nos hemos encontrado tantas situaciones, cuando hemos rescatado: desde una niña de doce años con un bebé de dos y embarazada de nuevo a niñas que huían de la ablación…
Es necesario que lo sepan, y nosotros también.
Nunca hemos dejado de migrar. Somos una especie que migra. Lo que pasa es que ahora tenemos las redes sociales, cosa que favorece mucho más la comunicación. Y nos enteramos más de lo que pasa por todas partes. Sabemos que con el cambio climático tendremos nuevas oleadas de migración, por el simple instinto de conservación, innato en todas las especies, y nosotros somos animales. Cuando vemos el peligro, ¿qué hacemos? Huimos. Y con nuestra familia.
I.: ¿Cómo es el momento en el que dejáis a las personas rescatadas en el puerto?
A.S.: Es un momento muy duro, porque nosotros ya no podemos hacer nada más. Nosotros atendemos en primera instancia. Somos una ong de socorristas. Una ong pequeña, sin infraestructura para continuar trabajando en tierra. Son otras entidades en cada país las que se hacen cargo de los rescatados cuando llegamos a puerto.
Pero cuando ya están en tierra son como desechos, sin recursos, niños sin escolarizar, sin acceso a lo más básico, que empiezan a delinquir por puro instinto de supervivencia. A veces es la ley de la selva, porque estas personas pisotean a otras.
Nosotros, afortunadamente, tenemos apoyo psicológico, pero estas personas no lo tienen. ¿Qué pasa con ellos? Para nosotros es frustrante. Siempre conectamos con las personas que están a bordo. Porque las vemos y nos vemos a nosotros. No vemos las diferencias. Ayudamos igual que ayudaríamos a una persona mayor que cae en la calle. Y, para el rescate en el agua, nos amparan todas las leyes y tratados internacionales.
“Cuando ya están en tierra son como desechos, sin recursos,
niños sin escolarizar, sin acceso a lo más básico, que empiezan
a delinquir por puro instinto de supervivencia.”
I.: En cuanto a la conciencia colectiva, ¿habéis notado algún cambio desde los inicios del proyecto en 2015?
A.S.: Sí. He empezado diciendo que hemos estado mucho tiempo dormidos y de repente la gente se ha empezado a despertar. El fenómeno de Greta Thunberg ha espoleado a chicos y jóvenes para salir a luchar. Esta niña se plantaba cada viernes con un trozo de cartón ante el Parlamento sueco. Si una niña con un trozo de cartón ha llegado a mover todo lo que hemos visto, los niños y las niñas de hoy pueden llegar muy lejos. Y se empieza por un trozo de cartón. Porque como especie tenemos fecha de caducidad. O nos cuidamos y nos protegemos entre todos o nos morimos todos.
I.: ¿Qué podemos hacer desde asociaciones como Rosa Sensat?
A.S.: Publicar la realidad, denunciar, organizar charlas, organizar actividades en las escuelas. Luchar por la inclusión. Fomentar todo tipo de actividades para gestionar la empatía. En el campo de la educación se pueden hacer muchas actividades. A partir de la intervención que hicimos en la Escuela de Verano el julio pasado, hemos visto que podemos hacer muchas cosas juntos. Actualmente estamos organizando actividades con FundEsplai. También tenemos un acuerdo con la ub para hacer un máster de educación.
Tenemos que cuidar de los más pequeños, que son los que cambiarán el mundo y el planeta. Nosotros ya poca cosa podremos hacer.
El planeta es de todos. Y África no es un continente pobre. Solo hay que preguntarnos de dónde salen los componentes de los móviles, o los diamantes de las joyerías… Quizás África no es tan pobre, quizás es que los estamos expoliando, bombardeando, violando, maltratando, esclavizando… No hemos sabido gestionar la riqueza del planeta. Y nuestra esperanza está en las nuevas generaciones.