Tema. El derecho a disentir

El Artículo que incita a la reflexión sobre nuestro modo de considerar la diversidad y, por lo tanto, de actuar en la escuela.

En este artículo la autora propone una visión de diversidad desde la definición primera del diccionario: diferencia, variedad, heterogeneidad.

Muestra una concepción del aula como lugar de encuentro, de vida de personas diferentes -coincidentes a menudo solo en la edad cronológica. Pero cada niño tiene su historia, su familia, su pasado, su carácter, sus preferencias. ¿Hay que tratarlos a todos igual? ¿Hay que exigirles lo mismo a todos? Aquí se plantea esta duda.

Sílvia Majoral

¿En la escuela, los niños tienen derecho a disentir?

A veces se me ha reprochado, haciendo referencia a algún niño que actuaba de manera distinta a los demás: “Claro, como tú se lo dejas hacer…”

Ya desde muy pequeños los niños tienen algunas cosas muy claras.

A determinados adultos también nos pasa, a menudo, que no nos apetece, no nos gusta o no queremos hacer aquello que “toca” en aquel momento.

Se celebra una fiesta en la escuela y hay que cantar una canción delante de todo el mundo.

Fiesta de Carnaval, toca disfrazarse Patio, toca jugar.

Y tantas situaciones parecidas.

En un aula convivimos muchas horas. Se van hilando complicidades e historias compartidas. Nos conocemos cada vez más, manifestamos lo que nos gusta, lo que no, lo que nos molesta, como nos sentimos, los momentos de malhumor o los días malos, la alegría… Todos tenemos nuestro carácter y nuestros momentos, mayores y pequeños.

Creo que es importante no olvidarse de las diferencias en nuestra vida cotidiana: si hemos ido al teatro a unos les ha gustado, a otros no. Todas las opiniones son respetables. ¿Por qué te ha gustado? ¿Y a ti por qué no? Cualquier cosa: una actividad, una comida, un color, un olor… puede convertirse en un tema para reflejar la diversidad de elecciones, gustos y opiniones.

Evidentemente todos tienen que hacer de todo para aprender, para probar y para descubrir sus preferencias y habilidades: tienen que pintar, aunque prefieran jugar a fútbol, deben salir a correr, aunque prefieran estar tranquilos, deben vencer la timidez cuando toca actuar… Pero todo se puede ir haciendo poco a poco, con respeto y tranquilidad. En principio, les queda mucho tiempo.

Un día que ensayábamos una canción me fijé en dos niños de mi grupo que tenían una expresión de sufrimiento en sus caras. ¿Vale la pena? ¿Tienen que hacerlo? (Aquí dejo aparte el tema de los espectáculos y fiestas en la escuela, del cual   también haría falta hablar y reflexionar mucho) Más tarde, hablé con todo el grupo y les dije que, si había alguien que se lo pasaba fatal, se podía esconder detrás de un compañero y mover la boca simulando que cantaba o decírmelo. Dos niños se me acercaron para decirme que preferían no salir al escenario. Y así lo hicimos. Sus familias, después, también lo agradecían porque parece que los niños transmitían su inquietud en casa, lo contaban e incluso les costaba dormir. Sabemos que durante la vida se sufre, pero hay casos en los que, sí se puede evitar, no vale la pena.

En nuestra escuela, cuando llueve mucho no sabemos dónde meternos y a veces vamos a una sala grande a ver una película cortita. A la mayoría de niños les gusta; pero descubrí uno al que no.

Imagino que me oyó cuando le decía a mi compañera: “¿No podemos salir bajo el toldo? ¿Tenemos que ver una peli? Por mi tono de voz también pudo deducir que yo no tenía ningunas ganas. Algunas veces planteábamos opciones paralelas: un pequeño espacio de movimiento, teatro de marionetas… Pero aquel día no lo hicimos.

El niño tuvo la suficiente confianza (no hacía mucho que había empezado el curso) para decirme:
– Yo no quiero ir a ver la película
– ¿No te gustan?
– No. ¿Y a ti?
– A mí sí, pero ahora no me apetece. ¿Y a ti? ¿No te gusta ninguna película o alguna sí?
– Ninguna
– ¿Vas al cine?
– No. Es que no resisto

¡Me lo explicó con madurez y seguridad! Le propuse salir bajo los toldos de la terraza o quedarse a jugar en clase. Quería salir y me pidió la bicicleta. Le insistí mucho en que no se mojara, que no saliera de la zona de los toldos. De todas maneras, iba bien equipado.

También le comenté que yo estaba allí al lado, con el resto del grupo, que más tarde intentaría salir un rato fuera con los demás, si no llovía tanto, que si le hacía falta algo que viniera a buscarme. Me quedé un rato con él porque me daba pena allí solo, pero lo vi pedaleando y gritando: ¿Qué bien! ¡Estoy solo! ¡Estoy solo! Más contento que unas pascuas.

Más tarde, vino a verme para decirme que cuando circulaba entre los dos toldos se mojaba un poco. ¡Qué responsable! Le había pedido que no saliera e intentara no mojarse y él sufría porque se colaba agua entre los dos toldos.

Al cabo de un rato amainó y pudimos salir todos con paraguas a hacerle compañía.

Pensando en este pequeño episodio me doy cuenta que puede ser una muestra de respeto a la diversidad. A veces hablamos de diversidad para referirnos sólo a casos especialmente graves dentro del aula y olvidamos que la diversidad está en cada uno de nosotros.

Es reconfortante cuando se consigue crear un clima en el que los niños se sienten capaces de expresar sus ideas y sentimientos, de reclamar; no por capricho sino por necesidad o preferencia.

Se me ocurre un ejemplo de otro curso: en el aula había un grupo de niños a los que les encantaba jugar a pelota. Algunas niñas eran más tranquilas y, cuando les dejaba escoger, preferían dibujar. Tengo una imagen divertida grabada en mi cabeza: en la terraza la mayoría de niños persiguiendo la pelota y un grupito de niñas que sacaron las sillas y hablaban y tomaban el aire, fuera. Yo bromeaba diciéndoles que les faltaban las agujas para hacer punto o pelar patatas como hacían las mujeres en la calle, en los pueblos… Esto nos dio después tema para investigar las diferencias y similitudes entre niños y niñas.

El trato diverso se puede conseguir con un buen clima en el aula, pero las maestras también tienen que saber valorar la discrepancia, la diversidad de opiniones y buscar siempre la forma de introducirlas y hacerlas visibles. Una buena forma es mostrarse ante los niños como una más en cuanto a preferencias, gustos… “Hoy tengo mal día” “He visto una peli que me ha encantado” “Necesito un rato para que se me pase el enfado”…

Es preferible intentar no mostrar las cosas de una sola manera, sino buscar mil posibilidades, a veces incluso las que no están en la clase. Va bien recurrir a menudo a comparaciones con otras culturas, creencias o mundos lejanos. Hay tantas maneras de pensar, de sentir, de vivir como personas en la Tierra.

Después de haber trabajado años en distintas escuelas y claustros te das cuenta que es poco común y difícil ser crítico, tener ideas propias y discrepar de lo que dice la mayoría.

Si no empezamos por nosotras mismas ¿Cómo lo haremos para que los niños desarrollen su personalidad y espíritu crítico?

Sílvia Majoral
Maestra de educación infantil.

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