Cuando se aborda el tema de Historia de la Educación Infantil, de inmediato viene a la mente de la mayoría de las personas, los nombres de destacadas educadoras o educadores profesionales de los cuáles hemos aprendido mucho en sus numerosos libros. Pestalozzi, Froebel, Agazzi, Decroly, Montessori, son algunos de estos grandes maestros y maestras de los cuales hemos revisado una y otra vez sus conocimientos en sus obras. Sin embargo, en Latinoamérica hay además otro tipo de educadores, de los cuáles escasamente se habla y menos aún se reconoce su trabajo, a pesar de que desde sus culturas trabajan con párvulos con saberes que en gran medida son concordantes con los criterios y principios que provienen de la ciencia moderna. Estos educadores, maestros comunitarios provienen de los pueblos indígenas y tribales afrodescendientes y trabajan desde una educación contextualizada, llena de sentidos para los niños y niñas de sus comunidades, con gran participación de sus familias y comunidades.
Ejemplos de ellos, tendríamos muchos. No hay país donde no estén enseñando bajo los árboles-escuelas, en los campos, en la costa, en la selva, en las huertas o a orillas del Canal Beagle, en la Patagonia chilena como es el caso de Cristina, la abuela yagán o yámana que deseamos dar a conocer. Ella, ahora que ha trascendido a juntarse con sus ancestros y con el gran y buen padre Watauinewa (el eterno, el invariable), a pesar de vivir tan lejos, en UKIKA cerca de Puerto Williams, Isla Navarino, Región de Magallanes y Antártida Chilena, el COVID llegó allá y se la llevó a los 93 años de edad.
Cristina, junto a su hermana Úrsula, que nos dejó hace unos años, eran las últimas representantes que participaron plenamente de sus culturas ancestrales y de su lengua de la cual, el misionero Thomas Bridges (1842-1898) hizo un diccionario Yámana-inglés de más de 30.000 palabras. Este diccionario, da cuenta por ejemplo de la riqueza de la gran cantidad de sustantivos que tenían para nombrar todos los tipos de nieve (caída, pisada, congelada, acuosa, etc.) para lo cual nosotros necesitamos un adjetivo para describirlas. También conoció las prácticas de “estimulación temprana” que esta cultura hacía cuando nacía un bebé que era bañado en las frías aguas del canal Beagle. Recordemos que eran grandes canoeros y nadadores, por lo que el agua era parte habitual de sus vidas. Al nacer se les elegía una especie de “madrina” que le hacía diversos tipos de masajes a su “ahijado/a”, entre ellos, la conocida “bicicleta”, y se les cubría con ceniza y grasa de lobo marino, para tener una especie de aislante térmico, aunque como etnia han logrado una adaptación física al frío de más de 5000 años y se cubrían sólo con algunas pieles.
Pero han cambiado los tiempos. Conocimos a las hermanas Calderón en los años 90-91, con motivo de crear un Jardín Infantil (familiar) de JUNJI para facilitar que no se perdiera su cultura y lengua en las nuevas generaciones de párvulos y para propiciar el conocimiento y respeto de los hijos/as de los demás habitantes de Puerto Williams; el trato hacia el pueblo yagán y a las “hermanas Calderón” no era tan afectuoso ni respetuoso como se ha visto estos últimos años y ahora ante su deceso. En efecto, tanto desde el gobierno anterior, como del entonces presidente electo Boric, autoridades regionales y locales e instituciones de todo tipo, expresaron lo lamentable de la partida de Cristina, reconociendo su valor y aportes por la riqueza humana y cultural que ella representaba. Se decretó incluso tres días de duelo oficial por ella en la comuna de Cabo de Hornos, homenaje que pensamos que muy pocas personas indígenas han recibido en Chile.
Hoy, su hija menor Lidia González Calderón, es una de las constituyentes que lleva la voz de este pueblo en la elaboración de la nueva Constitución de Chile. ¡Qué contenta debe haber estado Cristina por ello! Lidia fue la primera educadora comunitaria que fue contratada como funcionaria pública y se desempeñó en el Jardín Familiar de Ukika; tuvo además el rol de recoger muchos de los saberes y haceres de las hermanas Calderón para hacerlos parte de la propuesta educativa que se desarrolló con los niños y niñas. Este Centro infantil, fue inaugurado el 1ero de agosto de 1991 por el entonces ministro de Educación, Ricardo Lagos, en un lugar transitorio facilitado por los bomberos y la Junta de Vecinos, mientras se iniciaban los primeros planes para contar con un establecimiento propio, lo que sucedió posteriormente. En él, desde los inicios, cuando se empezó a reunir a los posibles niños y niñas que podrían asistir y se trabajó con ellos al aire libre sobre troncos a la orilla del canal Beagle, estaban las hermanas Calderón hablando y acompañándolos en sus actividades, entre ellos, sus nietos Carolina y Nelson, hijos de Lidia.
No fue fácil la creación de este Jardín Familiar; se inició este programa antes que se promulgara la Ley Indígena (5/10/93) en Chile. Se solicitó apoyo financiero a UNICEF, y junto a dos tesistas de la Licenciatura de educación parvularia de la Universidad de Magallanes, se trabajó en todos los aspectos técnicos que implicaba ponerlo a funcionar, incluyendo la formación educativa de Lidia. Junji regional asumió todos los aspectos administrativos que incluían desde el difícil traslado en barcos o avionetas tanto del mobiliario y materiales hasta la alimentación. Una vez que estuvo funcionando, Cristina asistía frecuentemente y enseñaba su lengua y costumbres a los 16 niños y niñas quienes empezaron a hablar sus primeras palabras y frases yaganas, lengua en extinción. Los demás padres: pescadores, marinos, comerciantes, etc., encontraban que era importante que sus hijos supieran quienes eran esas personas que sus niños veían pasar todos los días, y aprendieran a valorarlas, por lo que no tenían ningún problema que hablaran yagán y conocieran sus juegos, leyendas y costumbres, además de otros aprendizajes.
Cristina y Úrsula, en amables sesiones en su pequeña casa amarilla, nos enseñaron tantos aspectos importantes de su cultura que había que transmitir en el Jardín familiar; entre ellos, los valores de respeto a la naturaleza, a los ancianos, a compartir, “porque no tenía sentido tener dos, si uno va a usar sólo un objeto”. Igualmente nos mostró de donde sacaban los juncos para hacer cestas y otros objetos, junto con su tratamiento para poder emplearlas como material de trabajo con los niños y niñas. Junto con la flora, importante conocer la fauna local como el bello y gran pájaro carpintero negro, que llena los sonidos del bosque de lengas cono sus “tic-tac”.En fin, son muchos los aspectos que podríamos nombrar que pasaron a ser parte de una orientación curricular abierta para el trabajo en el jardín familiar; pero lo que más nos enseñaron fue su generosidad en compartir sus saberes, su humildad, su preocupación y ocupación por la formación de las nuevas generaciones.
En un mundo actual como el nuestro, lleno de tantos egoísmos, soberbias, competencias, destrucciones, los valores y actitudes como las del pueblo yagan que Cristina y Úrsula enseñaban abiertamente, nos enseñan otras páginas de la historia de la educación en Latinoamérica, que, por su enfoque, son importantes que conozcan todos los que valoran la buena educación en los primeros años de vida. Ojalá aprovechemos estas enseñanzas.
Dra. María Victoria Peralta
Premio Nacional de Ciencias de la Educación, Directora Instituto Internacional de Educación Infantil, Universidad Central de Chile.
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