Jennifer Haza Gutiérrez
René Sánchez Ramos
¿Quién es Tania Ramírez Hernández?
Soy hija de Rafael Ramírez Duarte, desaparecido por motivos políticos en los años setenta, y sobrina de Juan Manuel Ramírez, asesinado en el contexto de los ataques a las guerrillas, concretamente la Liga Comunista 23 de Septiembre. También soy sobrina de una mujer que sobrevivió a la desaparición varios meses en el Campo Militar Número Uno. Soy nieta de Delia Duarte, pionera del Comité Eureka!,1 y soy hija de Sara Hernández quien también participa en el Comité.
Me asumo como hija de una historia que no es única ni está en solitario, sino es toda una generación de hijos e hijas y sobrinos y nietas que quiso cambiar el mundo y que fue duramente reprimida; eso marca mi identidad. También soy mamá de Teo, un chavito2 de ocho años que me desafía y aprendo de él. Profesionalmente, soy directora de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM).
¿Cómo se entrelazan las luchas contra la desaparición y la defensa de los derechos de la niñez en tu vida?
Antes no se hablaba de ser defensor o defensora de derechos humanos; éramos activistas o militantes. Crecí entre las faldas de mi abuela, de mi madre, de las tías acompañando marchas y huelgas de hambre. Con mi hermano jugábamos mientras las madres llevaban sus mantas y escuchaba cómo algunas personas les gritaban “locas”. De la mano de esa historia constituimos como jóvenes el colectivo “H.I.J.O.S por la identidad y la justicia contra el olvido y el silencio”. Me fui dando cuenta de que mi historia personal y familiar hacía eco y se repetía en otros países como Argentina, Guatemala, Colombia, Chile y Uruguay. La vivencia y reconocerme con mis pares de otros países fue determinante para que yo me pudiera asumir como defensora de derechos humanos en México.
Cuando el Grupo de Trabajo contra la Desaparición Forzada visitó México en 2011, hicimos un informe alternativo en el que enumeramos diversas violaciones a los derechos humanos relacionadas con las desapariciones de nuestros familiares. Al comenzar a documentar, nos dimos cuenta que la Convención sobre los Derechos del Niño aborda el derecho a una familia, el derecho a conocer a tu padre y madre, el derecho a la identidad, entre otros. Fue entonces cuando descubrí que la experiencia personal de mi infancia podía comprenderse y narrarse en clave de derechos de la niñez.
¿Cómo fue tu experiencia escolar con la vivencia de la desaparición de integrantes de tu familia?
Cuando eres chavo o chava, es relativamente fácil convivir y no mostrar elementos de tu identidad. En mi caso, tuve la suerte de estar en una escuela donde asistían muchos de los hijos e hijas del exilio argentino, chileno y ecuatoriano. Decir que tenías un familiar desaparecido no solo no era mal visto, sino incluso era acompañado por las maestras.
Ocultar (la situación de desaparición) también tiene un costo muy alto. Te choca3 la navidad, los cumpleaños y los días especiales como el día de la madre o del padre. Pienso que, así como fue positivo que en mi caso hubiera compañeros en el salón que sabían de qué se trataba este asunto y no era un tema tabú, también es importante que no suceda lo contrario, como cuando la maestra pide que nadie le diga nada a la niña el 10 de mayo (día de la madre) porque su mamá está desaparecida. Creo que abrirlo y trabajarlo más, facilita el afrontamiento.
¿Cómo se les podría explicar a las niñas y niños la desaparición?
Es difícil. En mi experiencia y la de mi hermano, no es que se hablara mucho del tema, pero tampoco se ocultó. Había una foto grande de mi papá en el cuarto donde dormíamos, y recuerdo que una vez mi hermano preguntó: “¿Cuántos años lleva desaparecido mi papá?”. Creo que toca asumir que hay una ausencia, pero también intentar que esa ausencia no se convierta en un borramiento: poner la foto, nombrarlo, mantener el contacto con la familia.
En esa etapa, sobre todo en la primera infancia, donde la conformación de los roles es tan importante, la idea de familias en plural, familias diversas y familias extendidas también ayuda a darnos cuenta de que todas las familias son diferentes. Uno puede tener un papá jornalero agrícola, otro un papá migrante, y otro un papá desaparecido.
Conozco a familias que han intentado proteger a sus hijos e hijas y les alejan de todo esto, les mintieron sobre su familia, su historia y su identidad y la verdad, no la pasan mejor. Una abuela cuya hija desapareció, se hizo cargo de sus dos nietas, y cuando las niñas dormían, les escribía correos todas las noches como si fuera su mamá: “me fui a trabajar…”, “ahora quiero llegar al norte…”, y así sucesivamente. Hasta que las cosas dejaron de tener sentido, y las niñas comenzaron a preguntar:
“¿Por qué no nos llama? Ya han pasado varios años”, “¿Cuándo va a venir en Navidad?”.
La chaviza se da cuenta a cualquier edad. Entonces, creo que abrir el tema poco a poco, cuidar los roles, las presencias, y no intentar ocultar o mentir por protección, debería ser una lección que aprendamos.
¿Cómo explicarías las causas de la desaparición a las y los más pequeños?
Antes era más fácil explicar las desapariciones por motivos políticos, pues había cierta claridad: existía un Estado, un gobierno poderoso que oprimía y que no quería que las cosas cambiaran, incluso en términos de buenos y malos.
Pero ahora no está tan claro. Los derechos humanos tienen que ayudar en estos momentos a explicarlo. A tu papá o a tu mamá se los llevaron, no sabemos quién fue, ni a dónde, ni por qué. Pero eso no debió haber sucedido, porque las personas tenemos derechos, independientemente de cuál haya sido el motivo y quién haya sido el perpetrador. Además, ahora existen otros derechos que hablan de esto, como el derecho a no sufrir desapariciones y el derecho a la búsqueda. Creo que así lo explicaría, sobre todo a las y los más pequeños.
Con los más grandes, aunque sigue siendo igual de complejo (y ni a los treinta, cuarenta, cincuenta años o más lo logramos entender), lo importante es seguir haciendo una lectura crítica del mundo. La clave son las desigualdades que vivimos. El uso de las vidas de las personas como medio de producción también explica algo.
Explicar las causas a las y los más chiquitos es difícil, pero es algo que ayuda a entender la situación y su complejidad. Hay toda una dinámica social que tiene que ver con el crimen, pero ¿quiénes son los criminales? Puede ser tu tío que acabó en la cárcel, o a lo mejor el criminal es el policía. Hay algo más interno que tiene que ver con un sistema. En fin, es complejo. Pero ahora mismo hay tantísimos chavitos y chavitas, hijos de desaparecidos, que estaría muy bien preguntarles también esto: ¿Cómo lo contarías tú? ¿Cómo se lo explicarías a los más pequeños? Creo que ahí también hay una sabiduría que se podría indagar.
¿Cómo ubicas la agencia de las niñas y niños frente a la desaparición de personas?
Aunque el tema es doloroso, es sorprendente escuchar a las niñas y niños y cómo van construyendo su entendimiento. Por ejemplo, en una de las marchas del 30 de agosto, mientras buscaba las palabras para nombrar lo que estaba pensando, un niño, de unos seis o siete años, me dijo “buscadores”, y de ahí surgió el tema de la “niñez buscadora”. Creo que ahí está la clave de su agencia. Ellos y ellas sienten esa necesidad de búsqueda porque extrañan a su tío, porque les hacen falta sus mamás. Entonces, el derecho a la búsqueda también es su derecho, y es difícil porque las familias quieren protegerlos.
Vamos avanzando. Cada vez que hablo con organizaciones que trabajan en estos temas, noto que ya no estamos en el punto en el que a los niños y niñas había que darles crayolas y hojas y ponerlos en un rincón para que pinten mientras es la reunión de los grandes. Siento que ahora hay una mayor conciencia. Están ahí, preguntan, saben a qué venimos. Creo que nuestra responsabilidad es generar mejores marcos de entendimiento, más estrategias de abordaje. Necesitamos que los libros infantiles empiecen a contar estas historias, generar materiales para que uno se reconozca en el mundo, y que haya otros parámetros que te digan: “Sí, esto está sucediendo, esto pasó y le pasó a más gente, y esto es lo que tendría que pasar”.
¿Qué significa ser niñas y niños buscadores?
Cuando yo trabajaba en una universidad en temas de derechos humanos, invitamos a Valentina Rosendo Cantú, una indígena me’phaa cuyo caso llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Estaba comenzando a escribir sus memorias y le preguntamos: “¿En qué lengua estás escribiendo?”. Ella respondió que en español pero mencionó: “Me he encontrado con conceptos que son difíciles de traducir… por ejemplo, el concepto de ‘víctima’, ya que en la lengua me’phaa, no existe esa noción. Pero si yo tuviera que hacer una traducción lo más literal posible para decir ‘víctima’, sería decir ‘mujer que nació del fuego en busca de justicia’”. Cuando escuché eso, me explotó la cabeza y pensé: ¡qué poderoso y qué hermoso! Nos hace mucha falta que esa definición de ‘víctima’ inunde el sistema de justicia.
Con la niñez pasa algo parecido. El adultocentrismo sitúa a las víctimas como “pobrecitos”, y es insoportable que te vean así, que te traten así. Es necesario reconocer que la niñez tiene agencia. Cuando la crisis (de desapariciones) se agravó y se visibilizó el derecho a buscar y a ser buscados, pensábamos: si estamos hablando de que la búsqueda es un derecho que ya está reconocido, y si estamos diciendo que niñas, niños y adolescentes son titulares de derechos, ¿qué quiere decir eso? Significa que pueden ejercer ese derecho, por muy disruptivo que sea, aunque no haya antecedentes ni otros marcos conceptuales, teóricos, de actuación o de abordaje. Existen muchas formas de “buscar”, y por lo tanto, también puede haber muchas formas de ser “niñez buscadora”. No a todos les gusta salir al campo, y no todos tendrían que hacerlo. Existen diversas maneras de buscar: llevar la camiseta con la foto del tío, acompañar a las manifestaciones que organizan los familiares, o encontrarse con el gobernador y decirle: “Oiga, pues usted se comprometió a buscar a mi tío”. Esa es otra forma de ser buscadora. Creo que a medida que les vamos abriendo espacio en todas esas prácticas y actividades que implican las búsquedas, ellas y ellos también nos van dando pautas sobre lo que significa ser “niña buscadora” o “niño buscador”.
¿Cómo ha sido la participación de las escuelas en el acompañamiento de niñas y niños que han vivido la experiencia de la desaparición de un ser querido?
Creo que en la escuela confluyen el desconocimiento y la noción de protección como silencio, más que como apertura. Las historias que hemos conocido no son tan positivas y pienso que deberíamos hacer varias cosas. Una de ellas es realizar una búsqueda de buenas prácticas escolares; tal vez no encontremos nada, o quizás descubramos que en alguna asamblea de aula se abordó el tema.
También considero que debemos promover que las escuelas realicen diagnósticos, obviamente con cuidado en el abordaje. Un primer paso podría ser identificar en los programas de estudio un espacio para que, de manera orgánica, se hable de estos temas. Generar espacios de confianza, haciéndolo cada vez más familiar, colocándolo en pequeñas experiencias que puedan parecer naturales o casuales. Luego, debemos tener a mano los materiales, porque una vez que se abre el tema, es necesario ser responsable y contar con muchas herramientas.
¿Cómo se manifiestan la esperanza y la resistencia en las infancias dentro de este contexto?
En mi caso particular, y creo que en el de las hijas e hijos desaparecidos, llevamos esa impronta. Hay una carga en el hecho de que el Estado, como parte de su práctica de terrorismo, haya querido instalar el miedo como ejercicio de poder y control. Después, la inyección de una tristeza profunda puede desarticular cualquier vida, más aún cuando eres chavito.
Para mí, la clave de la resistencia y la esperanza siempre ha sido muy clara: esa rabia que sentía podía dirigirse directamente contra los perpetradores, siempre que intentara acercarme a la felicidad. No en un sentido cursi, sino más bien, como dice Benedetti, una felicidad con una esquina rota. Nunca será una felicidad completa, pero siempre he estado segura de que esta gente quiso quebrarnos, y a mí me da una enorme satisfacción no darles ese gusto. No darles la victoria de habernos roto, de habernos sembrado el dolor y el llanto.
Creo que todas las personas tenemos la posibilidad de reencontrarnos, de reírnos y también de llorar, por supuesto, pero de encontrarnos y hallar esa fortaleza y esa esperanza que también se puede construir cuando te encuentras con otros. La felicidad, si la trabajas con la misma rabia, y la compartes y haces algo con ella, tiene una potencia, una radicalidad de resistencia.
Nota final: Desde REDIM compartimos el cuento “La familia que aparece, una historia de niñez desaparecida y buscadora” como una herramienta educativa de trabajo para personas que trabajan directamente con la niñez y deseen contribuir a la promoción y defensa de sus derechos. https://issuu.com/infanciacuenta/docs/cuento_2-redim-completo-comprimido
Jennifer Haza Gutiérrez
René Sánchez Ramos
NOTAS:
1. Organización de madres y familiares de desaparecidos forzadamente por el gobierno mexicano en los años 70’s y 80’s
2. Chava o chavo es una forma coloquial en México para referirse a una niña, niño o persona joven.
3. Chocar: verbo utilizado en México que denota molestía, antipatía, enfado.